A 50 Años de la Nueva Ola Francesa/VI

Rouch y Morin platicando sobre la dificultad de tomar la realidad a través de una cámara...
siendo seguidos por una cámara


El cuarto largometraje de antropólogo/cineasta Jean Rouch (1917-2004), Crónica de un Verano (Chronique d'un Eté (Paris 1960), Francia, 1961) es, si no el mejor, sí el más influyente y discutido filme de toda su obra, conformada por más de un centenar de películas, entre corto-, medio- y largometrajes.

Precursor de la nouvelle vague por su uso constante de la cámara en mano (algo que, como los jump-cut de Sin Aliento/Godard/1960, provino de un accidente), Rouch creó el llamado cinéma-vérité gracias a una propuesta fílmica-sociológica hecha por el periodista e intelectual Edgar Morin.

Morin, quien había seguido con admiración el trabajo fílmico de Rouch -de hecho, el término cinéma-vérité fue acuñado por Morin para referirse a los documentales etnográficos del cineasta-, le propuso hacer una película sobre un grupo de individuos, comunes y corrientes, en el verano parisino de 1960. Al inicio, Rouch y Morin contrataron a una mujer, Marceline, para que, micrófono en mano, saliera a la calle a preguntarle a los ciudadanos si eran o no felices. Sin embargo, en la medida que avanzaba la investigación, la película se iba transformando en otra cosa: aparecen personajes que son emblemáticos de una clase social, de un estado anímico, de un origen racial, de un estilo de vida (el obrero de Renault, la joven italiana deprimida, el africano inmigrante, la jovencita que trabaja como "acompañante" en Saint-Tropez), mientras que otros se detienen y confiesan su acorralamiento existencial (el excompañero de Morin que dice que su verdadero yo está esposado por el ciudadano que sale a trabajar en algo que no le interesa) y otros -la propia entrevistadora Marceline- dejan entrever un pasado duro, traumático, imborrable.

La importancia de Crónica de un Verano radica no sólo en ese puñado de vidas atisbadas por la cámara sino en el desarmante juego de espejos que propone: al finalizar la cinta, vemos a todos los que aparecen en ella discutir con los realizadores el resultado final. "Aburrida", "descarada", "realista", "actuada", "sincera", "fingida", son adjetivos que los propios protagonistas del documental intercambian. La búsqueda de la "verdad" tomada por la cámara parece imposible: los segmentos actuados son vistos por algunos como los más sinceros, mientras que una plática supuestamente directa, abierta, entre el obrero y el inmigrante, es calificada como una suplantación de la realidad: si no hubiera estado ahí la cámara, esos dos, el obrero y el africano, no estarían hablando.

Al final, el cineasta y el intelectual, Rouch y Morin, discuten y caminan, seguidos por la cámara. Parece que no hay posibilidad de asir la verdad-verdad, están de acuerdo los dos. La cámara transforma lo que toma y ellos dos, discutiendo muy sesudamente sobre el tema mientras los vemos en pantalla, son el mejor ejemplo de esa aseveración. El cinéma-vérité no existe: larga vida al cinéma-vérité.


Crónica de un Verano se exhibió hoy en la Cineteca Nacional.

Comentarios

Josafat M. dijo…
Y lo digo de la mejor manera, qué triste reflejo.
Aquí es cuando sale a relucir la ignorancia de uno. No conocía a Rouch(¡!).

Pero la buscaré y la veré. Aunque el cinema verité no es mi hit . (Sí, ya sé que no existe, pero soy más partidiario de la artificialidad que el cine es capaz de crear y sostenar).
Paxton: hay mucho que conocer en estos territorios. Y el cine de Rouch es material de canales culturales, cineclubes, universidades... No es fácil verlo.

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