Yo sí vi Los Sopranos (ya lo sé: who cares?)
**En un capítulo clave de Los Sopranos (1999-2007), Carmela (Edie Falco) hace una cita con un anciano psicólogo en busca de consejo. Ya no soporta a su marido, Tony Soprano (James Gandolfini), el jefe de la mafia de New Jersey: ya no quiere vivir con él y teme que su nefasta influencia destruya a los hijos de ambos, la determinada Meadow (Jamie-Lyng Sigler), y el pasivo Anthony Júnior (Robert Iler).
El viejo psicólogo ve a través de Carmela. Palabras más, palabras menos, le espeta a la vulgar y fiera mujer: “usted nunca va a dejar a su marido: usted desea el dinero, vive por él y para él, está perdida y también lo están sus hijos. La única oportunidad que tiene es irse: no se lleve un centavo de su casa, meta a sus hijos en un auto y no vuelva nunca más. Pero yo sé que no lo hará. Por eso no quiero su dinero. Y, por cierto, esta es la única ocasión en que la veré”.
**Esa memorable escena encierra el corazón moral de la más grande teleserie que ha producido la televisión norteamericana en toda su historia (¿exagero?: acaso un poco): estamos ante los avatares de una familia estadounidense cualquiera, común y corriente (padre confuso, perdido y permisivo; madre estricta cuya autoridad se va diluyendo; hijos adolescentes/jóvenes que están madurando) cuya actividad es el crimen, el robo, el fraude, el contrabando, el gangsterismo sindical… Sabemos que nunca debimos sentirnos atraídos por un tipo como Tony Soprano –lo vimos asesinar en más de una ocasión- y entendemos que Carmela nunca fue la seria matrona moralista que a veces pretendió ser –es manipuladora, agresiva, materialista-, pero nunca los pudimos hacer a un lado. Nos comprometimos demasiado con ellos. Como Carmela con su vida de lujos.
**Hace apenas unos meses terminaron de exhibirse en México los nueve episodios finales de Los Sopranos en donde vimos cuál fue el destino de Tony, su familia de sangre y su otra “familia” (o “famiglia”), la que le dio tantos o más dolores de cabeza. O, mejor dicho, no vimos nada , pues el desenlace de Los Sopranos fue, para bien o para mal, fiel a la premisa dramática de la serie creada por David Chase: nunca cumplir con las expectativas del espectador.
**Desde el lejano “piloto” hasta su debatido episodio final, Los Sopranos se caracterizaron por romper todas las expectativas del público: he aquí un jefe mafioso que va con una psicóloga (Lorraine Bracco) debido al estrés de su trabajo (¿cuando hizo eso Don Corleone?); he aquí a grupo de gángsteres que no conocen de complejas maniobras económicas/políticas como sus similares creados por Coppola, pues sus actividades son tan prosaicas como robar un trailer o hacerse de un motel; he aquí a un grupo de personajes que en el momento en el que aprendemos a quererlos, su creador nos recuerda que son asesinos desalmados que pueden matar hasta por una propina; he aquí, finalmente, uno de las más complejas crónicas socio-culturales que haya entregado la televisión estadounidense en el nuevo siglo: el retrato de una sociedad que ha perdido todo sueño de grandeza.
**Las cosas no son como antes, dice Tony Soprano: ya no existe más el ideal del vaquero estoico y callado, como el Gary Cooper que todos quisiéramos ser. Ahora todos vamos con el psicólogo para que se compadezca de nuestros fracasos, de nuestras ansiedades, de nuestro conformismo. El sueño americano está muerto, dice Tony. Y él, mostrándose ante nosotros cada fin de semana en HBO durante los últimos ocho años, fue la mejor, la más fascinante, muestra de ello.
**La verdad, extraño mucho a este mafioso, asesino y sociópata: los gángsteres reales, ésos que nos tienen rodeados en los sindicatos, en nuestra ciudades en nuestros estados , en nuestro país, nunca han sido, ni de lejos, tan interesantes.
El viejo psicólogo ve a través de Carmela. Palabras más, palabras menos, le espeta a la vulgar y fiera mujer: “usted nunca va a dejar a su marido: usted desea el dinero, vive por él y para él, está perdida y también lo están sus hijos. La única oportunidad que tiene es irse: no se lleve un centavo de su casa, meta a sus hijos en un auto y no vuelva nunca más. Pero yo sé que no lo hará. Por eso no quiero su dinero. Y, por cierto, esta es la única ocasión en que la veré”.
**Esa memorable escena encierra el corazón moral de la más grande teleserie que ha producido la televisión norteamericana en toda su historia (¿exagero?: acaso un poco): estamos ante los avatares de una familia estadounidense cualquiera, común y corriente (padre confuso, perdido y permisivo; madre estricta cuya autoridad se va diluyendo; hijos adolescentes/jóvenes que están madurando) cuya actividad es el crimen, el robo, el fraude, el contrabando, el gangsterismo sindical… Sabemos que nunca debimos sentirnos atraídos por un tipo como Tony Soprano –lo vimos asesinar en más de una ocasión- y entendemos que Carmela nunca fue la seria matrona moralista que a veces pretendió ser –es manipuladora, agresiva, materialista-, pero nunca los pudimos hacer a un lado. Nos comprometimos demasiado con ellos. Como Carmela con su vida de lujos.
**Hace apenas unos meses terminaron de exhibirse en México los nueve episodios finales de Los Sopranos en donde vimos cuál fue el destino de Tony, su familia de sangre y su otra “familia” (o “famiglia”), la que le dio tantos o más dolores de cabeza. O, mejor dicho, no vimos nada , pues el desenlace de Los Sopranos fue, para bien o para mal, fiel a la premisa dramática de la serie creada por David Chase: nunca cumplir con las expectativas del espectador.
**Desde el lejano “piloto” hasta su debatido episodio final, Los Sopranos se caracterizaron por romper todas las expectativas del público: he aquí un jefe mafioso que va con una psicóloga (Lorraine Bracco) debido al estrés de su trabajo (¿cuando hizo eso Don Corleone?); he aquí a grupo de gángsteres que no conocen de complejas maniobras económicas/políticas como sus similares creados por Coppola, pues sus actividades son tan prosaicas como robar un trailer o hacerse de un motel; he aquí a un grupo de personajes que en el momento en el que aprendemos a quererlos, su creador nos recuerda que son asesinos desalmados que pueden matar hasta por una propina; he aquí, finalmente, uno de las más complejas crónicas socio-culturales que haya entregado la televisión estadounidense en el nuevo siglo: el retrato de una sociedad que ha perdido todo sueño de grandeza.
**Las cosas no son como antes, dice Tony Soprano: ya no existe más el ideal del vaquero estoico y callado, como el Gary Cooper que todos quisiéramos ser. Ahora todos vamos con el psicólogo para que se compadezca de nuestros fracasos, de nuestras ansiedades, de nuestro conformismo. El sueño americano está muerto, dice Tony. Y él, mostrándose ante nosotros cada fin de semana en HBO durante los últimos ocho años, fue la mejor, la más fascinante, muestra de ello.
**La verdad, extraño mucho a este mafioso, asesino y sociópata: los gángsteres reales, ésos que nos tienen rodeados en los sindicatos, en nuestra ciudades en nuestros estados , en nuestro país, nunca han sido, ni de lejos, tan interesantes.
Una versión de este artículo se publicó en REFORMA el fin de semana en el que terminó Los Sopranos.
Comentarios
Será que nunca sentí atracción por los gangsters fílmicos, ni mucho menos por los reales.
Buen puente.
Por muy lejos, la mejor serie que he visto en mi vida... Por cierto, ya la venden a precio razonable (la segunda parte de la última temporada)en sus tiendas favoritas de video en versión nacional.
Pero coincido, Los Sopranos nunca fueron complacientes y menos lo iban a ser en el final.
Todavía tengo la pequeña esperanza de que HBO junte mucho dinero y le haga una oferta que no pueda rechazar a James Gandolfini jejeje...