Rosetta


Acaso nunca antes en la historia del cine se ha mostrado la cantidad de trabajo que hay que hacer cuando no se tiene trabajo. Después de que es echada a la fuerza de su trabajo temporal en una fábrica de alguna ciudad belga, la adolescente siempre en movimiento Rosetta (debutante Emilie Dequenne, Mejor Actriz en Cannes 1999) regresa a su pinchurrienta casa rodante para lidar con su alcohólica y emputecida madre (Anne Yernaux), quien es capaz de hacer una felación por un bote de cerveza. Antes o después, la incansable Rosetta cruza cual perro callejero una autopista, se cambia sus zapatos por unas botas de plástico para cruzar el fangoso bosque por el que vive, revisa sus múltiples trampas colocadas a la orilla de un verdoso lago para ver si algún pez mordió el anzuelo, negocia con una mujer el precio por una ropa de segunda mano que repara su mamá cuando no está borracha, va a alguna oficina gubernamental para pedir inútilmente su seguro de desempleo, entra infructuosamente a cualquier lado a pedir chamba...

Tengo la impresión que el cuarto largometraje de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, Rosetta (Ídem, Francia-Bélgica, 1999), es aún más pertinente hoy, en medio de esta crisis global que padecemos, que cuando se exhibió en Cannes hace una década, cuando arrasó con varios de los premios mas importantes -Mejor Actriz, Mención Especial del Jurado Ecuménico, la misma Palma de Oro a la Mejor Película- ante el escándalo de un sector de la crítica, que apuntaba que tenían más méritos otras cintas que estaban en competencia, en especial Todo sobre Mi Madre (Almódovar, 1999) o Una Historia Sencilla (Lynch, 1999).

Es fácil entender el origen de aquella lejana polémica: mientras las sólidas obras maduras de Almodóvar y Lynch nos ofrecen un discurso fílmico mucho más redondo y estructurado, Rosetta se muestra como una impresionista crónica sucia y desgarradora en constante tiempo presente. No es perfecta ni parece buscar la perfección: no hay tiempo ni ganas de florituras estilísticas porque Rosetta misma no tiene tiempo ni de pensar: si se distrae un momento, no sobrevive. La búsqueda de un "verdadero trabajo" por parte de la voluntariosa muchachita es la búsqueda de su lugar en el mundo. Por eso mismo, llegado el momento, Rosetta estará dispuesta a casi todo -a dejar morir a alguien, a traicionar a la única persona que ha sido amable con ella- por tener esa chamba que le dará una posición en el mundo, una forma de vida. La que sea.

Los Dardenne trabajan aquí con una estrategia visual y narrativa diferente a la de su anterior película, La Promesa (1996): no hay aquí profusión de elipsis cortantes sino, al contrario, una acumulación de hechos y rutinas que, al inicio, parece invitarnos al tedio pero que, poco a poco, insidiosamente, nos ubica en la desesperación, en el ahogo, de la protagonista. La cámara en mano de Alain Marcoen no deja un instante sola a Rosetta -de hecho, podría apostar que no hay un solo minuto de los 94 que dura la cinta en el que ella no aparezca en el encuadre-, así que seguimos los afanes de esta jovencita no tanto como testigos sino como mudos participantes y hasta cómplices de sus decisiones. Por lo mismo, el abrupto desenlace abierto apenas si alivia la tensión: ¿puede salir Rosetta del hoyo económico/social/existencial/moral en el que se encuentra? Quiero pensar que sí, por ella. Quiero pensar que sí, por todas ellas.

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