Hidalgo, la Historia Jamás Contada
Al cine nacional, no se le dan las biopics. Y a las pruebas me remito: ¿recuerda usted una biografía fílmica realmente importante en la más que centenaria historia del cine mexicano? Por lo menos, yo no. Es cierto que hay filmes históricos memorables como Vámonos con Pancho Villa (De Fuentes, 1935), pero en esta cinta “el Centauro del Norte” no es el personaje central –aunque, eso sí, es el mejor Villa de toda la historia del cine mexicano.
De ahí en fuera, nuestros héroes son precoces mártires (El Joven Juárez/Gómez Muriel/1954), figuras paternales/populacheras (los tres filmes villistas dirigidos por Ismael Rodríguez con Pedro Armendáriz como Villa, tan bien parodiados por Los Polivoces: “jejeje, muchachito”) y bostezantes monumentos a la solemnidad (Aquellos Años/Cazals/1972) o a la escuela actoral mexicana conocida como “engarróteseme ahí” (Zapata en Chinameca/Hernández/1987).
En este deprimente contexto, no le ha ido nada bien al llamado “Padre de la Patria”. Hasta antes de Hidalgo, la Historia Jamás Contada (México, 2010), Don Miguel Hidalgo y Costilla había aparecido, con voz engolada, con la mirada fija en la Historia (así, con mayúsculas) y encarnado por Julio Villarreal, en La Virgen que Forjó una Patria (Bracho, 1942) y, poco antes, en una película que ni García Riera vio, ¡Viva México! (Contreras Torres, 1934), en donde el cura Hidalgo fue interpretado por Paco Martínez. Así pues, a menos que haya otra película que desconozca, el tercer largometraje del teatrero, director de telenovelas y ocasional cineasta Antonio Serrano, es la tercera cinta mexicana que tiene como personaje central al cura iniciador de la guerra de independencia.
Tengo la sensación que Serrano y su guionista, el escritor Leo Eduardo Mendoza, trataron de sacudirse de tal manera toda acusación de solemnidad, que se fueron al otro extremo. El Hidalgo de Serrano/Mendoza, interpretado por Demián Bichir, es un rebelde, inconforme e intelectual bon vivant que decidió ser sacerdote no por vocación sino por presión de su padre y porque ahí, bajo el manto protector de la Iglesia, puede dedicarse a lo que realmente le gusta: leer, discutir, bailar, tocar el violín, jugar a las cartas, corretear mujeres… y montar obras de teatro.
Todo lo anterior, en efecto, está documentado –léase la minibiografía Hidalgo, escrita por Jean Meyer (Ed. Clío)- y es cierto, también, que Hidalgo tradujo al español el “Tartufo” de Molière, que su casa era llamada despectivamente “la Francia chiquita” y que, en efecto, sostuvo varias relaciones amorosas y que fue, literalmente, “padre de más de cuatro”. Lo que no es tan cierto es que Hidalgo no tuviera vocación sacerdotal: de hecho, uno de los argumentos que se usaron en contra de él en su juicio frente a la Santa Inquisición fue, precisamente, que cómo era posible que un hombre tan sabio, tan santo y tan dedicado a su feligresía, había caído tan bajo para rebelarse contra la Corona y la Santa Iglesia. El tipo era un teólogo avezado, sus sermones eran atractivos y el interés por sus feligreses no se circunscribía a decir sólo la misa sino a atenderlos ahí donde ellos estaban y cuando lo necesitaban.
Serrano y Mendoza se toman ciertas libertades históricas entendibles: el Obispo Abad y Queipo (Marco Antonio Treviño) no fue ningún villano reventón sino un obispo progresista y liberal, protector incluso de Hidalgo -aunque luego fue quien lo excomulgó; y el envío del propio Hidalgo a San Felipe Torresmochas no fue un castigo ni un destierro, sino un premio, pues en esa parroquia tenía un salario más elevado que como rector del Colegio de San Nicolás, en Valladolid (pasó a ganar 4 mil pesos anuales por los 1,200 que cobraba en la rectoría, según el libro de Jean Meyer).
En todo caso, estas inexactitudes son lo de menos. Si alguien quiere saber quién fue Hidalgo, que lea a los historiadores del siglo XIX (de Alamán a Bustamante, pasando por Mora), que tanto lo debatieron. El asunto aquí es dilucidar si la película funciona o no como tal, independientemente de las pocas o muchas libertades que se toma. Y en este sentido, mi respuesta es negativa: el filme nunca termina de funcionar.
En primera instancia, el Hidalgo de Bichir nunca me convenció: aplaudo la desmitificación del cura de Dolores, pero hay varias ocasiones en la que el personaje se le resbala al actor, quien en cierto momento habla como cualquier chilango al que lo acaban de empujar en el metro (“¿Entonces, qué”, le dice, muy bravo, con acento capitalino, al detestable Clérigo Ramírez, bien interpretado por Gerardo Trejo Luna). Los matices del personaje histórico –un intelectual de primera, un hombre práctico del campo y la industria, un hombre alegre de juergas y francachelas… ¿cómo se convirtió en un caudillo implacable que permitió varias masacres horrendas?- se le escapan a Bichir, que tampoco tiene mucho asidero en el redundante guión de Leo Eduardo Mendoza.
La idea central de Mendoza es que Hidalgo, más que cualquier otra cosa, quiso ser un actor, un hombre de teatro. Por eso, cuando el acaudalado comerciante Don José Quintana (Juan Ignacio Aranda, otro actor secundario que está mejor que los principales) le propone al nuevo cura de San Felipe Torresmochas montar una obra de teatro, Hidalgo elegirá –y traducirá- el Tartufo como una forma de reflejar la hipocresía social que le rodea. De hecho, esto es lo mejor de la cinta: las escenas del montaje tienen una vitalidad y gracia que el resto del filme carece por completo.
Por desgracia, más allá del montaje especular de Molière, la cinta no va para ninguna parte. Construida con base en sucesivos flashbacks subjetivos de Hidalgo poco antes de ser fusilado en julio de 1811 en Chihuahua, la “historia jamás contada” se convierte precisamente en eso: una historia que jamás cuenta nada. Un par de escenas para mostrar el caos de la revolución de independencia –una de ellas, la matanza de españoles dirigida por el torero Marroquín en Guadalajara, permitida por Hidalgo-, un epílogo en el que Hidalgo se encuentra con un tal Allende rumbo al curato de Dolores y todo lo demás son las intrigas del Clérigo Ramírez, la tenaz resistencia de Hidalgo, las fiestas de él con sus amigos y la belleza deslumbrante de Ana de la Reguera, quien se ve suculenta en esos vestidos que realzan toda su pechonalidad.
Parece mentira, pero el Hidalgo de Alejandro Tomassi y Televisa en Gritos de Muerte y Libertad resultó, de lejos, más interesante, por lo menos, como interpretación actoral y como audaz lectura histórica. Eso sí: a Televisa le faltó Ana de la Reguera y sus vestidos.
Comentarios
¿Una biopic decente nacional? Mmmm... Esto puede dar para la entrada de mañana.
Tyler: Cuando Annakin se pone intenso y mira fijo-fijo hacia la cámara, señalando que se hizo re-malo.
Pero no puedo opinar, no la he visto. Ahora tengo curiosidad de ver el personaje en televisa, ¿seguirá...?
Saludos.
De momento no recuerdo ninguna, pero de las malísimas hay una de Pedro Infante donde interpreta al compositor del Himno Nacional y otra ¿o es la misma? que termina con el mismo actor enfrentado a su padre en la batalla de Puebla. Simplemente horrorosa.
Para que vean que el nacionalismo aberrante y aturdidor no es nada más de ahorita.
Sí, creo que Sobre las Olas es la biopic más salvable del cine nacional. Es ágil, entretenida e Infante, fiel a sí mismo, se emociona, chilla, se emborracha... Dirigida por Don Ismael, por supuesto. Sí... No recuerdo otra biopic realmente lograda. ¿Alguien sí?
A propósito, qué "injusto" (por decirlo así) que el propio cine mexicano no haya podido hacerle una biopic decente a su máxima estrella, Pedro Infante. Está ese docudrama de homenaje donde Angel Infante recrea escenas de la vida de Pedro pero, la neta, es muy aburrido.
Más reciente (es un decir, que me lo hace decir mi percepción cada vez más equivocada de que fui adolescente apenas antier), Campanas Rojas, con Franco Nero como John Reed, Jorge Reynoso como Villa y Jorge Luke como Zapata. A mí me aburrió aunque hay varias escenas que recuerdo muy bien, pero todas tienen que ver con mi mente quinceañera, aún impresionable por las palabrotas y chichis al aire en el cine. Y en la pantalla, también...
Con que a Ana le falten sus vestidos es más que suficiente.
"¿Biopic mexicana que valga la pena?"
La de Quién es el Sr. López.
También está "Su Alteza Serenísima" de Felipe Cazals, que más que un repaso de la carrera política y militar de Santa Anna, hizo un relato/exploración muy libre de sus últimos días. Me pareció por momentos interesante o por lo menos no fue una desgracia como "Kino".
Y bueno, está "La sombra del caudillo". Claro que no es biopic, pero me parece que los personajes son claramente identificables.
Saludos,
Jorge
La diferencia entre los buenos biopics y el resto es que los primeros son verosímiles. No se trata de ser completamente veraces, pues -al igual que como pasa con las novelas históricas y biográficas- es perfectamente válido interpretar o inventar ciertas situaciones, así como crear personajes ficticios que alternen con los históricos.
La cuestión es que la película te cree la ilusión de que las cosas pasaron tal y como te lo proponen, lo que claramente no pasó con esta de Hidalgo.
Jorge.
Biopic interesante... Mmm... Sí, la de Juventino Rosas es la única memorable pa´l recuerdo. Nomás. Lo demás da una hueva tremenda (incluyendo esta de Hidalgo, pudor y lágrimas... Me da igual).
La del Goyo Cárdenas no oficial, Josafat, pásele al blog, allá está, curiosamente, algo sobre ella (El Profeta Mimi).
Qué mala esta película. Pero la comprendo. En una entrevista, Bichir dijo que se la llevaron pedos todos durante el rodaje. Y sí, lo dijo casi así.
Por cierto, sobre su cualidad actoral ¿Qué rollo? Con Soderbergh bien que pudo mantener su Fidel sin problemas aparentes, pero aquí, en cada escena, se la llevaba resbalándose cabrón ¿Un asunto del director?
Y parece que se está preparando una película de este personaje, basada en cierto guión de teatro.
Saludos,
Jorge
Goyo escribió varios libros. El más famoso es Calda 16, aunque también andan por ahí unos que se llaman: Adiós Lecumberri, Pabellón de Locos y uno que parece título de película setentera de jóvenes en Acapulco: Una mente turbulenta.
Sobre las películas ¿Son más de tres, no? Está una porno, mítica, cuyo título sería El Asesino de Mujeres o algo así. Luego está Profeta Mimi, que nada más tiene en común lo de las prostitutas y los lugares de los crímenes. El asesino será más Higinio Sobera de la Flor. Luego está Santa Sangre de Alejandro Jodorowski, que conoció a Goyo cuando éste salió de la cárcel y se convirtió en esa celebridad cultural deefeña que hasta homenaje en el Congreso de la Nación tuvo. Se inspiró en él para esa película. Luego, el documental de Salvador Mendez: Goyo, del 2003. Y desde hace dos años se rumora de una película basada en la obra de teatro de Hugo Rascón Banda... Pero hay dos directores que dicen que ellos son los meros meros que la harán: Gilberto Trujillo y Julio César Estrada. Listo.
Si alguien busca el DVD de Sobre las olas, asegúrese de que sea la de 1950, con Pedro Infante. Han sido advertidos.
Guillermo: Hubiera podido ser una interesante biopic. Pero no. Yo no terminé ni el primer DVD.
Jorge: Si, La Sombra del Caudillo es fuera de serie. A la altura de El Compadre Mendoza. Las dos grandes alegorías sobre la Revolución y el Madruguete político en México. Pero no son biopics, claro.
Jorge again: Sí, el problema no son las libertades que se tomaron con Hidalgo. El asunto es que no es creíble: no entiendes como ese cura cabuleador, mujeriego y teatrero se convirtió en caudillo. Por lo menos, a mí no me pareció nada claro.
Duende: Buen punto. Bichir, en efecto, hizo un buen Fidel. Aquí no: se le resbaló el personaje. Puede ser el director o, acaso, el guión no le dio oportunidad de construir un personaje creíble.
Joel: Ah, caray, esa sé que existe pero no la he visto.
Por cierto, según el autor de "Memorias de un loco anormal", Usigli se basó en Goyo Cárdenas para crear el Archibaldo de la Cruz de la novela "Ensayo de un crimen". Por supuesto, la película de Buñuel se aleja bastante de la novela, por lo que la figura de Goyo quedaría muy diluida.
Saludos,
Jorge
Eso sí, nunca entendí la Química Orgánica.
Por tanto, nada más peligroso que un teatrero enojado. Aguas INBA, aguas CONACULTA, aguas todos ellos... Podrán sobajar a los indígenas, a los vendedores ambulantes, a los narcos... Pero el día que toquen a un teatrero... ¡Arderá Troya!
Duende: Ardera Troya... Peor aún: escribirán una obra de teatro "comprometida". Mejor que arda Troya.