Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXVI



Mañana psicotrópica (México, 2016), de Alejandro Aldrete. Una de las mejores películas mexicanas que vi en el 2016 se estrena -y de manera limitada- apenas ahora. La triste historia de nuestra dizque nueva "Época de Oro". Mi crítica, acá. (** 1/2)

Frantz (Ídem, Francia-Alemania, 2016), de Francois Ozon. El más reciente largometraje de Ozon es un remake de una cinta no muy conocida de Lubitsch, Remordimiento (1932), a su vez basada en una pieza teatral de Maurice Rostand. Aunque parezca mentira, la película de Ozon es mejor que la de Lubitsch, formal y temáticamente. Mi crítica en la sección Primera Fila de Reforma del viernes pasado. (** 1/2)

Más fuerte que el destino (Stronger, EU, 2017), de David Gordon Greene. Sobre un bestseller autobiográfico del sobreviviente al atentado terrorista del Maratón de Boston en el 2013, Jeff Bauman, el otrora prometedor cineasta independiente David Gordon Green (George Washington/2000, Tú y yo/2003, Legado de violencia/2004) entrega una convencional película digna del Hallmark Entertainment sobre un tipo que perdió las dos piernas en una de las explosiones del maratón cuando estaba alentando a su exnovia y que por esa desgracia se convirtió en uno de los símbolos de la ciudad, como lo anunciaba el eslogan "Boston Strong".
Es cierto que el guion de John Pollono entrega un retrato ambivalente de Bauman, bien interpretado por Jake Gyllenhaal: un tipo alegre, buena onda, chistosón, pero también irresponsable, indolente e incapaz de estar a la altura de su sólida novia deportista Erin (Tatiana Maslany). El hecho de que un tipo tan poco admirable como este sea el símbolo de la ciudad es irónico -y el hecho se subraya en más de una ocasión a lo largo de la cinta- pero el director carece del talento necesario -vamos, David Gordon Green está muy lejos del Clint Eastwood de La conquista del honor (2006)- para trascender los clichés de esta edificante historia.
Un último detalle: el pivote dramático por el cual Bauman termina aceptando su responsabilidad como símbolo de la ciudad sucede cuando se encuentra con el tipo que lo salvó minutos después del atentado, cierto costarricence grandote y sombrerudo llamado Carlos (Carlos Sanz) que le cuenta parte de su vida y la razón por la que estaba en el maratón. El monólogo es adecuadamente sentimental  y Sanz lo dice con la suficiente convicción, aunque no deja de resultar una puesta al día del condescendiente cliché del "negro santo" que transforma al "blanco en problemas", con la novedad de que el santo en cuestión es un latino y no un negro. Bueno, pero por lo menos ya es ganancia: el tal Carlos no es un violador ni un "bad hombre". (*1/2)

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