Distrital 2016: Estrenos mexicanos/III
Mañana Psicotrópica (México, 2015), segundo largometraje del regiomontano Alexandro Aldrete (opera prima no vista por mí Oliendo a Perro/2011, productor ejecutivo de la meritoria cinta regia Cumbres/Nuncio/2013), ha sido presentado en sociedad chilanga en la sección de estrenos nacionales de Distrital 2016.
No he visto aún toda la selección mexicana de Distrital -me faltan un par de cintas por ver- pero esta película de Aldrete ha sido, para mí, la más grata sorpresa del festival. Aunque el guion, escrito por el propio director autodidacta, no plantea nada realmente fuera de lo común -estamos frente a la crónica de un fin de semana de un grupo de chamacos indolentes en Querétaro-, la ejecución impecable de la historia -incluyendo su atractiva musicalización- y esa mirada abierta, sin moralina alguna, hacia sus personajes, me terminó ganando por completo.
En las antípodas de cierto cine mexicano de esta década (Los Muertos/Mohar Volkow/2014, Los Herederos/Hernández Aldana/2015, el cortometraje Princesa/Zonana/2014) y más cercana en el espíritu a la pequeña película también "provinciana" Somos Mari Pepa (Kishi, 2013), el retrato de la juventud que aparece en Mañana Psicotrópica -su êthos: lo que hacen, lo que dicen, lo que bailan y lo que se meten (y se meten de todo)- no le sirve a Aldrete para expresar una visión depresiva y deprimente del mundo que les tocó vivir a estos chavos, sino todo lo contrario.
Cierto, uno como espectador de cierta edad y cierta ñoñez puede tener muchas dudas si la forma de vida de estos muchachos puede sostenerse mucho tiempo -vaya, ¿no van a estudiar nunca?, ¿algún momento van a dejar de pistear?, ¿de verdad creen que meterse tanta cochinada es algo bueno?-, pero es difícil no compartir su entusiasmo, su alegría, su generosidad y hasta no terminar contagiado por su dicha inicua de perder el tiempo.
Dividido en cinco ágiles viñetas ("Hongo gigante", "Los Difuntos", "Home Alone", "Mañana Psicotrópica", "Candyflip") y con una espléndida banda sonora en la que se combina música electrónica nacional con piezas de Chopin, Offfenbach o Elgar, he aquí, pues, el fin de semana que viven el joven recién salvado del suicidio Lito (Marcelo Galán) y su ocioso primo Koko (Esteban Velasco), cuando el primero llega a Querétaro desde Monterrey a visitar al segundo. A partir de ese momento y en los siguientes 90 minutos veremos al par de chavos consumir hongos, fumar mota, entrarle al aerosol, beber harta cerveza, inyectarse alguna cochinada y hasta entrarle a algo llamado ketamina -lo tuve que googlear para saber qué es eso: todos los días se aprende algo-, mientras se encuentran con amigos mutuos, participan en una ceremonia para despedir a un par de mascotas (un gato y un pescadito), se topan con una exnovia que se descubrió lesbiana y hasta organizan un "evento de beneficencia" para alivianar a un camarada a la que "la tira" lo trae de puerquito.
Aldrete apela a la solidaridad, más que al juicio. Es claro que este grupo de muchachos no tiene futuro no porque no lo tenga en realidad, sino porque todos ellos viven en el momento, en un presente siempre efímero, sostenidos en una red de camaradería a toda prueba, idealizada por los honguitos que consumen con singular alegría. Si el espectador ve con desconfianza a los personajes, es porque él los quiere ver así; Aldrete no solamente los abraza incondicionalmente sino que, incluso, llega a proponer (¿provocadoramente?, ¿irresponsablemente?: usted decida) que Lito ha recuperado su gusto por la vida no a pesar de las drogas sino gracias a ellas. Ora sí que el verde (y los psicotrópicos) es vida.
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