La Gran Apuesta
¿Alguien
lo vio venir? Para sorpresa de mediomundo, el realizador
especializado en comedias Adam McKay, cineasta de cabecera de Will Ferrer y
director ocasional de Saturday Night Live ha cambiado bruscamente no de tono, pero
sí de temática en su sexto largometraje,
La Gran Apuesta (The Big Short, EU, 2015).
Tomando elementos estilísticos y
narrativos de los dos grandes maestros del cine neoyorkino –la edición
frenética y la banda sonora al estilo de Martin Scorsese, el rompimiento
constante de la cuarta pared y la aparición oportuna de celebridades al modo de
Woody Allen-, he aquí que estamos en la Gran Manzana en marzo de 2005, cuando
el doctor –no en economía, sino médico de verdad- Michael Burry (Christian
Bale, muy convincente), un genio autista de las finanzas, llega a la conclusión
de que el mercado hipotecario estadounidense está a punto de colapsarse, pues
bancos y calificadoras han estado engañando durante varios años a inversionistas,
gobierno, administradoras de fondo y a quien se deje.
La conclusión de Burry es audaz y,
al mismo tiempo, cínica: jugar “la gran apuesta” del título en español en
contra de los bancos –en contra de todo el sistema financiero, en realidad-
para hacerse multimillonario en el camino. Un oleaginoso intermediario (Ryan
Gosling bronceado, narrador de la historia) también se da cuenta por su parte,
un par de jóvenes inversionistas (John Magaro y Finn Wittrock) se enteran por
casualidad poco después, así que muy pronto otros se unen a la misma apuesta:
un misántropo y neurótico administrador de fondos (Steve Carell) y un recluido
millonario y financiero semiretirado (el coproductor Brad Pitt).
Aunque el origen sobre la gran
crisis financiera de 2008 ya tiene por lo menos una gran cinta en su haber –El Precio de la Codicia (Chandor,
2011), muy superior en el fondo y en la forma-, McKay merece puntos extras por
intentar explicar para los legos como quien esto escribe los puntos finos sobre
la raíz del desastre. Así pues, celebridades como Margott Robbie (en una tina
llena de burbujas), el chef Anthony Bourdain (en la cocina de un restaurante) o
la cantante Selena Gómez (en la mesa de un casino), explican brevemente cómo
empezaron los bancos a comprometerse con las hipotecas, qué son los SWAPS o por
qué tanto relajo con los CDO’s.
Las más de las veces la explicación
da en el blanco aunque tampoco es fundamental que le entienda a todo –aclaro:
yo no le entendí a lo que discutían a gritos los distintos personajes-, pues el
objetivo del filme es muy elemental: realizar una dinámica y muy entretenida
crónica de un desastre anunciado, incubado desde las administraciones de
Reagan, alimentado bajo las de los dos Bush y Clinton, y estallado en los
bolsillos de la clase media americana –y del resto del mundo.
Si hay un problema en La Gran Apuesta es su inclinación por el
exceso, que termina por agotar y agotarse. Es cierto que lo mismo se podría
decir de El Lobo de Wall Street
(2013), la reciente obra mayor scorsesiana, pero la diferencia es obvia: los
excesos estilísticos y temáticos scorsesianos son genuinamente delirantes, no
brindan descanso al espectador, y resisten la tentación del didactismo y la
moralina, mientras que en La Gran
Apuesta, a través de los personajes interpretados por Brad Pitt y,
especialmente, Steve Carell, se nos entrega un discurso moral que, de cualquier
manera, termina perdiéndose entre tanta música, tantos saltos de edición,
tantos gritos histéricos y tantos movimientos de cámara (in)justificados.
Queda
la sensación que, al final de cuentas, el McKay coguionista no confió lo
suficiente en el McKay cineasta para sostener su discurso indignado/indignante.
Hizo mal. Que la película no se derrumbe entre sus manos es testimonio de que,
al final de cuentas, el director favorito de Will Ferrell hizo un muy buen trabajo.
Comentarios
Esta es la segunda crítica que leo. Coincido de nuevo, y agrego: a mí me parece que en el "mensaje" aquí hay buitre encerrado. Abrazo