Lo más sencillo es complicarlo todo
Hacia la mitad de Lo más sencillo es complicarlo todo (México, 2018), tardío tercer
largometraje del hacedor de comedias René Bueno (7 mujeres, un homosexual y Carlos/2004, Recién cazado/2009), mi mente empezó a divagar acerca de la importancia
que tiene, especialmente en el cine industrial, el peso de la estrella de cine.
Y escribo “estrella”, no actor ni actriz, ya que no necesariamente son lo
mismo.
Lo más sencillo es complicarlo todo es un
vehículo de lucimiento de la exactriz infantil ya muy crecidita Danna Paola (la
Patito de “Atrévete a soñar”/2009, la protagonista de un maravilloso gif
multi-usos), quien encarna a Renata, una guapa adolescente de 17 que, por
añadidura, es también una niña fresa, egocéntrica y, ¿muy cinéfila? El asunto
es que Renata se entera que el mejor amigo de su hermano,
Leonardo (el barbilindo Alosian Vivancos), de quien ha estado enamorada desde
que ella era una bebé, se va a casar con “la mujer perfecta” Susana (Marjorie De
Sousa despampanante). Así que, aprovechando unas vacaciones en Puerto Vallarta
a las que asisten tanto Leonardo como Susana, Renata, con la complicidad
bobalicona de su mejor amiga Valeria (Daniela Wong), tratará de hacer todo lo
posible no solo para que la citada pareja rompa el compromiso sino para que
Leonardo se dé cuenta que el verdadero amor siempre ha estado enfrente de él. O
sea, ella misma: Renata.
Como
podrá darse cuenta el lector, el guion original escrito por el propio cineasta
es una suerte de re-elaboración de la premisa de La boda de mi mejor amigo (Hogan, 1997), con Danna Paola en el
lugar de Julia Roberts. Solo que, en esta versión, la saboteadora es una
adolescente y el galán no es “su mejor amigo” sino una especie de hermano mayor
postizo (lo que, por cierto, en estos tiempos de histeria puritana, no deja de
ser, sin querer, bastante provocador: la aprendiz de seductora es una jovencita
de 17 años que quiere atrapar a un hombre inocente y mucho mayor que ella).
De
cualquier manera, es más o menos lo mismo: tanto en la película hollywoodense
de 1997 como en la cinta mexicana recién estrenada, la protagonista es una
mujer egocéntrica, inescrupulosa y manipuladora que no se detendrá un momento
hasta lograr lo que busca. Las diferencias radican en la actriz protagónica y su carisma... o la falta de él. La Julia Roberts de La
boda de mi mejor amigo es calculadora y malvada, pero nunca deja de ser, al
mismo tiempo, graciosa y simpática. Es decir, a pesar de su constante comportamiento
nefasto, el espectador no deja de estar al lado de ella. ¿Por qué pasa esto?:
en parte, es cierto, porque el guion está bien escrito; en parte, porque la Roberts es una auténtica
estrella de cine. Imposible no amarla, por más que se porte mal.
Por
supuesto, usted pensará que comparar a Danna Paola con Julia Roberts es un abuso. Está bien, piense usted ahora en la Silvia Pinal de los años 50/60.
Ella podría haber interpretado a un personaje como el de Renata dotándolo de simpatía
y personalidad. Por desgracia, Danna Paola carece de estas virtudes y los interminables monólogos confesionales que le escribió Bueno tampoco ayudan:
convierten a Renata en un personaje molesto e irritante. Diluyen cualquier simpatía que uno pudiera sentir por ella.
Menos ayuda la plana dirección de
Bueno, incapaz de inyectarle el mínimo timing
cómico a la historia y no se diga su inexistente dirección de actores, con
Danna Paola desatada, mientras Vivancos y De Souza subactúan, como para
compensar.
Eso sí, Bueno se entretiene montando,
a lo largo de la película, homenajes cinematográficos de todo tipo, con la
coartada de que Renata es una cinéfila empedernida que relaciona todo lo que le
sucede con el cine. Así, la vemos a ella y a otros miembros del reparto
interpretar, en las fantasías interiores de Renata, escenas claves de Lo que el viento se llevó, Un final inesperado, Fiebre del sábado por la noche, Belleza americana, Los duelistas (¿o Barry Lyndon?), Gilda y hasta alguna secuencia
de cine silente que, debo confesar, fue lo único que me causó gracia. Pero esto
se debe a mi placer culpable por “la Tesorito”. Shame-on-me.
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