En línea: Nocturama
Nunca exhibida comercialmente en México, pero
disponible en Netflix desde fines del año pasado, Nocturama (Ídem, Francia-Alemania-Bélgica, 2016), octavo
largometraje del prácticamente desconocido en México Bertrand Bonello (L’Apollonide/2011, Saint Laurent/2014), se estrenó en París en julio de 2016, unos
meses después de los atentados terroristas de noviembre de 2015 ocurridos en la
propia Ciudad Luz.
El
dato es pertinente porque, aunque la película había sido terminada cuando
sucedieron los atentados, lo cierto es que, por la forma y el fondo del filme, Nocturama terminó siendo mucho más
provocadora de lo que, probablemente, habría pretendido Bonello.
La
cinta está claramente dividida en dos partes. Inicia a las 14:07 de cierto día
con el seguimiento de una decena de jóvenes –el más chico tendrá 15 años, el
más viejo no más de 30- que preparan lo que en su momento veremos como varios
atentados terroristas simultáneos: una bomba estalla en una torre comercial,
otra en un edificio de gobierno, un banquero es asesinado en su propia casa,
una estatua de Juana de Arco es incendiada...
En
esta primera parte, la cámara de Léo Hinstin sigue con frialdad procedimental
cada paso que dan estos muchachos mientras que la precisa edición sin crédito
–supongo que del propio cineasta- juega con los tiempos y las acciones, de tal
forma que la narración avanza, retrocede, se mueve de forma paralela mostrando
desde distintas perspectivas los atentados o aparecen flashbacks claves sobre
cómo se conocieron y cómo empezaron a planear sus actos criminales.
Cuando
termina esta primera sección, que funciona como un espléndido thriller, vemos a los terroristas llegar
a un enorme centro comercial en donde se refugiarán durante la noche, mientras
ven por televisores las consecuencias de sus crímenes, se prueban ropa de las
mejores marcas, comen y beben lo que desean, escuchan la música de su
preferencia y hasta uno de ellos interpreta vía fonomímica, maquillado y
bajando soberanamente por las escaleras, “My Way”, en la versión de Shirley
Bassey.
Por
supuesto, esta segunda parte es la que causa mayor escozor, pero por lo mismo,
resulta ser la más fascinante de la cinta. Provocadoramente (¿e irresponsablemente?),
Bonello despoja de toda ideología clara a los terroristas. Es obvio que los
muchachos no forman parte de una organización islámica y, por lo demás, el grupo
es lo más diverso posible: hombre y mujeres, magrebíes y blancos, alguno de
clase alta, otro de estrato más popular, un par de hermanos, una pareja de
novios…
La
misma policía los identifica rápidamente como “enemigos del Estado”, no
terroristas, lo que hace aún más confusa la posición: ¿por qué hicieron lo que
hicieron?, ¿qué buscan obtener?, ¿la destrucción por la destrucción misma?,
¿son anarquistas hípsters-chic de última generación? El nihilismo que mueve a
estos muchachos los convierte no en los revolucionarios que acaso quieren ser
(pero, otra vez, ¿eso quieren ser?), sino en lamentables zombis que, como en el
irrebatible clásico Dawn of the Dead
(Romero, 1978), ante la destrucción del mundo en el que habitan/vegetan, no
tienen otro universo existencial más que meterse a un mall.
La
cinta termina como inicia, con otro despliegue procedimental que no describiré
aquí, pero que, como toda la película, resulta ser fascinante y repelente a la
vez. La forma y el fondo de Nocturama
no se funden, sino chocan una con otro en un desenlace que nos niega toda
tranquilidad posible.
Comentarios