The Wire (2002-2008)
Finalmente, me armé de valor, blandí mi tarjeta de crédito y me hice de las temporadas 4 y 5 de The Wire (2002-2008). Y como en algún momento todo tiene que acabar -ya lo aprendimos, de la peor manera posible, con Los Sopranos (1999-2007)-, me armé todavía de más valor para acabar, en sendos maratones, con las dos temporadas que me hacían falta. Dicho de otra forma, estoy sufriendo un síndrome de abstinencia fatal.
El mundo de la adicción, del tráfico de drogas, de los negocios limpios del crimen organizado, del lavado de dinero, del juego legal para mantener a los capos en el negocio aunque estén tras las rejas, los sindicatos corrompidos hasta la médula, el juego político que acaba incluso -o antes que nada- con las buenas intenciones que puedan existir, el periodismo carroñero que deforma todo como otra forma de adicción, la cultura policial y la de los puchadores como espejos deformantes uno del otro, la escuela como una lejana posibilidad de salir del agujero, el agujero mismo como único lugar de encuentro posible para quien todas las puertas han sido cerradas, y la puerta abierta de un sótano que señala que también puede existir el final feliz... aunque sea para uno, para el que quiera, para el que pueda.
Quien empiece a ver los primeros episodios de The Wire no se encontrará con nada del otro mundo: policías persiguiendo a traficantes de drogas. Qué remedio, qué novedad. Pero si uno tiene la paciencia de quedarse pegado frente al televisor, viendo un episodio tras otro, empezará a ver cómo la magia de la teleserie creada por David Simon empieza a trabajar: algún personaje que apenas si ha abierto la boca se volverá central, otro que parecía un imbécil se convertirá en una suerte de genio, el héroe profesional toda integridad casi hawksiano romperá todas las reglas posibles sólo para demostrar que tiene la razón, la piltrafa más despreciable tendrá oportunidad de redimirse, el más legendario de los ladrones terminará en un -literalmente- juego de niños, los grandes amigos se traicionarán a sabiendas, y el juego de la droga, el dinero y la política, seguirá ahí, incólume, en Baltimore -y en Nueva York y en Culiacán y en Tijuana y en Veracruz y en Tamaulipas y en Juárez...-, pues la guerra contra la drogas no es una guerra en realidad, como dice Carver en el primer episodio... Y es que una guerra se gana o se pierde. Y contra las drogas no se puede hacer ni una cosa ni la otra.
Cuando escuché el comentario en audio de David Simon en el primer episodio, recuerdo que el creador de The Wire afirma que él pensó en esta teleserie como si fuera una gran novela con muchos personajes que iban a ir apareciendo a lo largo de muchos episodios. Y como en toda gran novela, no siempre los mejores personajes aparecen en las primeras páginas, dice Simon. Hasta menciona, de pasada, a Moby Dick, de Melville: "El capitán Ahab no está en el inicio", dice Simon. "Qué pesado el tipo... Compararse con Melville", recuerdo que pensé. Mi pensamiento estaba equivocado. The Wire, Los Sopranos, Six Feet Under, Mad Men... He aquí el equivalente de esas grandes novelas decimonónicas que creaban universos tan grandes, complejos y completos que uno resiente cuando tiene que dejarlos.
PS. Por cierto, quiero dejar sentado que no me habría atrevido a revisar The Wire sin las entusiastas recomendaciones de los camaradas de cinécdoque (especialmente Mauricio) y de Fernanda Solórzano, cuyos más articulados y más disfrutables argumentos pueden ustedes leer aquí y acá.
El mundo de la adicción, del tráfico de drogas, de los negocios limpios del crimen organizado, del lavado de dinero, del juego legal para mantener a los capos en el negocio aunque estén tras las rejas, los sindicatos corrompidos hasta la médula, el juego político que acaba incluso -o antes que nada- con las buenas intenciones que puedan existir, el periodismo carroñero que deforma todo como otra forma de adicción, la cultura policial y la de los puchadores como espejos deformantes uno del otro, la escuela como una lejana posibilidad de salir del agujero, el agujero mismo como único lugar de encuentro posible para quien todas las puertas han sido cerradas, y la puerta abierta de un sótano que señala que también puede existir el final feliz... aunque sea para uno, para el que quiera, para el que pueda.
Quien empiece a ver los primeros episodios de The Wire no se encontrará con nada del otro mundo: policías persiguiendo a traficantes de drogas. Qué remedio, qué novedad. Pero si uno tiene la paciencia de quedarse pegado frente al televisor, viendo un episodio tras otro, empezará a ver cómo la magia de la teleserie creada por David Simon empieza a trabajar: algún personaje que apenas si ha abierto la boca se volverá central, otro que parecía un imbécil se convertirá en una suerte de genio, el héroe profesional toda integridad casi hawksiano romperá todas las reglas posibles sólo para demostrar que tiene la razón, la piltrafa más despreciable tendrá oportunidad de redimirse, el más legendario de los ladrones terminará en un -literalmente- juego de niños, los grandes amigos se traicionarán a sabiendas, y el juego de la droga, el dinero y la política, seguirá ahí, incólume, en Baltimore -y en Nueva York y en Culiacán y en Tijuana y en Veracruz y en Tamaulipas y en Juárez...-, pues la guerra contra la drogas no es una guerra en realidad, como dice Carver en el primer episodio... Y es que una guerra se gana o se pierde. Y contra las drogas no se puede hacer ni una cosa ni la otra.
Cuando escuché el comentario en audio de David Simon en el primer episodio, recuerdo que el creador de The Wire afirma que él pensó en esta teleserie como si fuera una gran novela con muchos personajes que iban a ir apareciendo a lo largo de muchos episodios. Y como en toda gran novela, no siempre los mejores personajes aparecen en las primeras páginas, dice Simon. Hasta menciona, de pasada, a Moby Dick, de Melville: "El capitán Ahab no está en el inicio", dice Simon. "Qué pesado el tipo... Compararse con Melville", recuerdo que pensé. Mi pensamiento estaba equivocado. The Wire, Los Sopranos, Six Feet Under, Mad Men... He aquí el equivalente de esas grandes novelas decimonónicas que creaban universos tan grandes, complejos y completos que uno resiente cuando tiene que dejarlos.
PS. Por cierto, quiero dejar sentado que no me habría atrevido a revisar The Wire sin las entusiastas recomendaciones de los camaradas de cinécdoque (especialmente Mauricio) y de Fernanda Solórzano, cuyos más articulados y más disfrutables argumentos pueden ustedes leer aquí y acá.
Comentarios
Saludotes
Lo malo es si me muero antes.
Para ser serie, y policial, es notable como no dependen de un personaje central carismatico, aunque todos llegan a serlo (sea McNulty, Bunk, Bell o el antiheroe de muchos Omar) Y lo mismo hay de rescatable en sus personajes, como en sus dialogos (del hermano Mouzon que tiene más muertos que un cementerio chino) como en sus problematicas y sobre todo lo que tienen que hacer para resolverlas (hace años en un foro, debatieron muchisimo todo el arco donde Bunny legalizaba las drogas en 3 cuadras)
Yo crei que nomas no te gustaba, comunmente siempre esta el debate entre cual ha sido mejor, si esta o Los Sopranos y los fans de cada una tienden a repeler a la otra.
Que bueno que comentas de ella. A mas de uno le dara curiosidad revisar esta maravilla.
Lo que me gusto del final de The Wire es que subraya la naturaleza ciclica de la narrativa: Dukie se hace el nuevo Bubbles, Michael el nuevo Omar, Marlo el nuevo Barksfield, etc..como dices Ernesto,las guerras se ganan o se pierden; esta namas se regenera.
Lo que daria por ver algo igual de preciso, investigado, desarollado y extraordinariamente escrito y actuado sobre la guerra contra las drogas aqui en mexico.
Kolinazo: Por desgracia, la televisión mexicana, como dijo alguna vez Azcárraga papá (no abuelo) "se hace para los jodidos".
Ah, y Azcarraga fue un mamon de lo peor.
PS. Mándame el libro como archivo adjunto a mi correo, hay que te explique cómo uno de tus alumnos.
Poeta: Además de Pelecanos, hay otros guionistas y novelistas negros extraordinarios, como Dennis Lehane (Gone Baby Gone) y Richard Price (Clockers).