Nueva York a Escena


A lo largo de Nueva York a Escena (Synecdoche, New York, EU, 2008), opera prima del guionista mind-fucker Charlie Kaufman (guiones de ¿Quieres Ser John Malkovich?/Jonze/1999, Confesiones de una Mente Peligrosa/Clooney/2002, El Ladrón de Orquídeas/Jonze/2002, Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos/Gondry/2004), abundan las claves que nos advierten que lo que estamos viendo no es una película común y corriente. Al inicio, por ejemplo, cuando el hipocondríaco director teatral Caden Cotard (Philip Seymour Hoffman) se queja con su distante esposa Adele (Catherine Keener) de las múltiples dificultades innecesarias que enfrenta con la obra que está montando –una versión juvenil de La Muerte de un Viajante, de Arthur Miller-, la mujer le responde, lacónica: “Pero así eres tú, complicado”. Y en el desenlace, cuando un avejentado Cotard le dice a su adorada imposible de toda la vida Hazel (extraordinaria Samantha Morton) que él, en realidad, es muy divertido, la mujer le contesta, impávida, sin aceptar réplicas: “No, no lo eres”.

En efecto: el esperado debut fílmico de Kaufman –considerado por algunos como uno de los mejores filmes del 2008 y por otros como uno de los más grandes fiascos de la temporada- es complicado y no muy divertido (a menos que la visión solipsista/masoquista de un creador en su laberinto sea el tipo de diversión que usted prefiere). Más aún: el filme tiene algunos segmentos tediosos y, en lo personal, me provocó un estado depresivo que no me lo pude sacudir en varios días. Y, sin embargo, habiendo escrito todo lo anterior, déjeme apuntar algo más: se trata de la película más audaz y demandante que he visto en el año. Y otra cosa: creo entrever que esos defectos anotados antes –el tedio y la depresión que me provocaron- son parte indisoluble del sentido último del filme. Es más: sin el aburrimiento y sin la desesperanza, Nueva York a Escena no sería tan efectiva como es.

Pero déjeme trata de resumir la historia. Aunque el dramaturgo y director teatral Cotard tiene un gran éxito con su adaptación de La Muerte de un Viajante, el tipo está imposibilitado para ser feliz: su mujer –una talentosa pintora miniaturista de influencia baconiana- con todo e hijita de cuatro años, lo abandona para irse a vivir a Berlín con una amiga/amante lesbiana (Jennifer Jason Leigh); descubre que sufre de una extraña condición que le impide salivar, por lo que tragar comida se vuelve una odisea; vive preocupado por el color extraño de las heces que inspecciona continuamente; llora cada vez que quiere hacer el amor y no siempre lo puede hacer… ¿Le sigo?

Ni la jugosa beca de la Fundación McArthur cambia su vida realmente: al recibir ese legendario apoyo que se le da sólo a los “genios artísticos”, Cotard decide no escapar de la miseria en la que vive sino convertirla en arte. Así, renta un enorme hangar abandonado en algún lugar de Manhattan y decide crear un cerrado y controlado mundo en el cual monta su vida misma, su vida entera: su fallido segundo matrimonio con la guapa actriz Claire (Michelle Williams), su platónica relación amorosa con la inasible Hazel (Samantha Morton), sus insufribles rutinas, sus innumerables problemas médicos… No se trata sólo de revivir esas escenas, sino de reconstruir todo a su alrededor: habitaciones, edificios, calles, teatros. Cotard contrata a un tal Sammy Barnathan (Tom Noonan) para que interprete su papel –algo que no es difícil: Sammy ha seguido a Cotard durante 20 años y lo conoce al dedillo-, a Tammy (Emily Watson) para que encarne a Hazel y a la propia Claire para que actúe de sí misma. Pero el asunto, previsiblemente, se complica: el tiempo pasa, los ensayos se suceden, los escenarios crecen y crecen… En algún momento dado nos enteramos que ya pasaron 17 años y la obra –cuyo nombre cambia continuamente- no ha sido mostrada al público aún: los extras ya son cientos o acaso miles, la “ciudad” de Cotard sigue creciendo y el avejentado dramaturgo –ya calvo, siempre enfermo, con bastón en mano- necesita ahora de otro alter-ego, pues Sammy está interpretando a Cotard y ¿no Cotard está dirigiendo esa obra de teatro en donde aparece el mismo Sammy? Por supuesto: por eso mismo, ahora Sammy necesita a otro actor –un segundo falso Cotard- a quien dirigir. (Lo que significa que también se necesita una segunda Hazel y… bueno, usted entiende).

Esta mise en abîme resulta demencial en sí misma: un juego de muñecas rusas que no tiene fin porque, acaso, para tratar de buscarle una explicación racional a todo esto –como si Kaufman la necesitara-, lo que hemos estado viendo es el delirio de un pobre diablo provocado porque la llave del lavabo se le estrelló en la frente. O, mejor aún, si esta explicación es demasiado vulgar para usted, estamos ante el delirio intelectual de un autor –que no es Cotard sino una tal Millicent Weems (Dianne Wiest), quien encarna la última versión del propio Cotard en la obra de teatro- que se está imaginando todo lo que hemos visto hasta llegar al desesperanzador final, en el que ella, terminante, le ordena al Cotard original (o sea, a Phillip Seymour Hoffman) que ya se muera y nos deje en paz. Porfavorcito.

Y por si no fuera poco, dejados caer por aquí y por allá, abundan los guiños buñuelianos (Hazel vive en una casa en llamas y no es metáfora: su hogar se está quemando), escenas escatológicas más bien gratuitas (¿necesitamos ver en primer plano las heces de Cotard?), elementos argumentales de corte fantástico (el diario de la hija de cuatro años de Cotard, Olive, que sigue escribiéndose solo en la medida que la niña crece), momentos insoportablemente crueles (el diálogo en el lecho de muerte entre una crecida Olive que sólo habla alemán y un lloroso Cotard) y uno que otro momento de respiro cómico-fársico (la relación de Cotard con la sexy psicóloga interpretada por Hope Davis).

Nueva York a Escena es el filme de un creador ambicioso, qué duda cabe. Tal vez demasiado ambicioso para su propio bien, si es que esto es posible. Y es que Kaufman tiene tantas ideas tan alocadas, tan originales, que, a veces, uno tiene la sensación que no sabe qué hacer con ellas. Sin tener un director como intermediario esta vez –es decir, sin Spike Jonze, sin George Clooney, sin Michel Gondry-, Kaufman ha mostrado todo lo que puede hacer, todo lo que tiene en la cabeza, todo lo que él es. Otros grandes cineastas han intentado este mismo tipo de exploración personal/psicológica/existencial sobre sí mismos y su arte en anteriores ocasiones: Fellini en el clásico irrebatible 8 ½ (1963), Bob Fosse hacia el temprano final de su carrera en All That Jazz (1979), Woody Allen hace mucho tiempo en su discutida Recuerdos (1980). Pero Kaufman lo ha hecho en su primera película. En su debut. En la primera ocasión que funge como director. ¿Qué sigue ahora? Para ser francos, da un poco de miedo pensarlo.

Comentarios

Joel Meza dijo…
Tendré que armarme de valor para verla pronto. Lo malo es que, por lo que ya ví (los primeros veinte minutos) no la quiero ver acompañado, así que tendré que buscar el momento. Alguna madrugada, supongo. Espero poder comentarla en los siguientes días, antes de que se enfríe (aunque veo que entre los otros lectores ni siquiera se ha empezado a calentar).
Mr. K. nunca me había importado mucho, hasta ahora. SNY es un genuino delirio condescendiente y para nada faltó de "eso" que sólo podría llamar autoinmolación que, al menos en mi caso, me encantó. No me sumió ni en estado depresivo ni nada (es más, sé que puedo estar medio dañado por decirlo, pero jamás me había reído tanto en el último año... Máxime con esa primera media hora). Y una vez que terminó, qué necesidad, lo sé, pero volví a verla por mero gusto. Así gasté 4 horas y cacho de mi vida hace unos meses. Ahora bien, recordando cosas extravagantes leídas por ahí, viene a mi cabeza ese asunto que trató una vez Lacan (y que, de mi parte, leí con su sobrevalorado hijo bastardo, el "tal" Zizek), que eso que llamamos “realidad” está compuesto por tres espacios/estadios: lo real (vivencial), lo simbólico (lo que “producimos”) y el imaginario (lo que pensamos, deseamos, queremos… Y jamás tendremos). Por ende, el tal “hecho creativo” puede considerarse una mera extrapolación del individuo en sus dos planos autónomos (el consciente/el inconsciente), que pueden, a su vez, de quererse más que de preverse, leerse como una autobiografía “de contrabando” del referido autor. Así, cuando se ve cronológicamente la obra de alguien, sin saltarse nada, sin dejar fuera nada, quizá pueda alcanzarse a apreciar parte de esa vida, que en primera instancia calificamos como “guiños” dentro de la obra. Por ello aplaudo a Mr. K. ahora, pues ahora, libre de esas ataduras impuestas por esos otros directores, comienza lo que parece ya su apuesta: sea en ese plano “real” o en el “simbólico” o en el “imaginario”, el señor encara, de momento, la arquitectura del edificio-museo en el que, tal parece, encerrará su obra… Quizá para después prenderle fuego y regodearse con las cenizas… Quizá para que se le vaya y se le prenda veladoras. El chiste es que ahí está y ahí vamos… Pocos, muchos… Qué importa… Ahí vamos.

Y ya me calenté.
Christian dijo…
Pero por qué te dejó en un estado depresivo por algunos días esta cinta Ernesto?

Por la extraña forma de ser del personaje central? o fue el "mood" en general que transmita la película?
jejeje, hace 6 meses el Duendecillo se vomitaba en Kauffmann. Ahora lo adora.

:P
Por el sentimiento general de la cinta, Tyler, pero también por el personaje central. Una combinación de ambas razones.

Paxton: Es de sabios cambiar de opinión. El Duende tuvo su camino a Damasco. Ya falta que cambie en cuanto a Raimi y Pixar.

Duende: Lo que comentas es lo que dice, de cierta manera, el propio Kaufman en una entrevista reciente en Sight and Sound: "Me acusan de solipsista pero, ¿no todo lo que sé y experimento lo hago a través de mi propia idea de la realidad? ¿De que otra cosa sé más que de yo mismo?" En efecto, se puede ver esta película como la primera obra genuinamente autobiográfica de Kaufman (más que Adaptation, de hecho).
Y, es cierto, acepto que hay momentos muy graciosos (por ejemplo, la forma en la que muere cierto personaje de la trama, hacia el final, es digno del más seco y humorístico Buñuel), pero el tono general me parece más oscuro. De alguna forma, más cerca al escéptico Allen de Recuerdos que al vitalista Fellini de Ocho y Medio o al cínico bon vivant de Fosse de All That Jazz, otras torcidas autobiografías libérrimas hechas por los propios cineastas sobre sí mismos (o sobre sus propias imágenes públicas, que no es lo mismo, pero se parece).
Joel Meza dijo…
No se hable más: hoy gasto $15 en rentarla para soltarles mi rollo. Apelaré, en mi defensa y previniendo cualquier reacción adversa, a la admiración por Kaufman que tenemos mi esposa y yo. Y siempre le puedo echar la culpa a la cena si me siento mal.
Sí Paxton... Vi esta película y debo aceptarlo... Me gustó. Qué se le va a hacer... Cuando veas G.I. Joe me entenderás. El sentimiento será el mismo... O sales corriendo a comprarte a la Baronesa en juguete o de plano te haces de una copia en Blu Ray del Rey Escorpión.

Jo.
Joel Meza dijo…
La mona de la Baronesa... ¿Todavía hacen los G.I. Joes con pelo verdadero?
No... Son de plástico. Pero digamos que la nueva mona de la baronesa viene anatómicamente calcada del modelo original. Lo malo es que no venden, de momento, a Scarlett.

Por cierto, sé de un fulano que quizá mi estimado conozca, que con gusto se ganaría una beca nomás para rentar una bodega vacía para hacer una miniatura de Los Mochis Sinaloa... Y luego la llenaría con monitos de papel maché. Cada uno sería una persona que él conoce... Y al final de todo... Jo... Se pondría a jugar su vida haciendo voces.
Josafat M. dijo…
Siempre he admirado a Kauffman, sin duda el mejor guionista contemporáneo. La idea de SNY es muy parecida al video de Bachelorette de Björk, el cual fue dirigido por Gondry, quizá haya una retroalimentación artística en ellos, abajo el link del video:

http://video.google.es/videoplay?docid=8700243660640496152&ei=JrOVStGpFKb0qgK18tm8Bw&q=bachelorette+bjork
Me da miedo los pies de la chinita esa de nombre impronunciable. No veré ese video Josafat. Me da escalofrío.
Rackve dijo…
Por fin la pude ver Synecdoche, New York , ultimamente muy pocas películas me dejan pensando tanto tiempo, Kauman es uno de los mejores guionistas de esta epoca (tambien agregaria a Zach Helm), a mi no se me hizo tediosa, tiene un ritmo de la película podría paracer lento y esto se atribuye por el tema, para las dos horas que dura, me atrapo.
Concuerdo con el duende, aunque no es de risa loca, tiene momentos de humor negro (no se si involuntario) que me mataron de la risa, como cuando va por primera vez a Berlin por su hija.

Kauman como director, creo que se le sale un poco de la manos su propio guion, como que hubo algo que no termino de cuajar (sigo en proceso de entender que es), a lo mejor tendre que verla otra vez como el duende.

Pero valio la pena la espera y poder verla. Y vere Adaptation, le he tenido miedo a esa pelicula, porque creo que es un tabicote,
Joel Meza dijo…
Rackve, Adaptation a mí me hizo reir a carcajadas. De tabicote, nada, por cierto.
josafat M. dijo…
Adaptation es sumamente divertida.
Rackve: No, no creo que sea un tabicote. De hecho, es bastante más ligera que Synecdoche...
Rackve dijo…
Entonces con mayor razón vere Adaptation, no se porque tenía la creencia de que era un tabicote, pero ya con esa aclaracion, no me queda mas que ir a rentarla.
mauricio dijo…
Lo único que resentí de la película es que fuera demasiado inteligente en lo que denominas como "un juego de muñecas rusas".El concepto del hombre como fantasma de sus propias ruinas me fascinó y me dolió. Kaufman,obviamente, es un genio tan frustrante como fascinante. De hecho, su texto podría ser rehecho a manera de play por diversos directores, quines acentuarían sus porpias obsesiones. Ejemplo: imaginen: Lars Von Tries's "Sinécdoque, NY,", por ejemplo.Los límites de Sinécdoque son los límtes de la destreza narativa de su autor.
P.D. Personas como Kaufman son la viva muestra de que las películas no se pueden evaluar del uno al 10. Ni de lejos es una peli disfrutable,pero ah, ¡qué jodidamente estimulante es!
Exacto, Mauricio. Estimulante. Pero no disfrutable. O, bueno, sí: pero un modo torcidamente jodido.

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