8va. Semana de Cine Alemán/II
En sentido estricto, no hay muchas novedades en el más reciente largometraje del veterano cineasta alemán Andreas Dresen. No es novedad, por supuesto, el adulterio ni el triángulo amoroso ni el amour fou que termina o provoca alguna tragedia ni el affaire entre un hombre y una mujer de edades dispares y ni siquiera el soft-core geriátrico que vemos en pantalla -con desnudos frontales incluidos-, pues no hace mucho tiempo Carlos Reygadas nos provocó en su opera prima Japón (2002) con la visión de un coito entre un hombre maduro y una anciana indígena.
Si en algo vale la pena Entre Nubes (Wolke Neun, Alemania, 2008) es por el poder de observación de Dresen, un cineasta nacido en la parte excomunista de Alemania y cuya amplia carrera fílmica y televisiva -prácticamente desconocida en México a no ser las cintas Aves de Paso (1999) y A Mitad de la Escalera (2002), exhibidas en la Cineteca- se ha desarrollado después de la unificación de las dos Alemanias.
La trama es simple: un matrimonio aparentemente feliz se derrumba cuando ella se enamora de otro hombre. La mujer, Inge (Ursula Werner), tiene más de 60 años, una hija mayor, varios nietos, y un marido buenazo, Werner (Horst Rehberg), que se acaba de jubilar. El hombre, también en sus 60 primaveras, puede que sea algo aburrido -se entretiene escuchando viejos discos LP con sonidos de trenes, su idea de un buen fin de semana es viajar por tren sin rumbo fijo mirando hacia la bella campiña germana-, pero se ve que no es mal tipo: atiende a su mujer cuando ésta se enferma después de que se fue de coscolina y la lluvia la sorprendió, nunca deja de tener palabras amables para ella y hasta todavía las puede cuando la doña le quita el libro por la noche y le sugiere que es hora de cumplir con las labores propias de su sexo. Más aún: Inge y Werner han estado casados durante 30 años y aunque se entiende que se trata del segundo matrimonio de los dos y los hijos que tienen provienen de sus respectivos primeros enlaces, no hay duda de que han criado una familia estable y feliz.
La primera secuencia -antes incluso de que aparezcan los créditos del filme- nos ubica abruptamente en el sentido del filme y su muy directa narrativa: Inge le lleva unos pantalones que le arregló a un anciano vecino, Karl (Horst Westphal), y el tipo no termina de probárselos para ver si le quedaron bien, cuando él mismo se los está quitando para arrastrar a la apasionada mujer hacia la alfombra. Este primer coito adúltero -y los que seguirán- es tan explícito como podría ser uno similar en cualquier película europea en donde dos jóvenes hacen el amor. Es decir, hay desnudos parciales de los cuerpos unidos, desnudos frontales de él o de ella en algún otro momento, planos medios o completos del cuerpo de ella mostrando sus carnes frente al espejo... Los dos viejos no tienen pena por mostrarse en traje de Adán y Eva y la cámara de Michael Hammon menos pena aún en tomarlos así, mientras se ríen de sus propias leperadas después de hacer el amor o mientras se bañan en algún idílico laguito en medio de un intoxicante verdor primaveral.
¿Por qué Inge se deja llevar de esta manera? ¿Por qué echa al caño un matrimonio de 30 años con un hombre que, ella misma lo dice, nunca hizo "nada malo"? Es más: el tercero en discordia ni siquiera es más joven que el sufrido esposo sexagenario. Karl tiene, de hecho, 76 años y aunque no está nada ga-gá -es atlético, anda en bicicleta, nada a brazada limpia- tampoco es infalible, como se deja ver cuando, con una sonrisa divertida, le pide perdón a Inge por las penas que le hace pasar su pene penoso (diría Cabrera Infante).
El guión firmado por cuatro autores no es explícito en nada: ella se ha enamorado porque sí, porque el amor no conoce de lógica, porque no lo pudo evitar. No hay crueldad en Inge y, después de un arranque de incredulidad e indignación por parte de Werner, tampoco la hay en el decepcionado marido. Sin embargo, a lo largo de la funcional y nada enfática narrativa fílmica de Dresen se nos da alguna clave para entender lo que vemos.
El padre de Werner aún vive. El viejo, en silla de ruedas, ya ido, tendrá más de 80 años. Acaso más de 90. Werner e Inge lo visitan de vez en cuando. Lo sacan a pasear. Lo alimentan. Puede que no esté en las mejores condiciones, pero el anciano respira a sus 90 años de edad. Dicho de otra manera: la vida de Inge, la de Werner, con todo y sus seis décadas a cuestas, no está terminada. Cuando mucho ha entrado en su última etapa. E Inge, se entiende, quiere vivirla intensamente. Cueste lo que cueste. Y vaya que le cuesta.
Entre Nubes se exhibe hoy y el próximo sábado en la Cineteca Nacional.
Comentarios
Al terminar, algo ruborizada, pregunta a la niña que, no sin ojos como platos, ha seguido atentamente la disertación: "¿Por qué lo preguntas, hija?" "Porque en la escuela la madre superiora dijo que rece por el alma de mi abuelito para que no pene...")
Penoso. Pos hay que seguirle dando mientras uno siga respirando, supongo.