Ambulante 2012/III



No he visto los anteriores documentales de Victor Kossakovsky pero por lo que leí en la reseña de ¡Vivan las Antípodas! (Alemania-Argentina-Holanda-Chile, 2011) escrita por Leslie Felperin para Variety (publicada en agosto 31 de 2011), la caprichosa estructura narrativa de esta última cinta se repite en otros largometrajes dirigidos por el cineasta ruso: en Sreda (1997), Kossakovsky, nacido el 19 de julio de 1961, se dio a la tarea de investigar las vidas de otras personas nacidas el mismo día que él; I Loved You (2000) está centrado en el amor que se expresan tres parejas de distintas edades en distintos países y culturas; Tishe! (2003) nos muestra la vida diaria de San Petesburgo durante un año entero y vista a través de la misma ventana.
Es decir, el cine de Kossakovsky está interesado en la vida cotidiana de la gente común (¿microhistoria contemporánea?) y, para mostrarla, echa mano siempre de algún capricho formalista -una misma ventana, una misma fecha, un mismo tema- a través del cual nos recuerda que todos los que vivimos en este planeta compartimos más o menos las mismas rutinas, los mismos problemas, las mismas esperanzas, los mismos sinsabores. En ¡Vivan las Antípodas! se repite el esquema: vemos paisajes, personas y rutinas en cuatro pares de lugares que son, como dice el título, antípodas. Es decir, Entre Ríos, Argentina, antípoda de Shanghai, China; una zona volcánica de Hawaii y el pueblo de Kubu en Botswana; una casa a las orillas del Lago Baikal en Rusia y la casucha en donde vive un anciano rodeado de gatos en la Patagonia chilena; la playa de Castle Point, Nueva Zelanda, a donde llegó a morir una enorme ballena, y un bosquecito idílico en Miraflores, España.
El hombre-orquesta Kossakovksy -cineasta, fotógrafo y editor- se da vuelo jugando con el concepto visual/auditivo de comparar la vida en esa cuarteta de poblaciones antípodas: así, vemos al anciano chileno caminar por la fría Patagonia mientras escuchamos en la banda sonora la alegre música rusa proveniente del otro lado del mundo; la cámara que ha seguido en planos alejados a los dos hermanos que se encargan de cobrar el peaje en cierto puente de Entre Ríos, en Argentina, se mueve hasta colocarse completamente de cabeza, siguiendo a una camioneta que transita por el camino de terracería y, de repente, seguimos de cabeza pero ahora en un modernísimo free-way de la cosmopolita Shanghai; el paisaje rocoso hawaiino, rugoso y negro, se confunde con la piel oscura, rugosa, plomiza, de unos enormes elefantes que caminan tranquilamente en Botswana, dejando de pasada unas montañas de mierda; la pequeña vida animal de cierto bosquecillo español contrasta con la enormidad de una ballena muerta en una playa neozelandesa; transitamos por las populosas calles de Shanghai escuchando tango, mientras el solitario par de hermanos argentinos, al otro lado del mundo, platican de todo y de nada y, cuando la cámara se aleja, se dejan escuchar acordes de música china...
El juego de contrastes/coincidencias es fotográficamente bellísimo -hay algunas imágenes que valen por sí mismas- y la música no deja de ser humorosamente pertinente -el inicio es notable, cuando una suerte de raspador de tierra se mueve al ritmo portentoso de cierta pieza musical argentina- aunque creo, como lo señala muy bien Felperin en la reseña ya mencionada de Variety, que una pareja de antípodas menos -digamos, la de España/Nueva Zelanda- habría resultado en una cinta más corta, más concreta, más disfrutable e igual de valiosa. De todas maneras, ¡Vivan las Antípodas! me dejó con la suficiente curiosidad para ir a buscar la obra anterior  de Kossakovsky. Otro pendiente -otro más- anotado.

¡Vivan las Antípodas!  se exhibe hoy en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco a las 17 horas.


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