Exorcismo
Ya conocida en tierras mexicanas por Noche de Bodas (2000), presentada en la 40 Muestra Internacional de Cine en noviembre de 2002, la obra fílmica de Pavel Lungin ha vuelto con la muy superior Exorcismo (Ostrov, Rusia, 2006), que ya fue exhibida, hace varios meses, en el 27 Foro Internacional de la Cineteca Nacional.
El séptimo largometraje de Lungin tuvo el honor de cerrar, fuera de concurso, el Festival de Venecia 2007 y es fácil entender por qué fue elegido para hacerlo. Estamos ante la típica película de arte y “festivalera”: un notable drama religioso/trascendental dirigido con sobriedad y solvencia estilística por Lungin y protagonizada por el carismático Pyotr Mamonov, un exrockero ruso que, a partir de su trabajo actoral en Taxi Blues (1990) –opera prima del mismo Lungin-, se ha convertido en una de las figuras más interesantes del cine ruso post-soviético.
Norte de Rusia, 1942. Después de haberle disparado a su capitán por órdenes de los nazis, el soldado ruso Anatoly es dado por muerto por los soldados alemanes. Sin embargo, el muchacho ha llegado a la orilla de una pequeña isla en donde se encuentra un monasterio habitado por religiosos cristianos ortodoxos. Más de 30 años después, vemos que Anatoly (Mamonov) es un irreprimible monje que trabaja de sol a sol en la caldera del sitio, llevando calor a las celdas de sus compañeros y superiores. El Padre Anatoly no se lava nunca, se suelta cantando nomás porque sí, no se comporta como se debe en misa y le juega bromas pesadas a quienes le rodean, pero los habitantes de los alrededores llegan al monasterio para visitarlo a él, pues se ha ganado la fama de ser un hombre santo, un verdadero profeta. Anatoly no tiene, sin embargo, la mejor imagen de sí mismo: no puede borrar de su memoria el momento en el que le quitó la vida a alguien por miedo. Su muy ruda rutina diaria –cargar con el carbón, llevarlo a la caldera, dormir entre la suciedad y el hollín- sólo cambia por sus intensas letanías solitarias en donde pide el perdón del Altísimo.
Bien apoyado por la paleta casi monocromática de la cámara de Andrei Zhegalov –apenas bañada por los intensos amarillos que salen del fuego resguardado por el Padre Anatoly- y con la atrayente presencia protagónica de Mamonov –quien, por cierto, es un auténtico creyente ortodoxo-, Lungin nos entrega un ascético relato de fe, redención, humildad y perdón. Los actos “milagrosos” de Lungin nos son mostrados de manera directa, funcional, sin la estilización/visualización acostumbrada en este tipo de tramas: si un niño inválido empieza a caminar, lo hace así, sin más, sin énfasis de ninguna especie; si a una muchacha el Padre Anatoly le expulsa un demonio, no vemos nada más que las contorsiones de la jovencita y, luego, su posterior rostro de alivio, sin un solo efecto especial que nos indique la “santidad” de lo que acabamos de ver.
Así, la modestia del monje se extiende a la puesta en imágenes de Lungin: para este excéntrico “hombre santo” no hay nada de extraordinario en lo que él hace y el cineasta ha tomado esa misma posición. Los milagros suceden así, cotidianamente: basta abrir los ojos para verlos. Y Anatoly es lo único que nos pide.
Comentarios
Peo ya ni la friegan esos regios, en serio.
Para la encuesta ¿cuál es la película de la semana?
Se me antojó; hace siglos que no veo una buena película rusa -si excluyo "Guardianes de la noche".
Si mañana tengo chance, la veré; no creo que dure nada -creo que solo está en dos tristes salas de Cine Mark.
Saludos
Pues no se si ver Exorcismo.
Me impresionò, me emocionò y hasta me provocò carcajadas. Pero què fe y què fervor del hombre, alimento para el alma sin duda. Una obra maestra espiritual...
Saludos
FABIO