Yo soy Simón




Yo soy Simón (Love, Simon, EU, 2018), tercer largometraje como cineasta del prolífico productor televisivo Greg Berlanti (teleseries Dawson’s Creek, Riverdale, Supergirl), ha sido considerada, por algunos críticos estadounidenses, como un auténtico hito cultural. La razón no es por su originalidad temática o por su audacia formal. Más bien, por todo lo contrario.
            La historia, basada en la novela “Simon vs. the Homo Sapiens Agenda”, de Becky Albertalli, está ubicada en algún anónimo suburbio gringo de clase media alta, en donde vive el protagonista del título, un joven de 17 años llamado Simon (Nick Robinson), que está en su último año de prepa.
El tal Simon, nos dice él mismo vía voz en off, tiene una vida normal o, mejor dicho, perfecta: papás comprensivos (Jennifer Garner y Josh Duhamel), una hermanita menor encantadora (Talitah Bateman) y un grupo de amigos con los que comparte el café matutino, lo que soñaron un día antes y los (dis)gustos comunes de la edad. Vaya, hasta asiste a la prepa ideal, cuyo mayor problema son los chismes cibernéticos que se diseminan en cierto blog comunitario. Es precisamente en ese blog en el que Simon lee que otro anónimo compañero de la prepa, escondido tras el pseudónimo de “Blue”, tiene la misma bronca existencial que él: detrás de toda la perfección ya descrita, Simon es gay y aún no ha salido del clóset.
Eso es todo el drama contenido en el guion escrito por Isaac Aptaker y Elizabeth Berger: las dificultades que tiene el adolescente para sincerarse con sus papás, hermanita y amigos, y más aún cuando el desubicado que nunca falta –cierto compañero de teatro socialmente inepto (Logan Miller)- chantajea a Simon con la amenaza de publicar ciertos correos electrónicos comprometedores entre él y “Blue”, por lo que nuestro protagonista se ve obligado a traicionar a sus amigos.
De hecho, todo el asunto del chantaje no hace más que agregar enredos insustanciales a una historia tan sencilla como plana, tanto en la forma como en el fondo. Pero, acaso, en esto mismo radica su valía: estamos ante una blanda comedia romántica y de crecimiento juvenil que bien podría haberse realizado en los años 80, época de la explosión del subgénero en manos de John Hughes.
Su única novedad radica en que en una película del más puro mainstream hollywoodense, sin pretensiones de ser cine-de-arte (what-ever-that-means) ni Oscar bait –no es Luz de luna (Jenkins, 2016) ni Llámame por tu nombre (Guadagnino, 2017)-, se deslice, como si nada, la experiencia (más o menos) traumática de salir del clóset de parte de un adolescente gay cualquiera.
La valía de Yo soy Simón radica, pues, en normalizar esa experiencia; convertirla en un convencionalismo dramático más; transformarla en un inocuo palomazo de fin de semana. Si eso lo que buscaban los hacedores del filme, lo lograron con creces.

Comentarios

Champy dijo…
Frescura?

No sé donde leí que en la vida (supongo en las artes también), las aspiraciones conducen a frustraciones...creo que en éste caso no aspiraban a ser la nueva Obra de Arte del cine Gay, he ahí su valía, Frescura es ganancia.

2046
Champy: Probablemente sea cierto. Y por eso, acaso, el éxito económico.

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