Tuya, mía... te la apuesto
Creo que a estas alturas de la historia, deberíamos aceptar
que a México no se le da el futbol. Y no lo digo porque no pasamos del mítico
quinto partido en el Mundial, porque fallamos a la hora buena en los penales o
porque de repente sale un holandés malévolo, se deja caer con harta gracia, y ya
con eso nos meten un gol para descalificarnos. No, para nada. Déjeme precisar:
a México no se le da la combinación de cine y de futbol.
Sin
querer ser exhaustivo, la primera cinta valiosa -¿y la única?- sobre el futbol
en nuestro país fue Los hijos de Don
Venancio (Pardavé, 1944), con Horacio Casarín –estrella del Necaxa y luego centro
delantero del Atlante- como el vástago
rebelde del Don Venancio del título (el propio Pardavé, claro) que en lugar de
querer ser tendero, tenía la vocación de jugar el deporte de las patadas. Años
después, en Tirando a gol (Cisneros,
1965), Lola Beltrán y David Reynoso encarnaban a dos viudos que tenían sus
respectivos hijos jugando para las Chivas y el América y por ahí aparecían,
entre otros jugadores, el “Jamaicón” Villegas, célebre por el síndrome que
lleva su nombre. Pasamos a la siguiente década y encontramos El chanfle (Segoviano, 1979), con
Chespirito encarnando a un utilero y aguador que trabaja para el América.
Este
preámbulo es para señalar la estirpe poco respetable a la que pertenece Tuya, mía… te la apuesto
(México-Colombia, 2018), tercer largometraje del cineasta colombiano debutando
en México Rodrigo Triana.
El escenario es la Ciudad de México y el momento fílmico-dramático
es un inminente juego del Tri contra la selección gringa: si gana México, pasa
al Mundial. Más importante es el susodicho juego para el mediocre burócrata
chilango Mariano Cárdenas (Adrián Uribe), pues como dice el título, le apuesta
todo el dinero que tiene a su tío Pedro (José Sefami) de que la selección
ganará ese crucial partido que se jugará en el Azteca.
El
asunto es que el dinero apostado no es completamente suyo –una parte es de la
guapa esposa colombiana Luz Dary (Julieth Restrepo)- y que, además, ya con la
viada, Mariano le apuesta esa misma cantidad de dinero a su atrabiliario jefe
(Alejandro de la Rosa), que nomás está buscando un pretexto para correrlo.
Ignoro
lo que haya intentado hacer Triana en esta película, pero el guion –firmado por
Dago García, Luis Felipe Salamanca y José Luis Varela- se mueve entre la farsa
más chambona (los fallidos intentos de Mariano y su hermano Poncho/Carlos
Manuel Vesga por escaparse en medio de un velorio para ir al Estadio Azteca a
ver el juego) y la crítica social más fallida, pues el protagonista encarnado
por Uribe es un pobre diablo mediocre, mentiroso, mezquino, cobarde,
lame-cazuelas y come-cuando-hay que, además, está muy orgulloso de serlo.
En
una escena clave de la cinta, hacia el final, la esposa ninguneada Luz Dary le
dice al perfecto mexicano feo encarnado por Uribe que él no tiene remedio
porque “es lo que es”. El discurso fatalista/jodidista del filme no es nuevo –ya
lo escuchamos antes en la abismalmente mejor Mecánica nacional (Alcoriza, 1971)- pero es probable que nunca
antes se haya articulado de una manera tan estólida.
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