En línea: Una voz silenciosa
Va una obviedad en prenda, voy por ella: el cine
animado no es un género fílmico sino un modo de producción y no está destinado necesariamente para el consumo infantil. Que en Occidente el público olvide
estas obviedades se debe, en gran medida, a la enorme influencia en el cine de
animación de la Casa Disney, asociada desde sus inicios a un cine que es
sinónimo de películas infantiles.
Por
lo mismo, hay que alimentarse cada vez que se pueda del cine animado de otras
latitudes para constatar lo escrito en el párrafo anterior, más aún en un fin de semana cinéfilo tan pobre como el que tendremos en estos días. Como ejemplo, una película japonesa animadas
estrenada en la Ciudad de México en marzo de este año y disponible desde hace tiempo en streaming
en el sitio de Cinépolis Klic (www.cinepolisklic.com).
Se
trata de Una voz silenciosa (Koe no
Katachi, Japón, 2016), tercer largometraje de la especialista en animación
Naoko Yamada, cinta ganadora del Premio Anime Tokio 2017 a la Mejor Película y
al Mejor Guion.
El
reconocimiento al guion –escrito por la propia cineasta en colaboración con
Reiko Yoshida- es acaso el más justo que podría haber recibido: si en algo se destaca Una voz silenciosa no es tanto por la originalidad de su animación
sino por el complejo trazado de sus personajes, las inesperadas vertientes de
su historia y porque el relato está narrado desde un insólito punto de vista.
Ishida
(voz de Miyu Irino) es un adolescente con tendencias suicidas, sin amigos y que
vive aislado de sus compañeros de clase. Cinco años antes, cuando se encontraba
en la primaria, Ishida era muy diferente: un chamaco extrovertido, alegre y
relajiento que, nomás por joder, empezó a molestar a la nueva niña del salón,
la tímida sordomuda Nishimiya (voz de Saori Hayami). El acoso a la muchachita
empezó como juego, pero poco a poco fue escalando a agresiones más violentas y
crueles, sin que nadie interviniera, pues el resto de los niños igual participaban,
festejaban las “bromas” o, en el mejor de los casos, volteaban hacia otra
parte.
Sin
embargo, cuando finalmente las autoridades de la escuela tomaron cartas en el asunto, todo el
ecosistema cambió para el chamaco: el acosador empezó a ser acosado y el
burlador era burlado un día sí y el otro también. Años después, las cicatrices
siguen abiertas, así que Ishida se da a la tarea de buscar a Nishimiya, aunque
no queda claro para qué la quiere.
Si
estuviéramos ante una película hollywoodense cualquiera, usted sabría qué es lo
que sigue: la redención moral de Ishida, la atracción que sentirá ahora por la
niña que antes despreciaba, el aleccionador final feliz en el que la aceptación
de lo diferente esta fuera de duda. Por supuesto, nada de esto sucede.
No
voy a anotar qué pasa cuando se vuelven a encontrar Ishida y Nishimiya. Baste
decir que ese re-encuentro tienen consecuencias imprevisibles no solo para
ellos dos, sino para el círculo que los rodea y para los demás chamacos que
fueron sus compañeros de clase y que ahora, años después, reaccionan de muy
distinta forma al ver al abusador y a la abusada juntos, como si fueran los
mejores amigos.
Una voz silenciosa lidia con las
contradicciones y conflictos naturales de la adolescencia. Con su búsqueda de
la justicia y con su crueldad, con los primeros visos de lucidez y, por ende, con
los primeros indicios de lo que significa madurar: asumir las culpas y las
responsabilidades para luego, sin olvidar lo que sucedió y con plena conciencia
de lo que uno es, empezar a crecer.
Ahora que lo pienso, Una voz silenciosa sí tiene un final feliz, pero uno muy diferente
al que uno podría haber imaginado.
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