Un Gran Dinosaurio
Un
Gran Dinosaurio (The Good Dinosaur, EU, 2015), décimo-sexto
largometraje de Pixar y opera prima de Peter Sohn, es una de
las películas menores de la casa productora de la saga de Toy Story (1995-1999-2010)
y pareciera que los jerarcas de la compañía lo sabían desde el principio. De
hecho, la cinta se estrenó sin los bombos ni los platillos acostumbrados y,
aunque está muy lejos de ser un fracaso en taquilla -131 millones de dólares a
nivel mundial al momento de escribir estas líneas-, es claro que tampoco
aparecerá en el salón de la fama -económica- de Pixar.
La
película tiene una contradicción formal insalvable, ya señalada por el
cinecrítico británico Jonathan Romney: a un lado de una prodigiosa animación
hiper-realista -nunca antes la naturaleza animada se ha visto tan real: el
follaje, el cielo, las nubes, las montañas, el agua del río, la tierra-,
tenemos un grupo de personajes que parecen provenir de otra época en la
historia de la animación. Me refiero a la familia de dinosaurios a las que
pertenece nuestro protagonista, el joven diplodoco Arlo: todos ellos parecen
unos dinosaurios de plástico, tan elementales como para salir de una Cajita
Feliz de McDonalds, indignos de aparecer en el universo animado de este filme.
La
historia, sobre una idea desarrollada por Bob Petersen -coguionista de las
obras mayores Buscando a Nemo (2003) y Up: unaAventura de Altura (2009)- no es más que una elemental y
previsible bildungsroman aderezada por efímeros pero insólitos
momentos de humor absurdo y subversivo que habrían llevado a la película por
otros derroteros, mucho más afortunados.
En
un prólogo, ubicado hace 65 millones de años, vemos que el famoso meteorito que
provocó la extinción de los dinosaurios no cayó sobre nuestro planeta sino que
pasó de lado, provocando que la evolución siguiera su curso por otro camino:
así pues, en el mundo alterno de Un Gran Dinosaurio, sí
existimos los seres humanos, pero somos una suerte de animalitos salvajes que
nos comunicamos con puros gruñidos (o sea, como los invitados a cualquier talk-show de Tv Azteca o Televisa). Los
dotados de razón, civilización y, por supuesto, moralidad, son los dinosaurios,
quienes hablan, tienen familia y, por lo menos en México, un partido político
indestructible.
En
un idílico y soleado valle vive una familia herbívora de pacíficos diplodocos
agricultores en la que nuestro héroe, el debilucho, indeciso y cobarde Arlo, no
encuentra su sitio: mientras sus hermanos mayores ya empiezan a mostrar su
valía, él es incapaz hasta de capturar a un pequeño ser humano que se alimenta
del maíz almacenado en el silo de la granja. Tratando de atrapar al
ingobernable homínido, Arlo y su papá van tras él, pero un accidente causa una
desgracia que alejará al joven dinosaurio de su familia.
Lejos
del valle en donde creció, Arlo regresará a casa, llevando como
protector/mascota a su niño humano solovino, a quien bautiza como Spot. En el
camino, por supuesto, Arlo enfrentará obstáculos, peligros y entenderá el valor
de la familia y de sí mismo. De esta manera, volverá a su casa convertido en
una versión de su propio padre -de ahí que su mamá, al verlo de lejos, lo
confunda con su marido.
Con
todo y lo elemental que es la historia, la cinta ofrece varios placeres
inocultables, además de la ya mencionada prodigiosa animación hiper-realista.
Me refiero al emocionante interludio en tono de western -Arlo se topa con unos
T-Rex que llevan su hato de bisontes de un lado a otro del valle-, la hilarante
escena monty-pythonesca en la que aparece un excéntrico Triceratops
y su mascota "Debbie", una auténtica y literal pachecada –el momento
en el que Arlo y Spot consumen unas bayas bien vaciladoras-, además de varias
citas/homenajes al cine de la casa productora madre, con referencias directas a
clásicos tan venerables como Dumbo (1941), o más recientes,
como El Rey León (1994).
Cierto, Un
Gran Dinosaurio nunca alcanzará un estatus similar pero, bueno,
¿cuántas cintas animadas lo pueden hacer?
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