Río de Janeiro 2014/II
Después de ver dos películas
decepcionantes de dos autores más que reconocidos, pude revisar varios debuts,
todos ellos más interesantes que los filmes de Pereda y Piñeiro. A saber, Obra (Graziosi, 2014), Asteroide (Tober, 2014), Feriado (Araujo, 2014), Mauro (Rosselli, 2014) y Las Chicas Quispe.
Acaso la menos lograda de este grupo sea, de hecho, Las Chicas Quispe (Chile-Francia-Argentina,
2013), y aún así me resultó mucho más meritoria que los filmes de Pereda y Piñiero juntos. La opera prima de Sebastián Sepúlveda (editor de estupenda Joven y
Alocada/Rivas/2012), está basada en una pieza teatral de Juan Radrigán, a su
vez centrada en un misterioso caso de nota roja bastante conocido en Chile.
Las
chicas Quispe del título son tres hermanas que sobre(viven), aisladas, en algún
lugar del norte de Chile, cercano a la frontera con Argentina. Se trata de un
sitio lejano, desértico, seco y áspero como las tres mujeres que habitan en una
suerte de cueva, pastoreando cabras y haciendo queso que luego venden a las
escasas personas con las que tienen relación.
Estamos
en 1974, la dictadura está imponiéndose a sangre y fuego, y aunque Santiago de
Chile está muy lejos, las tres mujeres –Justa (la no profesional Digna Quispe,
sobrina de las verdaderas protagonistas de la historia), Lucía (Catalina
Saavedra) y Luciana (Francisca Gavilán)- tienen contacto con los efectos de la
dictadura, ya que por ahí les cae Fernando (Alfredo Castro, nada menos), un
perseguido político que busca escaparse hacia la Argentina.
La
propia subsistencia de las Quispe está amenazada, ya que desde la capital se
ha emitido un decreto “progresista” que virtualmente prohíbe la forma de vida
de las tres mujeres y de todos los habitantes de ese remoto lugar, que empieza a ser aún
más desértico no solo por el paisaje mismo, sino por la ausencia visible de vida
humana.
Sin
duda, la película tiende a ser repetitiva, aunque esto se justifica, por lo
menos en parte, porque así es la vida de las tres hermanas, condenadas a
las mismas tareas todos los días: pastorear sus cabritas, ordeñarlas, hacer queso,
fabricar carbón, recordar lacónicamente a una cuarta hermana, ya fallecida, que alguna vez conoció el amor.
Lo
mejor del filme es la fotografía del consolidado Inti Briones, ganador en
Venecia 2013 por esa rigurosa puesta en imágenes que algo tiene de desolador y
hostil western. La toma final, ese travelling lateral que nos descubre el desenlace
de esta trágica historia, es inusualmente contundente en el contexto de una
película acaso demasiado enamorada de su propia austeridad.
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