La Dictadura Perfecta
La Dictadura Perfecta (México, 2014), séptimo largometraje de
Luis Estrada -y cuarta cinta de su ¿interminable? saga sobre la endémica
corrupción política nacional que inició con los orígenes institucionales de La Ley de Herodes (1999) hasta llegar a
la crónica del narco-Estado mexicano con El Infierno (2010) pasando por los estragos causados por el neoliberalismo prianista
con Un Mundo Maravilloso (2006)-, se
ha estrenado en el peor momento posible. Es decir, en el mejor momento posible:
cuando el México real es aún más terrible que el México retratado en la
pantalla grande.
Estamos en un país en el que aparecen fosas clandestinas un día sí y otro también, en el que por el capricho de una pareja narco-municipal desaparecen a 43 estudiantes, en el que los miembros de un partido político en un estado mandan matar a su propio secretario general, en el que los más cínicos dentro de la clase política se dan baños de pureza confiando en que nadie se acuerde de las trapacerías que hicieron antier, en el que los dueños de la televisión marcan agenda o crean la suya propia, al cabo que para eso tienen a una población pasiva, lerda y crédula, dispuesta a tragarse las más grandes mentiras posibles, sea en el noticiero de la noche, sea en la telenovela de mayor rating.
El pesimismo de Estrada –que, al inicio, podía haberse confundido con la equívoca glorificación de la corrupción política en la persona del pinchurriento presidente municipal Juan Vargas (Damián Alcázar) de La Ley de Herodes- se ha vuelto, con cada nueva película, más oscuro, más cerrado. El cínico final de La Ley de Herodes se convirtió en el negrísimo desenlace homicida de Un Mundo Maravilloso que se transformó en el nihilismo desatado de la interminable masacre final de El Infierno que ha aterrizado en el pesadillesco desenlace premonitorio de La Dictadura Perfecta, cuando vemos que, como sociedad, estamos destinados a repetir una y otra vez las mismas tarugadas. En el cine de Luis Estrada, México no tiene remedio.
El guión escrito por el propio cineasta en colaboración con Jaime Sampietro parte de una premisa similar a la sátira política hollywoodense Escándalo en la Casa Blanca (Levinson, 1997): luego de que el balbuceante Presidente (Sergio Mayer, cual perfecta caricatura de Peña Nieto) mete la pata al estilo de Fox en cierto encuentro con el embajador gringo (Roger Cudney), los Pinos le encargan a Pepe Hartmann (Tony Dalton), un poderoso ejecutivo de Televisa -digo, Televisión Mexicana-, que distraiga la atención del respetable, por lo que con ese fin, el hábil productor Carlos Rojo (Alfonso Herrera) destapa el video-escándalo bejaranesco del gobernador norteño Carmelo -¿nieto de Juan?- Vargas (Damián Alcázar). Sin embargo, cuando el propio Vargas viaje a Televisa –oh, pues, quise decir Televisión Mexicana- con los millones por delante para contratar los servicios de esa compañía, Rojo y su periodista estrella Ricardo Díaz (Osvaldo Benavides con chalequito de Carlos Loret de Mola) montarán un show mediático tipo Paulette por el cual Vargas terminará convertido en héroe nacional.
La cinta tiene un problema grave –la historia se estanca peligrosamente hacia la mitad porque se entretiene demasiado en la subtrama de la desaparición de “las gemelitas”-, pero esto se compensa con creces por el convencimiento que el ecléctico reparto le inyecta a todos sus personajes y, más aún, porque estamos ante una película que, más allá de sus defectos, tiene la virtud de buscar la comunicación -o la complicidad- con los espectadores y con ese país (más o menos real, más o menos distorsionado) en el que viven.
La Dictadura Perfecta es, pues, la película del momento, en el mejor sentido del término: una cinta hecha para ser discutida, criticada, alabada, vilipendiada. Un filme que habla, parcial pero lúcidamente, del México que todos conocemos: un país perdido en su laberinto de corruptelas sin fin y sin remedio.
Lo anoté al inicio: Estrada no es el más optimista de los cineastas nacionales. Pero, la verdad, luego de lo que hemos visto en las últimas semanas, ¿alguien podría reprochárselo?
Estamos en un país en el que aparecen fosas clandestinas un día sí y otro también, en el que por el capricho de una pareja narco-municipal desaparecen a 43 estudiantes, en el que los miembros de un partido político en un estado mandan matar a su propio secretario general, en el que los más cínicos dentro de la clase política se dan baños de pureza confiando en que nadie se acuerde de las trapacerías que hicieron antier, en el que los dueños de la televisión marcan agenda o crean la suya propia, al cabo que para eso tienen a una población pasiva, lerda y crédula, dispuesta a tragarse las más grandes mentiras posibles, sea en el noticiero de la noche, sea en la telenovela de mayor rating.
El pesimismo de Estrada –que, al inicio, podía haberse confundido con la equívoca glorificación de la corrupción política en la persona del pinchurriento presidente municipal Juan Vargas (Damián Alcázar) de La Ley de Herodes- se ha vuelto, con cada nueva película, más oscuro, más cerrado. El cínico final de La Ley de Herodes se convirtió en el negrísimo desenlace homicida de Un Mundo Maravilloso que se transformó en el nihilismo desatado de la interminable masacre final de El Infierno que ha aterrizado en el pesadillesco desenlace premonitorio de La Dictadura Perfecta, cuando vemos que, como sociedad, estamos destinados a repetir una y otra vez las mismas tarugadas. En el cine de Luis Estrada, México no tiene remedio.
El guión escrito por el propio cineasta en colaboración con Jaime Sampietro parte de una premisa similar a la sátira política hollywoodense Escándalo en la Casa Blanca (Levinson, 1997): luego de que el balbuceante Presidente (Sergio Mayer, cual perfecta caricatura de Peña Nieto) mete la pata al estilo de Fox en cierto encuentro con el embajador gringo (Roger Cudney), los Pinos le encargan a Pepe Hartmann (Tony Dalton), un poderoso ejecutivo de Televisa -digo, Televisión Mexicana-, que distraiga la atención del respetable, por lo que con ese fin, el hábil productor Carlos Rojo (Alfonso Herrera) destapa el video-escándalo bejaranesco del gobernador norteño Carmelo -¿nieto de Juan?- Vargas (Damián Alcázar). Sin embargo, cuando el propio Vargas viaje a Televisa –oh, pues, quise decir Televisión Mexicana- con los millones por delante para contratar los servicios de esa compañía, Rojo y su periodista estrella Ricardo Díaz (Osvaldo Benavides con chalequito de Carlos Loret de Mola) montarán un show mediático tipo Paulette por el cual Vargas terminará convertido en héroe nacional.
La cinta tiene un problema grave –la historia se estanca peligrosamente hacia la mitad porque se entretiene demasiado en la subtrama de la desaparición de “las gemelitas”-, pero esto se compensa con creces por el convencimiento que el ecléctico reparto le inyecta a todos sus personajes y, más aún, porque estamos ante una película que, más allá de sus defectos, tiene la virtud de buscar la comunicación -o la complicidad- con los espectadores y con ese país (más o menos real, más o menos distorsionado) en el que viven.
La Dictadura Perfecta es, pues, la película del momento, en el mejor sentido del término: una cinta hecha para ser discutida, criticada, alabada, vilipendiada. Un filme que habla, parcial pero lúcidamente, del México que todos conocemos: un país perdido en su laberinto de corruptelas sin fin y sin remedio.
Lo anoté al inicio: Estrada no es el más optimista de los cineastas nacionales. Pero, la verdad, luego de lo que hemos visto en las últimas semanas, ¿alguien podría reprochárselo?
Comentarios
Se puede ser optimista en éste México que nos está tocando vivir?
Yo creo que Estrada no tiene la culpa de lo que nosotros como vil pueblo hemos permitido, él no nos cree tontos, solo nos describe.
Obvio que gran parte de la sociedad no reconoce ni su parte ni se ve reflejada ahí. La misma que se brinca la nota de colgados donde se le atraviesa y que tilda a La Jornada de Obradorista, pero ese es otro tema que La Dictadura Perfecta conoce y maneja a la perfección, la prueba salta a la visla.
2046
Me acabas de contar la versión chafísima de Wag the Dog.
Me quedo con la original por mucho. Gracias por ahorrarme mis pocos pesos ganados con "harto sudor y sangre". Algún día la veré en De Película o en el Canal de las Estrellas o en el 5 que ahi son más osados, según ellos.
Inteligentemente nadie escapa a la crítica de Estrada,hablemos de partidos, políticos,televisoras y demás,obviamente es una historia para poner el cerebro en pausa y ver de manera chusca lo que acontece en la política mexicana,que dicho sea de paso queda mas que evidente NO SE NECESITA SER ERUDITO,PARA SER POLÍTICO EN MEXICO
Rescato el trabajo de ALFONSO HERRERA (de quien no daba ni un centavo por el como actor) está bien dirigido y si logra sostener la columna vertebral de la película (que con una trama tan simple,no demandaba mucho,pero lo hizo bien),al muchacho lo quiere la cámara.
De Damián Alcázar vi el personaje que le gusta hacer,que ya hizo en sus otros trabajos y que no le demandó para su experiencia gran cosa
Para muchos quizá el exagerar las cifras de muertos y demás,les considere excesivo,pero si tomamos en cuenta que se trata de hacer sátira,hay que hacerlo
A grosso modo,la película empieza bien,se estanca y al final cansó
Aclaro,no soy ningun crítico de cine especializado,pero me gusta el séptimo arte y considero que el cine no es solo para divertirse,tambien es para aprender.
Saludos
De acuerdo contigo en lo que no tiene que ver con la película; sobre ella, ya lo están diciendo en estos comentarios y concuerdo: narración descuidada, repetitiva igual que los diálogos, la edición y la musicalización. Larga y aburrida. Poncho Herrera muy natural, no concuerda con lo acartonado (¿qué les pasó?) de Alcázar y Cosío.
En cuanto a la selección de asuntos a parodiar-satirizar-exponer-criticar-o lo que haya intentado Estrada, todo de oquis.
Al terminar de verla volví a ver La Ley de Herodes. Muy divertida, fresca y concisa. Ni parece que los mismos la escribieron, dirigieron y editaron.
Sin embargo hay algo que me llama la atenciòn y Fernanda Solorzano lo tocò en su columna, ¿por què Televisa aceptarìa producir una pelìcula (Estudios Churubusco), que evidentemente le està crìticando?
No recuerdo bien Un Mundo Maravilloso, pero en El Infierno, que acabo de ver y La Dictadura Perfecta, los diálogos rebuscados y las escenas sobrantes abundan.
Travsam: No les des tantas responsabilidades a Estrada. Él nomás hace cine.
Joel: Creo que si se hubiera estrenado hace seis meses o dentro de un año también habría sido oportuna (digo, hace seis meses teníamos el mismo país; dentro de un año, tendremos el mismo, si no es que peor). La gran virtud -y creo que algunos de los que comentan aquí no está viendo ese ángulo- es que se trata de un cine que está dispuesto a dialogar con el público y la realidad. Nada de biopics chafas, nada de cintas románticas bobas, nada de cancioneros de JuanGa, etcétera. Es decir, Estrada conecta con nuestra realidad (distorsionada) y eso es un mérito del cine industrial (no festivalero, no "de arte") aquí, en Hollywood, en Francia y en China. Y, por eso, el trancazo en la taquilla. Sí, es mucho más lograda La Ley de Herodes y Un Mundo Maravilloso, pero El Infierno y La Dictadura... (que tienen más o menos los mismos problemas) son cintas valiosas. Vaya: si este fuera el tipo de cine comercial que se estrenara en México cada fin de semana, creo que tendríamos una industria más exitosa e interesante.
Jacobo: Sí, claro. Y tampoco aquella cinta de Barry Levinson era una obra maestra.
Anónimo 1: Ni idea. Autogol. Cuando se dieron cuenta, ya habían metido mucha lana. Prefirieron perder la oportunidad de distribuirla. Tema para un reportaje, no para una crítica de cine.