Elena



La vemos levantarse en la mañana. Vestirse, arreglarse, peinarse, despertar un hombre que duerme en otra habitación, hacer el desayuno, recoger la mesa. Marido y mujer -para entonces ya entendemos que eso son- comparten lo que harán ese día. Ella, Elena (Nadezhda Markina), de unos 50ytantos años de edad, va a visitar a su hijo, Sergey (Aleksei Rozin), que vive donde da vuelta el air. Él, Vladimir (Andrey Smirnov), delgado, correoso, sesentón, no parece muy contento. Por supuesto, el hijo es de ella -él tiene su propia hija adulta, de un anterior matrimonio- y Vladimir esta convencido que Sergey -desempleado, con una mujer, un hijo adolescente, más otro bebé- es un bueno-para-nada que sólo quiere a Elena porque ella le da, enterito, el dinero que recibe de su jubilación. 
El dinero es importante -lo más importante- en Elena (Ídem, Rusia, 2011), tercer largometraje de Andrei Zvyagintsev (El Regreso/2003). Vea si no. Vladimir, tiene bastante dinero. Vive en un amplio departamento ¿de Moscú?, tiene un auto de lujo y guarda fajas de billetes en la caja fuerte. Elena depende económicamente de él, aunque es obvio que Vladimir no sólo la quiere sino que confía en ella: Elena sabe la combinación de la caja fuerte y se hace cargo de los gastos del hogar. Por su parte, Sergey no tiene en qué caerse muerto: vive de la lana que le da su mamá, en un departamentito de algún Pichonavit ruso, hacinado con su familia y necesita dinero para que Sacha, el indolente hijo mayor, pueda ir a la Universidad y evite el llamado al ejército -se sobreentiende que el dinero es para alguna palanca (ah, estos rusos tan corruptos, qué pena ajena). Hay otro personaje que aparecerá más tarde en el filme: Katya (Elena Lyadova), la hija única de Vladimir, "una hedonista" malcriada y rebelde que vive a sus anchas del dinero que, felizmente, le da su papá.
La cinta tiene dos secuencias claves en el inicio: la primera, cuando Elena va a visitar a su hijo. Ella toma un camión, luego un tren, después camina un trecho, entra a una tienda a comprar el mandado y, finalmente, llega a un edificio de departamentos en mal estado en donde vive Sergey. Acompañamos a la mujer durante todo el trayecto, un tanto abrumados: ¿pues hasta dónde vive el hijo? Al día siguiente, otra secuencia clave: Vladimir se levanta como todos los días, se cambia, se rasura, desayuna, discute con su mujer -por el dinero que ella necesita para dárselo al hijo- y luego sale de su departamento rumbo a su gimnasio. Tal como seguimos a Elena, ahora vamos al lado de Sergey: llega al estacionamiento, toma su auto del año, sale a la calle, ve a un grupo de obreros que cruzan la calle, llega al exclusivo gimnasio, hace ejercicio tranquilamente, ve con interés a una joven mujer que está haciendo pesas, luego se va a nadar...
El interés de Zvyagintsev en las rutinas es claro: es así, con ellas, como viven Vladimir y Elena. Comparten el mismo techo, están casados -luego sabremos que desde hace apenas dos años-, hacen el amor y, sin embargo, vienen de lugares muy distintos. Ella es una enfermera jubilada habituada a servir y que conoció a Vladimir cuando él ingresó al hospital, mientras que él se ve que está acostumbrado a los lujos, a dar órdenes y a ser obedecido. No es un déspota ni un irracional -ya anotamos la confianza que le tiene a Elena, la deferencia con la que la trata- pero los distingos de clases y orígenes son innegables. 
Transcurrida la primera media hora de Elena, la cinta sufre un vuelco que no revelaré. Baste anotar que en la hora restante, el sereno poder de observación de la cámara de Mikhail Krichman se vuelve enervante. No tanto por cómo lo ve sino por lo que sucede frente a nuestros ojos. De hecho, cuando estaba viendo la segunda parte de esta película no pude evitar recordar a Patricia Highsmith, no tanto por la descripción de la mente del criminal sino por la naturalidad con la que se describe el crimen, su ejecución y sus consecuencias.
Elena, curiosamente, inició como un proyecto que se iba a filmar en Londres, en idioma inglés. Lo que sucede en la cinta -y lo que subyace en ella: las abismales diferencias de clases, el rencor social apenas embozado- podría haber sucedido, en efecto, en Londres o, incluso, ¿por qué no?, en la ciudad de México. En todos estos lugares alguien siempre tiene más dinero que otro; y ese otro vive resentido por ello.

Comentarios

Anónimo dijo…
Fué una de las mejores películas del año, o tal vez lo será de la década.
Pedro dijo…
*spoiler alert*

En efecto. Yo noté, bueno, a mí recordó a cuatro cosas principalmente: Crímenes y Pecados, o Matchpoint, en su defecto, Crimen y Castigo de Dostoievsky ( que a su vez quizás reordé en Crímenes y Pecados), Bela Tarr y Andrei Rubleiv. A Crímenes... bueno, supongo que es más que obvio el porqué, el protagonista comete su fechoría y no recibe reprimenda alguna mas que de ¿su consciencia?. Me agrada que haya sucedido así y no de otro modo que llevara a la historia a terrenos peligrosos. Lo segundo, Dostoievsky, es algo que encontré quizás más aquí que en alguna de las dos cintas de Allen, y que pude notar en dos secuencias en particular (a o mejor porque quise) y es esa atmósfera de intranquilidad y talvez un poco de paranoia,producto, claro, de la culpa. Las escenas a las que me refiero son, primero, cuando el tren se para y entran unos uniformados ¿policías? la cámara se queda fija por un tiempo prolongado (más que antes) y la pobre mujer se queda ahí sin que hacer. La otra escena, es en el departamento del bueno-para-nada del hijo, cuando se va la luz "me vas a arrancar el brazo" le dice el güey a su preocupada mamá.
Y en la escena inmediatamente después aparecen las otras dos cosas que se me vinieron a la mente: Primero, Tarr, en esa escena larguisima en la que la cámara temblorosa sigue a los malandros rusos y luego Andrei Rubleiv. Creo que no entendí muy bien esa escena y probablemente no hay relación con la cita de Tarkovsky, pero por algún motivo me acordé de esa historia del muchacho y las campanas, una pequeña historia dentro de la histora. Creo que ya me acordé porque me llegó eso a la mente. Pasó cuando los malandros llegaron a pegarle a los otros güeyes, de pronto me perdí y no supe qué tenía que ver, supuse que el hijo probablemente estaba entre los golpeadores, pero luego pensé ¿y si no? ¿Y si fuera una microhistoria aparte que no tuviera -aparentemente- nada que ver? Pero no, no pasó eso y la escena terminó más pronto. Igual me recordó. Pero bueno, esas son las cuatro cosas.

También la escena del bebé en la cama me pareció curiosa y recordé un poco de la conversación de la malcriada hija con su enfermo papá. Pensé que ese inocente bebé iba a crecer pa' convertirse en un revoltoso como su hermano mayor o un parásito como su papacito, o pior, las dos.

Ah! y me acordé de otra cosa, y es interesante porque menciona en la reseña que la película estaba para filmarse en Londres, y es exactamente a lo que me recordó, la ambientación, los personajes, me parecían como los de los barrios pobres ingleses. En especial pensé en Mike Leigh "y más en especial todavía" en Todo o Nada, sobre todo por la relación de la devota mamá con su malagradecido hijo.
Y bueno, ya me callo.
Saludos.
Pedro: A mí me remitió -claro: cada quien sus lecturas- a la obra de Patricia Highsmith. Seguir al criminal desde el inicio y hasta el final, como si uno fuera un cómplice. De alguna manera, el espectador lo es.

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