BAFICI 2012/V



L'Âge Atomique (Francia, 2012), segundo largometraje -primero de ficción- de Héléna -hija de Nicolas- Klotz, ganó el FIPRESCI en la sección Panorama de Berlín 2012 y es fácil entender por qué. La cinta está impecablemente realizada y logra transmitir una genuina sensación de melancolía, confusión y alertagamiento, propio de los personajes protagónicos y, de alguna manera, de la generación a la que representan.
Victor y Rainer (Eliott Paquet y Dominik Wojcik, respectivamente) son dos muchachos que toman un tren de los suburbios hacia Paris, llegan a un antro en donde rechazan o son rechazados, se dan de golpes con un trío de ojetes a la salida y luego, cuando Victor tiene la oportunidad de ligar con una muchacha que se encuentra en la estación del tren, Rainer le echa a perder el momento. Los dos amigos terminan saliendo a un bosquecillo a pasar la noche; es obvio que Rainer tiene un interés más que amistoso en Victor. Lo que siente este último no es tan claro: problablemente, sólo amistad. 
La propia directora ha dicho que la trama de este brevísimo largometraje -apenas sobrepasa la hora de duración- es más bien banal, pues lo que importa es el ambiente que describe y el esbozo de estos dos confundidos muchachos que no encuentran ninguna razón en lo que hacen. La película, insisto, está muy bien realizada, pero me dejó completamente frío: ¿por qué tendrían que interesarme este par de adolecentes aburridos? Ni modo: será cuestión generacional, pero este tipo de personajes me provocan una infinita flojera.
Mucho más interesante es La Maladie Blanche (Francia, 2011), encantador mediometraje realizado por Christelle Lheureux, quien ha dirigido media docena de películas, aunque tiene un solo largometraje en su haber, Un Sourire Maliciuex Éclare Son Visage (2009), que por desgracia no conozco. Y digo por desgracia porque la pequeña cinta en blanco y negro de Lheureux, filmada en un pueblito de los Pirineos centrales, Argut-Dessus, lo deja a uno con el deseo de conocer más de la obra de esta cineasta.
En el pueblito de marras hay una pachanga juvenil en la que se toca, cosas de la globalización, "Clandestino", de Manu Chao. La cámara, manejada por la propia cineasta, toma las imágenes de manera documental: por aquí vemos a dos noviecitos besuqueándose, por allá está un grupo bailando, más acá tres personas platican mientras una de ella juega con un sapo, una pareja se entretiene viendo unas luciérnagas en un establo lleno de ovejas, unos niños se cuentan historias...
En la noche, un joven padre de familia (Manuel Vallade) lleva a su pequeña hija Myrtille (Myrtille Finken) a dormir, le lee el cuento de "La Bella y la Bestia" y le platica de las cuevas cercanas en los que los hombres prehistóricos dibujaron algunas escenas de su vida, hace miles de años. 
La niña, de unos seis años de edad, se duerme pensando en eso. En la madrugada, un enorme jabalí despierta a la escuincla: el animal se encuentra en la sala de su casa, curioseando, olisqueando... La niña sigue al jabalí, que la lleva a una cueva. El papá se despierta, sigue las huellas de la niña, y pronto papá, hijita y animal se encuentran en esa otra Cueva de Sueños Olvidados (Herzog, 2010).
Al igual que en LÂge Atomique, la realización es notable -en este caso, me atrevería a decir que la puesta en imágenes en casi mágica-, pero esta especie de cuento infantil con niñita en ristre, jabalí-guía, arte, tiempo e historia, me resultó mucho más placentero y me mantuvo interesado de principio a fin. Además, la cinta no alcanza a ser redudante: apenas pasa de los 40 minutos de duración.

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