Theo Angelopoulos: In Memoriam/I
Se habían tardado un poquito. Me refiero a la obligada retrospectiva que tenía que organizar la Cineteca Nacional después de la sorpresiva muerte de Theo Angelopoulos (1935-2012), ocurrida a inicios de este año cuando estaba filmando L'altro mare (2012).
Varios mencionaron en su momento la cruel broma que el destino -¿o los dioses griegos?- le tenían preparada a Angelopoulos: una parte importante de su cine tiene que ver con el camino, la carretera, la calle, los viajes, y el cineasta griego murió al ser atropellado por un motociclista cuando se encontraba cruzando, precisamente, una transitada y peligrosa calle de Atenas.
Con una vista del camino inicia, de hecho, su notable opera prima, Reconstrucción (Anaparastasi, Grecia, 1970). Mientras una voz en off nos informa que en el pueblo de Tefaia no viven más que 85 habitantes -cuando en 1939 había una población de 1250 personas-, vemos llegar a un destartalado camión que se atasca en una laguna de lodo. En ese camión viene Kostas (Mihalis Fotopoulos), el marido de Eleni (Toula Stathopoulou), quien desde que su esposo se fue a trabajar a Alemania, hace varios años, trabaja en un bar del pueblo para ayudarse a mantener a sus tres hijos. También, qué remedio, se ha agenciado un amante, Hristos (Yannis Totsikas), entre los pocos hombres disponibles que quedan en Tefaia, en donde sólo viven mujeres, ancianos y niños. El regreso del marido resulta inoportuno para los dos amantes adúlteros, quienes estrangulan a Kostas para luego enterrarlo en el patio de su propia casa.
No estoy arruinando ninguna sorpresa: el asesinato ocurre -aunque nunca lo vemos- en cuanto termina el prólogo del filme. Sabemos que el marido ha sido asesinado porque presenciamos la investigación -más bien, la reconstrucción del crimen, como el título lo dice-, dirigida por un inquisitivo/inquisidor juez (Petros Hoïdos) que quiere saber toda la verdad. Ya tiene el cadáver, ya tiene a los asesinos confesos, pero quiere saber exactamente cómo pasó todo. Así, la cinta brinca del presente, en el que Eleni y Hristos son interrogados/acorralados por la autoridad, hasta el pasado, en el que vemos lo que pasó antes y después del asesinato, sea cuando los amantes malditos se conocieron y enamoraron, sea cuando los dos asesinos intentaron infructuosamente de cubrir su crimen.
Aunque la estructura general del filme y algunas escenas sueltas -cuando entierran el cadáver de Kostas, cuando Eleni y Hristos comparten un pequeño cuarto de hotel- nos indican una suerte de film-noir a la europea, Angelopoulos no está interesado en las convenciones de este género -ni de ningún otro; lo demostraría en el resto de su carrera. Eleni no es, pues, ninguna femme-fatale -aunque tiene algo de calculadora- y a Kostas no lo conocemos lo suficiente para saber quién es. Acaso el amante Hristos se acerque más a cierto típico personaje del film-noir americano: ese hombre de la carretera que, sin proponérselo, termina participando en un triángulo amoroso con resultados criminales.
En todo caso, el cascarón de ese crimen y su investigación le sirven a Angelopoulos para construir el discurso fílmico que en realidad le interesa: uno interesado no en lo que le pasa a los personajes sino en dónde les pasa y qué sucede en ese lugar en donde (sobre)viven menos de un centenar de personas. De ahí la información del número decreciente de habitantes de Tafaia, que indica una emigración masiva a la ya entonces legendaria Alemania (país en el que vive el papá de los niños viajantes de Paisaje en la Niebla/1989, habrá que recordar). Hay un elemento en la película que termina resultando clave: mientras la policía reconstruye el escenario del crimen, un equipo de periodistas, dirigido por el propio Angelopoulos, interroga a la gente del pueblo sobre sus vidas, sus familias, sus trabajos. Las voces -tengo entendido que de auténticos habitantes de Tefaia- se escuchan en off: se trata de un puñado de testimonios que muestran el fracaso económico y político de un país que expulsa a su gente hacia Alemania, ese mítico lugar en el que se vive feliz, en el que nomás hay que trabajar 8 horas, en el que viven el esposo/hijo/papá de todos ellos.
Al quedar claro que no importa cómo se cometió el crimen y ni siquiera por qué -de hecho, se sugiere que el marido sabía del affaire de la mujer y que no le había reclamado nada a ella-, Angelopoulos termina bruscamente este desolador retrato de un pueblo -¿o un país?- abandonado, negándonos la posibilidad de saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Como será constante en su cine posterior, el pasado, siempre elusivo, siempre a discusión, está para ser (re)interpretado, no para ser conocido.
Reconstrucción se exhibe hoy en el Cine Lido a las 20 horas.
Comentarios
Saludos
A buscar las otras.
Joel: Hay que darse tiempo para descubrirlo.