BAFICI 2012/I



No puedo revisar, por desgracia, más que una pequeña fracción de la competencia argentina en el BAFICI 2012. Pero si los 14 filmes en competencia están al nivel de las únicas dos películas argentinas que he podido ver, Papirosen (Argentina, 2011) y Salsipuedes (Argentina, 2012), no queda más que hacer la lista con las otras doce cintas restantes, para verlas sin falta en Guadalajara 2013 o -mucho antes, probablemente- en Festival Scope. 
Papirosen y Salsipuedes comparten un escenario dramático similar -la familia-, tienen una duración más que amigable -74 y 66 minutos, respectivamente- y, lo anoto como simple curiosidad, en las dos aparece un crédito de agradecimiento al colega -y capo, como dirían por aquellos lares- Roger Koza.
Papirosen es el segundo largometraje documental de Gastón Solnicki (opera prima Süden/2008, mención especial en el BAFICI 2008), quien nos informa, después de los créditos finales, que empezó a filmar -más bien, grabar- esta película el 23 de octubre de 2000, el día que nació su sobrino Mateo. La cámara manejada por el aquel entonces veinteañero Solnicki tomaba la imagen del recién nacido Mateo, ese bebé al que hemos visto en Papirosen, convertido en un niño más bien serio, a veces hasta lúcidamente hosco ("Que pare de filmar"), porque sus papás, Yanina -hermana del cineasta- y Sebastián, se han separado. 
No es el único problema de la familia Solnicki. El papá de Gastón, Victor, no tiene las mismas entradas de dinero y sabe que frente a la separación marital de su hija, va a tener que apoyarla y, por lo mismo, se ve obligado a decirle a su propia madre, la anciana sobreviviente de origen polaco Pola, que acaso no la podrá sostener como lo ha hecho hasta ahora. Alán, el hermano de en medio -Yanina es la mayor, el director Gastón el menor- aparece en algún momento, con una jeta de perpetua molestia y/o hartazgo. La sombra del abuelo -el marido de Pola, el padre de Victor-, que se suicidó hace muchos años después de una larga depresión, cubre por momentos los recuerdos familiares.
Rompimientos, pleitos, diferencias, resentimientos, tragedias... En la medida que esta cinta familiar iba avanzando, no podía entender cuál era el sentido: "Vaya, si son como cualquier familia, con sus problemas, sus recuerdos, sus fracasos, sus esperanzas", pensé, "¿qué tiene de extraordinario lo que estoy viendo?". Nada, por supuesto, y fue en ese momento, cuando me di cuenta de la universalidad del tema que está tratando Solnicki, que la cinta me atrapó. He ahí lo extraordinario de Papirosen: estamos ante una crónica cotidiana que fue (re)creada durante una década por el propio cineasta, a la que se le agregaron fragmentos de las películas caseras tomadas (¿por el papá Victor?, ¿por el abuelo depresivo Janek?) cuando él y sus hermanos eran unos niños. Es la historia de la familia Solnicki; es la historia, en el fondo, de cualquier familia.
El hecho de que los Solnicki sean una familia formada a partir de la emigración judía hacia Argentina, debido a la Segunda Guerra Mundial, no es algo que se subraye con las imágenes emblemáticas del Holocausto. Están los recuerdos que a veces no quiere verbalizar la abuela ("¿Lo dejamos para otro día?"), está el motivo de la muerte del abuelo que no puede ni debe ser olvidado, está cierta canción que hace llorar a un recio hombre encanecido, está cierto carrito rojo de juguete que se busca cual tótem de un pasado infantil perdido... Y está el futuro compartido, cuando, hacia el final de este filme, abuelo y nieto están en un mismo espacio, el viejo murmurando alguna canción, el niño escuchándola y, acaso, aprendiéndola. De eso se trata la familia: de compartir una historia común.
A propósito de familia y matrimonio. En Salsipuedes, opera prima de Mariano Luque construida a partir de un anterior mediometraje de 44 minutos, una familia se va a acampar a algún sitio del interior argentino, en un idílico paraje boscoso cordobés. Es un núcleo familiar formado por Carmen -o Tutuca, como le dice el marido-, su esposo Rafael, la madre de Carmen y la guapa hermanita menor Cocó. Mamá y hermana se van cuando llega la tarde, así que se quedan solos Carmen y Rafael que parecen estar dispuestos a cualquier cosa, menos a pasar un buen rato.
Él le dice que su vagina apesta, ella toma el auto y atropella la casa de campaña -sin él adentro, que conste-, él está dispuesto a reclamarle cualquier tardanza que le parece sospechosa... Así, la belleza y placidez de los escenarios naturales contrasta con el sordo enfrentamiento entre marido (Marcelo Arbach) y mujer (Mara Santucho). Aunque, es evidente, quien ha llevado la peor parte ha sido Carmen, a quien vemos al inicio del filme con un ojo morado -"me caí de la bicicleta": ajá.
La cámara de Natalia Köning empieza echando mano de los recursos estilísticos del slow-cinema tan en boga -la toma extendida inicial es de 8 minutos, con un paneo como único movimiento de cámara; el exasperante pleito que se sostiene durante varios minutos en una toma; acciones y personajes fuera de cuadro con un elíptico manejo del encuadre- pero, a diferencia de muchas otras cintas similares, enamoradas de su planteamiento visual pero desprovistas de cualquier interés dramático discernible, Luque no permite que se le vayan sus personajes de las manos ni, mucho menos, sus actores.
Luque, de hecho, demuestra ser un cineasta con los recursos narrativos necesarios para construir, en esa suerte de paraíso natural, un asfixiante clima de tensión y violencia implícita que termina, inevitablemente, contagiándonos.

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