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Involuntario (De Ofrigivilla, Suecia, 2008), segundo largometraje de Ruben Östlund, tiene bien marcada la influencia de Michael Haneke en su entramado dramático y en su ascética puesta en imágenes. Es más: pareciera que el título alternativo de esta cinta podría ser no 71 Fragmentos de una Cronología de la Suerte (Haneke, 1994), pero sí 25 Fragmentos Suecos de una Cronología del Anticlímax.

A través de una veintena -25, según mis cuentas- de escenas y/o secuencias separadas por tajantes fundidos en negro, en Involuntario le seguimos la pista a una decena de personajes en la Suecia contemporánea: un orgulloso patriarca que recibe a familiares y a amigos en su lujosa casa para celebrar una fiesta con fuegos artificiales incluidos; un par de adolescentes jariosas y perpetuamente briagas que se toman fotos semidesnudas; una responsable profesora de escuela que termina aislada de sus compañeros porque denuncia a otro maestro que golpeó a un estudiante problemático; un grupo de amigos treintañeros se reúnen en una casa de campo y, entre el desmadre y la borrachera, se despierta una vieja relación homo-erótica entre un par de ellos; un neurasténico y recién divorciado conductor de un autobús decide detener el viaje mientras el autor de un muy menor acto vandálico (alguien rompió la cortina del baño) no confiesa su culpa...

Cada escena/secuencia la vemos como testigos distantes de los acontecimientos. De hecho, no hay más movimientos de cámara que cierto paneo descriptivo en un camión urbano en donde las dos muchachitas desmadrosas acosan a un adulto para que les compre alcohol, por lo que cada cada una de las 25 viñetas que conforman esta película han sido realizadas con la cámara tercamente inmóvil. La elección estilística, hasta eso, resulta justificada y la puesta en imágenes transmite un creciente desasosiego, una constante irritación que, al final de cuentas, termina desinflándose por una trama demasiado banal y una resolución inexistente.

Es decir, Östlund resultó más papista que el Papa, más Haneke que Haneke mismo: el cineasta austriaco podrá tener una mirada gélida, distante, casi forénsica, pero su frío quema, sacude. Östlund, en contraste, no provoca más que un ligero encogimiento de hombros. ¿Tanto para nada?

Comentarios

Joel Meza dijo…
Adolescentes suecas jariosas briagas bichis. ¿Quién dijo que el verano fílmico iba a ser aburrido?

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