Gates of Heaven
El origen de Gates of Heaven (EU, 1978), opera prima del oscareado documentalista Errol Morris (The Thin Blue Line/1988, Mr. Death.../1999, Niebla de Guerra/2003, Iraq: Derechos Inhumanos/2008), es casi tan famoso como el filme mismo. Sucede que un veinteañero Morris se acercó al ya para entonces encumbrado cineasta Werner Herzog y le platicó el proyecto de hacer un documental sobre los cementerios de animales, sus administradores y los dueños de las mascotas fallecidas, que eligen enterrar a sus seres queridos de cuatro patas (o sin patas, como las boas) en esos extravagantes panteones. Morris le platicaba, pues, a Herzog de ese proyecto y de la dificultad que estaba enfrentando para realizar la película, hasta que el director de Aguirre, la Ira de Dios (1972) lo interrumpió, exasperado, y le dijo que dejara de quejarse, que acabara de echar rollo y que se pusiera a hacer su cinta. Es más, lo desafió: "si logras terminar el filme, me como mi zapato en público".
¿Resultado de tal singular apuesta?: Gates of Heaven fue terminada y Werner Herzog se comió sus zapatos, como usted puede constatar en el cortometraje de 20 minutos Werner Herzog Eats His Shoe (Blank, 1980), disponible como extra en la edición Criterion del extraordinario documental Burden of Dreams (1980), un detrás de las cámaras casi tan fascinante como la misma película que documenta: Fitzcarraldo (Herzog, 198o).
Pero volvamos a Gates of Heaven. Sin voz en off explicativa de ninguna especie -una decisión estilística que se volvería recurrente en la obra posterior de Morris- y con una puesta en imágenes muy práctica y funcional (las cabezas parlantes se van sucediendo unas tras otras, mientras la cámara de Ned Burgess nos muestra de manera neutral, sin énfasis de ningún tipo, los escenarios en donde habitan y trabajan estas personas de carne y hueso), Morris se acerca a una forma de vida que puede resultar, en primera instancia, fácilmente ridiculizable.
El filme está centrado en dos cementerios de animales, uno fallido y otro exitoso. El primero fue idea de un amable gordazo parapléjico, Floyd McClure, quien de niño sufrió el trauma de ver cómo su perro Collie fue atropellado por un automóvil. "Mac" tomó al animal y lo enterró en la parte posterior de su granja, ubicada en Dakota del Norte. Ya convertido en un solitario adulto inválido, "Mac" convenció a varios amigos e inversionistas para comprar un terreno en Santa Clara, California, y ahí montar un cementerio de mascotas. El negocio no funcionó y, llegado el momento, los más de 400 cuerpos de las mascotas enterradas ahí fueron a parar a un cementerio cercano, ese sí muy exitoso, manejado por un enérgico anciano, Calvin Harbert, que parece hermano gemelo de Sterling Hayden. Este segundo "sitio de reposo", llamado "Manantial Burbujeante", es manejado no sólo por el viejo señor Harbert, sino por sus dos hijos de personalidades encontradas: el extrovertido hermano mayor Phil, antiguo vendedor de seguros, que dice que basta sólo pensar de manera positiva para que todo salga bien; y el tímido hermano menor Danny, que vive alejado en una casita cerca del cementerio y que cuando no está inhumando mascotas, compone canciones que sólo él -o los animales enterrados- escuchan.
Esta crónica de un puñado de soledades reunidas alrededor del amor a los animales podría haber servido, insisto, para hacer escarnio de todos los que aparecen frente a la pantalla, pero Morris, incluso en su debut, se muestra incapaz de juzgar a sus entrevistados. Es cierto que hay momentos de hilaridad en alguna de las escenas -la doñita que hace a su perrito faldero aullar al ritmo de ella... (¿o era al revés?)- y hay cierto dejo de complicidad sardónica en la entrevista a Mike Kowler, el simpático gerente de una planta de reciclaje de animales, pero aun en estos casos, Morris se retira y, sin intervención de ningún tipo, deja que sus personas/personajes se expresen. Esto queda mucho más claro en la segunda parte de la cinta, cuando vemos el interminable monólogo de una anciana a la que se le murió su perro Skippy y a la que se le han perdido sus dos gatos, pero que aprovecha que alguien la escucha para compartirnos su soledad, sus recuerdos, su amargura y hasta su decepción por ese hijo ingrato (en realidad, nieto) que ya trabaja en una oficina y que sólo sirve para pedirle dinero. Así, de repente, el tema de las mascotas, la muerte de ellas, la sepultura de sus cuerpos, pasa a un segundo plano ante la confesión de la desesperada anciana divagante que, nos dice, sospecha que alguien está matando a todos los gatos del vecindario.
Al final, Gates of Heaven queda como una fascinante meditación sobre el american-way-life en algunas de sus vertientes más excéntricas. Después de todo, eso de enterrar mascotas debe ser un negocio y funcionar como tal, dice Mr. Harbert; después de todo, con la creación de un cementerio de animales se satisface una necesidad que alguien tiene de manera genuina, dice Mr. McClure... ¿No es esto, el deseo, la necesidad, la satisfacción, lo que hace girar el mundo?
Comentarios
A mi me laten mucho sus dos últimos documentales the fog of war y SOP, su abordaje cuasi-científico al asunto, estos son los datos, donde el impacto se construye a partir de lo contundente de las historias que cuenta. La exacta contraparte de Moore, y de cualquier otro documentalista. A la hora de evaluar gusto, creo que me gustan mas, disfruto mas, fast cheap and out of control y the thin blue line (uno de mis documentales favoritos), pero admiro muchisimo mas el estilo de sus dos ultimas y creo que debería de haber mas documentalistas con el rigor de Morris.
Leo