Gritos y susurros




Aprovechando que en estos días la Cineteca Nacional exhibe en pantalla grande Gritos y susurros, resctato este viejo texto publicado en 2004. 


Gritos y susurros (Viskningar och rop, Suecia, 1972), la película número 33 en la vasta filmografía de Ingmar Bergman, es una de la obras más perfectas -en la forma- e inquietantes -en el fondo- del cineasta sueco.
Agnes (Harriet Andersson) agoniza sufriendo de dolores indecibles. Sus dos hermanas, la hosca Karin (Ingrid Thulin) y la juvenil y coqueta Maria (Liv Ullman) la cuidan en sus últimas horas, aunque quien domina la situación es la criada de rostro bovino Anna (Karin Sylwan), que ha cuidado a su patrona Karin durante los últimos doce años.
La película -como en toda la obra madura de Bergman- es una maravilla en su concepción formal. Al preciso manejo del encuadre y del movimiento de los personajes dentro de él, hay que agregar el formidable uso del color. 
Esta vez en la experimentada paleta de Sven Nykvist -ganador del Oscar 1974 por este trabajo- domina el color rojo: rojo en los muebles, en la alfombra, en la ropa de los personajes, en el rostro de los actores, en la sangre que aparece de manera inesperada en una de las escenas. Y este color ardiente y pasional, el rojo, es usado en contraste con el blanco del rostro pálido de la agonizante o en el falsamente esperanzador final, en el que, a través del diario de la recién fallecida Agnes leído por Anna, viajamos al pasado inmediato, en donde la misma Agnes recuerda, feliz, cierto brillante día donde compartió un momento de dicha -el mayor de su vida- junto a sus dos hermanas y su eterna compañera Anna.
Estamos ante una de las más terribles y oscuras cintas de Bergman. Karin y María no se quieren y aunque la muerte de Agnes parece unirlas momentáneamente, después del funeral de la hermana las cosas han vuelto a "la normalidad". Sólo queda, hacia el desenlace, el devoto amor de Anna quien logra revivir a su patrona (¿en la realidad?, ¿en sus sueños?) ante el horror de María y el asco de Karin.
Para las dos hermanas, la muerte ha significado un alivio. Por fin han dejado de oír los gritos de Agnes. Para la criada Anna, la muerte de Agnes es solo una extensión de su amor incondicional, el mismo que todavía siente por su hijita muerta. Para ella, para Anna, quedan en el recuerdo los susurros de amor y comprensión de su patrona.
Por ello, el  dizque final plácido y feliz es aún más terrible de lo imaginado. Ese pequeño momento de felicidad de Agnes ha sido pulverizado por el tiempo. Como será todo lo que nos rodea. 

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