Atómica
El escenario es una sala de interrogatorio en Londres.
Atrás del cristal, se encuentra el jefe del MI6 británico, apodado “C” y
adentro de la sala hay una mesa, una grabadora y dos mandos que interrogan a una
agente que acaba de llegar de una misión particularmente complicada en el
Berlín de fines de 1989, cuando acaba de caer el muro que separaba a las dos
Alemanias.
No, no
se trata de una adaptación de alguna novela de John le Carré, aunque por el
escenario (Berlín al final de la Guerra Fría), el nombre del jefe de espionaje
–“C”, o sea, “Control”-, por el McGuffin que da pretexto a la acción (cierta
lista de agentes occidentales que puede caer en manos de los soviéticos, la
identidad de un topo en el interior del MI6) y hasta por la presencia de uno de
los actores (Toby Jones) de la obra maestra basada en le Carré El espía que sabía demasiado
(Alfredson, 2011), podríamos pensar que estamos ante alguna aventura del cerebral
espía godinezco George Smiley.
Nada
de eso. Atómica (Atomic Blonde,
EU-Alemania-Suecia, 2017), opera prima
oficial del coordinador de dobles convertido en cineasta David Leitch
(co-dirección sin crédito de algunas escenas de John Wick: otro día para matar/Stahelsky/2014), tiene como necesarias
a estas escenas-pausa en las que la súper-espía británica Lorraine Broughton
(soberbia Charlize Theron) es interrogada por su jefe inmediato del MI6 (Toby
Jones) y un aprontado jefe de la CIA (John Goodman). Mientras la cámara
permanece en estas cuatro paredes, sí, es cierto, parece que estamos en el
confuso y traicionero mundo de le Carré, solo que con la grandota,
despampanante y atlética (plantosa, pues) Charlize Theron en lugar del grisáceo
George Smiley en cualquiera de sus distintas pero memorables encarnaciones
(James Mason, Alec Guiness, Gary Oldman).
Estas
breves escenas-pausas –que sirven tanto como descanso que como mero excipiente
narrativo- son los marcos para que Leitch, su competente equipo (fotógrafo Jonathan
Sela, editora Elísabet Ronaldsdóttir, coordinador de dobles Sam Hargrave) y su
carismática estrella (Miss Theron) nos ofrezcan una serie de ballets
visuales/musicales/de-acción que quitan genuinamente el aliento.
El McGuffin ya citado –con todo y sus interminables
vueltas de tuerca- pasan a segundo término cuando vemos, por ejemplo, a Miss
Theron enfrentarse a una decena (¿o son más?) espías de la KGB en una
interminable pelea que inicia en el interior de un edificio y que termina en
las calles de Berlín. Se trata de más o menos cinco minutos de una toma única
extendida –o eso parece, aunque juraría que hay por ahí algún corte al salir a
la calle- ejecutada con un virtuosismo irrefutable por todo el equipo dirigido
por Leitch.
Además de la experta puesta en imágenes de las escenas
de acción y las peleas, hay una fisicalidad –perdón por el anglicismo- que casi
se siente en cada corretiza, en cada puñetazo, en cada patada, en cada golpe
bajo… Es como si el espíritu del primer Charles Bronson se hubiera apoderado
del cuerpo de la bellísima Charlize Theron para convertirla en una implacable
máquina de golpear todo lo que se mueva.
He aquí una coreografía de golpes convertida en una
forma de las bellas artes. Y con Charlize en el centro de todo, más bella arte
aún.
Comentarios
Me gustó mucho aunque por momentos se hace cansina, sobre todo por tanta vuelta de tuerca peeeeeeeeeero de esta a Baby Driver, catorcemil veces esta...