Capitán Phillips
Capitán Phillips (Captain Phillips, EU, 2013), octavo largometraje
del inglés hollywoodizado Paul Greengrass (del realismo procedimental de Domingo Sangriento/2002 y Vuelo 93/2006 al thriller incesante de La Supremacía Bourne/2004 y Bourne: el Ultimátum/2007), tiene en su
interior una tensión imposible de resolver. Nos pide, por un lado, que tengamos
simpatía por la fuerza militar más poderosa del orbe, enfrentada a una cuarteta
de famélicos piratas somalíes y, al mismo tiempo, nos muestra que esos
pescadores convertidos en malandrines tienen sus razones para hacer lo que
hacen aunque, por supuesto, no tengan la razón.
La
jugada maestra para que, al final de cuentas, la película funcione se llama Tom
Hanks. En el papel del profesional Capitán Phillips del título -el capitán del
barco mercante “Maersk Alabama” que es abordado por piratas frente a las costas
somalíes- es un tipo serio, dedicado, profesional, que no pierde nunca la
concentración y que siempre está un paso delante de todos: de su tripulación,
de los piratas y hasta de la Marina gringa que está dispuesta a rescatarlo a
punta de pistola, haiga sido como haiga sido.
Hay
un momento clave en el que Phillips dialoga con Muse (Barkhad Abdi), el
“capitán” de los piratas, en el que los dos comparten la certeza de que siempre
hay jefes allá arriba que deciden por ellos. Phillips tiene los suyos y conoce
muy bien al gobierno gringo y lo que es capaz de hacer, mientras que Muse le
dice a su secuestrado que ya es demasiado tarde para echarse para atrás. Él también
tiene que responderles a sus jefes en Somalia y debe ganar suficiente dinero
para ellos. No puede regresar con mugres 30 mil dólares en el bolsillo.
La
tensión irresoluble de la que escribí al inicio se muestra en el desenlace,
cuando vemos a los musculosos miembros de la armada naval gringa preparar toda
su letal tecnología para derrotar a esos cuatro desesperados malandros
consumidores de khat que han secuestrado a Phillips solo por ganar lana (“No
somos Al Quaeda, queremos dinero”). ¿De
verdad queremos que los poderosos gringos triunfen? El problema es que esto es lo
de menos: sabemos que lo harán.
Sin embargo,
cuando todo ha pasado y vemos a Phillips contestar, tartamudeando, las secas
preguntas de la enfermera que lo está atendiendo, la película desemboca en uno
de los más paradójicos finales felices del belicismo hollywoodense
contemporáneo, muy similar, de hecho, al de La Noche Más Oscura (Bigelow, 2012). El héroe ha logrado lo que
quería, de alguna manera ha ganado, pero ese triunfo le ha costado un
sufrimiento del que difícilmente se recuperará. Se ha ganado, sí, pero, ¿a qué
costo? Y, sobre todo, ¿por cuánto tiempo?
Eso sí, Hanks
se ganó, en esos dos minutos finales, su sexta nominación al Oscar. Y en una de
esas, su tercer triunfo.
Comentarios
Yo ya la vi dos veces y sigo debatiéndome si me gustó mucho o solo moderadamente. Creo que lo que sesga mucho el juicio es el trabajo de Hanks y el flacuchín secuestrador. Ese par de actores son el gran activo de la película.
Quitando esos dos elementos de la ecuación, creo que la cinta se vuelve un poquito cansina hacia la mitad. Es decir, es bueno el trabajo en espacios cerrados por parte de Greengrass pero se le alarga demasiado el asunto y de repente uno ya quiere que pase algo "más".
Sin embargo, el final es tremendo. Esos 3 o 4 minutos finales de Hanks son estremecedores. Me dieron ganas de abrazarlo...
Joel: Nah... Eso es para vikingos, no piratas somalíes.