Cuéntamela otra vez/XXIII
Lo anoté ayer en twitter y lo repito por acá. Para trilogías hollywoodenses del nuevo siglo, me quedo con la de Bourne por encima de la del Batman nolaniano. Después de haber visto las dos trilogías de nuevo recientemente, la del espía amnésico Jason Bourne me ha parecido más consistente, más lograda, más satisfactoria, que las tres cintas batmanescas de Nolan. Ciertamente, podría aceptar que el segundo filme nolaniano es superior a cualquiera de las tres cintas de Bourne, pero el primer y tercer filme del Hombre Murciélago según Nolan no se sostienen, por lo menos desde mis recientes re-visiones, ante la emoción y la ejecución de las tres películas de Bourne.
Por lo mismo, me di a la tarea de rescatar lo que escribí en el momento del estreno de cada una de las películas protagonizadas por Matt Damon. Si re-escribiera algo sobre esta trilogía, creo que debía hacerlo de una manera más entusiasmada y, ojalá, entusiasmante. De todas formas, con algunos cambios cosméticos menores, lo que sigue es lo que publiqué, en su momento, de cada uno de los tres filmes.
A primera vista, el casting de
Matt Damon como un eficiente asesino profesional en Identidad Desconocida (The
Bourne Identity, EU-Alemania, 2002) es un error. Digo, después de todo, Damon no parece
dar el ancho para encarnar a un personaje que reparte karatazos al por mayor,
sabe de todo tipo de armas, huye de la policía manejando un auto compacto por
las angostas calles parisinas, escala paredes como hombre-mosca (o más bien,
araña) y muestra unos reflejos dignos de un depredador dando zarpazos. Sin
embargo, a pesar de que el oscareado guionista de Mente Indomable (Van Sant,
1997) no parece la mejor opción para darle vida a una especie de James Bond
asesino, la verdad es que la presencia del joven actor resulta ser uno de los
puntos a favor de la entretenida película dirigida por Doug Liman.
Damon
no es ni muy alto, ni muy fuerte, ni muy atractivo, ni muy carismático, ni
muy... nada. De hecho, por su rostro más bien vulgar y su fisonomía poco elegante,
Damon estuvo perfecto en el papel del obrero-genio traumatizado de Mente
Indomable, en el de gay criminal y envidioso en El Talentoso Mr. Ripley
(Minghella, 1999) e incluso en el de aprendiz de transa en La Gran Estafa
(Soderbergh, 2001). Es decir, en las mejores actuaciones de Damon hay en su mirada
una suerte de perpetua inseguridad: sabe que no debe estar ahí, que no
pertenece a ese lugar, que sale sobrando en donde esté. Y algo por el estilo es
lo que transmite el personaje de Damon en Identidad Desconocida, pues el actor
interpreta a un asesino que ha perdido la memoria y que no sabe porqué la CIA
quiere eliminarlo. Así, pues, Damon resulta la opción perfecta para encarnar al
Bourne del título original: un criminal amnésico que poco a poco va descubriendo
no sólo quién es sino cuáles son sus habilidades más que letales.
Identidad Desconocida
está basada en una novela del especialista Robert Ludlum, historia que ya fue
llevada a la pantalla en una desconocida –para mí, por lo menos- adaptación
televisiva protagonizada por Richard Chamberlain. Ignoro cómo lidió Robert
Young –el director del citado telefilme- con esta intrincada trama de espionaje,
ocultamientos, muertes y huidas constantes, pero Liman –de quien hemos
visto la comedia tarantinesca Viviendo Sin Límites (1999)- lo hace con
la mano en la cintura, como si fuera todo un especialista en el género. Por
supuesto, mucho de lo que vemos, incluyendo el desenlace, no tiene mucho
sentido (¿cuántos filmes de espionaje lo tienen?), pero la dirección de Liman
es impecable tanto en el montaje de las varias secuencias de acción (¡esa
persecución en auto, por ejemplo!), como en el manejo de un reparto sobrado de
talento que incluye a Chris Cooper, Brian Cox, una desperdiciada Julia Stiles y
un espléndido Clive Owen como un matón ultraprofesional, peligroso rival de
Bourne.
Un punto adicional a favor del filme: el rapport entre Damon y su “dama
joven”, la alemana Franka Potente. Como podría haberse esperado, la exCorre
Lola Corre (Tykwer, 1998) resulta ser la perfecta pareja para cualquier antihéroe en huida
constante.
¿Por qué los thrillers de espías
de Hitchcock siguen siendo, varias décadas después, insuperables? Porque, más
allá del “McGuffin” respectivo (digamos, el robo de cierta información valiosa, un cantidad de
uranio escondida en botellas, el asesinato de algún político encumbrado) y más allá de la impecable puesta en
imágenes, esos filmes hitchcockianos siempre trataban de otra cosa, sea porque
había una oscura historia de amor que contar (Tuyo Es Mi Corazón, 1946), sea porque había una elaboradísima broma
cósmica que ejecutar (Intriga Internacional, 1959).
Precisamente
por esto Identidad Desconocida
(Liman, 2002) logró trascender: además del perfecto montaje de las convenciones
genéricas de rigor (persecuciones, muertes, balaceras y gadgets al pasto), la
trama resultaba bastante ingeniosa: un muchacho amnésico descubre que es un
letal espía y matarife al servicio de la Agencia Central de Inteligencia. Así,
aunque no recuerda quién es, de dónde viene y qué es lo que hacía, sus
habilidades siguen intactas: escala paredes, maneja armas, habla incontables
idiomas, puede matar a cualquiera de un solo golpe… Una vuelta de tuerca
argumental muy atractiva, y más cuando el protagonista es Matt Damon, un joven
actor que siempre parece estar fuera de lugar con cualquier personaje que
interpreta.
La
inevitable continuación, La Supremacía
Bourne (The Bourne Supremacy, EU-Alemania, 2004), no cuenta con la ventaja argumental
ya descrita. Jason Bourne (Damon) sabe mucho más de sí mismo que en el filme
anterior y, por eso, ha pasado dos años escondido en algún lugar de la India al
lado de su novia alemana Marie (Franka Potente). Hasta allá irá a buscarlo un
matón que se equivocará de blanco, provocando la ira de nuestro héroe sin-memoria:
durante las siguientes dos horas veremos a Bourne viajando por Nápoles, Berlín,
Moscú y Nueva York, haciendo lo que mejor sabe hacer: matar cristianos.
Dirigida
por el británico Paul Greengrass –cuyo Domingo
Sangriento (2002) nunca se estrenó comercialmente en México-, La Supremacía Bourne es
un espléndido thriller de espionaje que, en la forma, no le duele nada: reparto
secundario de primer nivel, irreprochable uso de locaciones europeas, notable
precisión en el montaje de las balaceras y peleas y, sobre todo, un par de
secuencias que por sí mismas valen el boleto. La primera es una corretiza a
pata por las aceras, el metro y un puente de Berlín; la segunda, una
persecución en auto por las calles y los túneles de Moscú. Sin exagerar,
Greengrass recupera en estos momentos de cine puro, el espíritu de las grandes
escenas del cine policial y de acción de los 60/70, como Bullit (Yates, 1968) o Contacto
en Francia (Friedkin, 1971).
Sin
embargo, volviendo a la argumentación inicial, este “thriller” de
espionaje no trata de otra cosa: sólo es buen un thriller de espionaje, no más. La Supremacía Bourne es, al final de
cuentas, una convencional historia de venganza y, aunque en el desenlace hay un
intento de otorgarle cierto peso dramático a la búsqueda de la verdad por parte
de Bourne, el hecho es que este giro “serio” del guión no resulta tan trascendente. Para
estas alturas, la logística le ha ganado a todo lo demás. La verdad: ¿a quién le
interesan los sentimientos de los personajes
después de tan emocionantes persecuciones?
En Bourne: el Ultimátum (The
Bourne Ultimatum, EU, 2007), tercera parte de las aventuras del
asesino-amnésico-al-servicio-de-la-CIA Jason Bourne, el inasible, ubicuo y
letal espía (Matt Damon) ha empezado a recordar, por fin, quién es, de dónde
viene y cómo llegó a convertirse en una perfecta máquina para matar cristianos.
Y, por supuesto, apenas deja de avanzar cojeando y sangrante por las calles de
Moscú –en el final anticlimático de La
Supremacía Bourne (Greengrass, 2004)- para luego
recuperar el aliento y volver a donde empezó todo: el mismo corazón del
imperio. A Bourne ya no lo mueve la mera venganza, sino algo más noble y más complejo:
sólo quiere saber su origen.
Dirigidos de nuevo por el
discutido cineasta británico Paul Greengrass, los nuevos -¿y de verdad
últimos?- avatares de Bourne tienen la indeleble marca de fábrica de la
franquicia: infaltables locaciones globales (Madrid, Tánger, Londres, Nueva
York), reparto secundario de categoría (a las conocidas Joan Allen y Julia
Stiles se suman ahora el nuevo villano David Strathairn y un siniestro Albert
Finney) y algunas electrizantes secuencias de persecuciones impecablemente
fotografiadas/montadas: una a moto, pata y a brinco por las calles y los techos
de Tánger; otra a a pie por una atestada estación londinense; y otra más a
carro por las traqueteadas rúas neoyorkinas.
La bien armada trama
escrita por Tony Gilroy –acaso me equivoque pero no encontré un
solo hueco argumental en ella- recurre de manera obvia a la propuesta
ideológica del thriller liberal setentero: basta que alguien tenga la
suficiente convicción, como Bourne -o que alguien sea tercamente íntegro, como
la jefa de espionaje encarnada por Joan Allen-, para desenmascarar a los
malosos que se esconden detrás de las sacrosantas instituciones. Basta, pues, con
negarse a ser cómplice, para que la suciedad salga a la luz pública.
Acaso el esperanzador
mensaje político suene un tanto cuanto ingenuo en vista de la historia
reciente de Estados Unidos -¿a cuántos y de qué nivel castigaron por lo de Abu
Ghraib?- o, ya entrados en gastos, de la historia reciente de México -¿y el
Góber Precioso?-, pero si el susodicho rollo está envuelto en un thriller tan
emocionante y de tan perfecta factura como Bourne:
el Ultimátum, podemos ser optimistas. Por lo menos en lo que a la buena
salud del cine liberal hollywoodense se refiere.
Un último detalle: como en
sus cintas anteriores –los “thrillers” históricos Domingo Sangriento (2002) y Vuelo 93 (2006), y la segunda parte de la trilogía, La Supremacía Bourne-, Greengrass usa aquí de
manera constante una cámara en mano tan inestable y temblorosa que algunos
espectadores han dicho que provoca dolor de cabeza. La validez de la shaky-cam –como ha sido mordazmente titulada
por algunos- ha sido debatida ampliamente por cinecríticos de la talla de David
Bordwell,
Michael Atkinson y Roger Ebert
en sus respectivos websites y/o blogs. Si le interesa el tema, tiempo le va a
faltar para leer este fascinante debate de gramática fílmica.
Comentarios
He leido que mucha gente la ha destrozado pero a mi me pareció bastante buena.
Construye poco a poco el escenario y los personajes para el acto final, mismo que aunque un poco mas jalado de los pelos que en las tres anteriores (pastillas que dan superpoderes), no por eso deja de ser menos emocionante.
Ademas me gustó el rapport entre Weisz y Renner. Es esa típica relación entre una nerd y un bad-ass-motherfucker.
Además no hay tanta shaky-cam, thank goodness...
ah! y ademas aqui si hay pelea con lobos, nada de elipsis frustrantes como en The Grey.
Es mas, tanto hablar de ella ya me dieron ganas de verla otra vez...
Saludos
RobD: Hace tiempo vi la miniserie en un botadero de previamente vistos del Blockbuster. Debí haberlo comprado. Bueno, algún día. Tampoco urge.
Recuerdo cuando no ver nada era lo mejor (y hasta nominado al Oscar se tuvo).
Y aún así, gran trilogía.
Ay, la gente...