32 Foro de la Cineteca/II



Hace tiempo, gracias a twitter, leí una sabrosa recopilación de insultos que unos cineastas le dedicaron a algunos de sus colegas: de Bergman a Antonioni, de Cronenberg a Shyamalan, de Rivette a James Cameron, etc. Uno de ellos me llamó la atención: el de Welles dirigido a Godard. Palabras más, palabras menos, decía Welles que le tenía respeto a Godard como cineasta, pero no como pensador. Sus ideas, decía Welles, son poco interesantes y no valen mucho la pena. 
Ese ninguneo wellesiano me vino a la memoria al ver Alps: Los Suplantadores (Alpis, Grecia, 2011), cuarto largometraje de Giórgos Lánthimos (Diente de Perro/2009, visto en Distrital 2010). Guardando las debidas precauciones y distancias -brincos diera Lánthimos de tener la carrera del Godard de los 60/70's-, algo similar podemos decir de las dos películas que hemos visto del cineasta griego: está más preocupado por su discurso que por el cine mismo. 
Atado a sus alegorías sobre la alienación existencial, la represión moral, el juego de roles en la familia y/o pareja, el estudio del comportamiento humano en situaciones límite, el cine que he visto de Lánthimos -aclaro: dos de sus cuatro largometrajes- está tan interesado en machacarnos su "mensaje" (dizque) provocador que termina por olvidar que debería de conmovernos/emocionarnos/molestarnos/asombrarnos. Vaya, está bien que provoque, pero algo más que bostezos y encogimientos de hombros.
Su anterior filme, el mucho más logrado Diente de Perro, tenía la ventaja de que, aunque su premisa ripsteniana no era muy novedosa que digamos, por lo menos la cinta estaba realizada con un gran control estilístico y derrochaba un humor absurdo y delirante. Nada de eso tiene Alps: Los Suplantadores aunque, nuevamente, la premisa con la que está construida la cinta no deja de ser interesante.
Estamos en la Grecia contemporánea. El Alps del título es un cuarteto de individuos -dos hombres, dos mujeres- que ofrecen sus servicios a las personas que acaban de perder a un ser querido: a un amigo entrañable, a una hija de 16 años, a la esposa, al marido infiel, etcétera. Cada uno de ellos suplanta, pues, durante algún tiempo a la persona fallecida, de tal forma que sus familiares puedan convivir un tiempo más con el "muerto"/"muerta" y, así, prepararse mejor para la despedida. El filme está centrado en "Monte Rosa" (Aggeliki Papoulia) -cada uno lleva el sobrenombre de una de las montañas de los Alpes-, una enfermera que, de tan comprometida con su papel, termina sumergida en él: ya no quiere ser quien es (pero, ¿quién es ella en realidad?), sino la joven tenista de 16 años a la que suplanta, así que quiere vivir con sus "papás", les repite como tarabilla sus "diálogos" y no quiere irse de "su casa".
La película se presta a muchísimas lecturas, algunas de ellas más válidas e interesantes que otras -un estudio sobre lo que significa ser "actor", una alegoría sobre los papeles que "interpretamos" en sociedad, una reflexión sobre la Grecia contemporánea en crisis de identidad (¿?)-, pero lo cierto es que cuando uno se da cuenta de lo que está pasando en el filme y qué es lo que hacen los suplantadores del título en español, la película termina dando vueltas sobre sí misma, estancanda. Sí, ya entendí lo que me quieres decir, está bien, es interesante... ¿Y? ¿Qué más? 
El filme tiene buenos momentos -la "actuación" de "Monte Rosa" con su "novio" y los "papás" de ella al fondo del encuadre, la "interpretación" de un adulterio frente a una viuda ciega despechada que se desquita repartiendo manotazos, las instrucciones que da-, lo que hace más lamentable que estas inquietantes piezas de buen cine se pierdan porque la película repite la misma idea una y otra vez. Parafraseando a Welles, Lánthimos no es mal cineasta, pero ojalá se interesara más en hacer mejor cine.

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