Presunto Culpable
Finalmente, después de haber ganado premios en Morelia 2009 y en Guadalajara 2010, ha llegado a las pantallas nacionales Presunto Culpable (México, 2009), documental dirigido a cuatro manos por Roberto Hernández y Geoffrey Smith. Como ya lo he escrito antes por estos rumbos, lo mejor del cine mexicano de la década pasada está en el cine documental y, ante la evidencia de lo que vi en Guadalajara 2010 -Presunto Culpable, Perdida (García Besné, 2010) y Vuelve a la Vida (Hagerman, 2010)- es probable que la tendencia continúe en esta nueva década.
Me resulta chocante escribirlo, pero lo voy a hacer de todas formas: Presunto Culpable es uno de los filmes más pertinentes que se hayan realizado en el México de hoy, en el México de siempre. Sin embargo, también es necesario apuntar una advertencia: la necesidad de una película como la dirigida por Hernandez y Smith no significa que, además, la cinta no tenga valores estrictamente cinematográficos. Más allá de la puesta al desnudo del sistema judicial mexicano, Presunto Culpable vale por sí mismo, por ser un notable filme documental, por la forma en la que el filme está construido, por provocar en el espectador una auténtica emoción, un genuino suspenso.
Hernández y Smith -su opera prima en el caso del primer, segundo largometraje en el caso del segundo- se dieron a la tarea de filmar de principio a fin el segundo juicio en contra de Toño Zúñiga, un joven comerciante de Iztapalapa y rapero de vocación, que es acusado de un asesinato y condenado a 20 años de cárcel. El matrimonio de abogados formado por el codirector Roberto Hernández y Layda Negrete (investigadora del CIDE) logran que el primer juicio condenatorio de Zúñiga se declare inválido -resultó que el abogado defensor era "pidata"- y también logran el permiso para grabar en vídeo la reposición de todo el juicio, además de entrar al Reclusorio Oriente en donde se encuentra Zúñiga para ver cómo (sobre)vive allá adentro.
La cinta apabulla no por los datos o estadísticas que nos entrega (93% de los detenidos nunca ve un juez, 93% de los detenidos nunca vieron una orden de aprehensión, 92% de las condenas se logran sin que haya evidencia física de por medio, 95% de las sentencias son condenatorias, 78% de los presos son alimentados por la familia, etcétera) sino porque nos muestra, de manera simple, directa, funcional, cómo se realiza un juicio penal en nuestro país. Llega un momento que el filme resulta de verdad desesperante: uno quisiera poder entrar a la pantalla y sacudir al juez, a la representante del Ministerio Público (-"Quiero que me explique por qué me está acusando", -"Porque es mi chamba"), a los judiciales abusivos, al testigo evidentemente mentiroso..
Menos mal que el caso de Zúñiga llamó la atención de Hernandez y Negrete, menos mal que Geoffrey Smith se unió al proyecto, menos mal que Hernández contó con la edición de Felipe Gómez y menos mal, también, que el propio Zúñiga contaba con sus propios momentos de escape cada vez que su situación empeoraba. Vamos, si el tipo no hubiera contado con el break-dance que practicaba frenéticamente, es probable que Zúñiga no habría sobrevivido emocionalmente a su viacrucis, pues "bailar es no estar en la cárcel".
Lo más terrible es que a través de Presunto Culpable entendemos que lo peor de todo no es la cárcel en sí misma, sino el asfixiante laberinto del sistema judicial mexicano, en el cual el expediente no se cuestiona por más que esté lleno de inconsistencias: no vale que la prueba de radiozonato haya salido negativa, no importa que el testigo haya mencionado a Zúñiga hasta su tercera declaración, vale un sorbete que no haya habido descripción física del culpable del asesinato del que es acusado Zúñiga, no se toman en cuenta las nuevas evidencias en la reposición del juicio... Presunto Culpable presenta un infierno judicial que ni Terry Gilliam podría haber soñado en su mejor/peor pesadilla. Por eso mismo, la información final no puede entenderse como una cruel paradoja sino, apenas, como la constatación de una realidad que sería risible si no fuera trágica: el juez que condenó a Zúñiga copiando literalmente la primera sentencia sigue en su sitio, el comandante de la policía que detuvo a Zúñiga sin pruebas ha sido ascendido, el abogado "pidata" sigue ejerciendo sin que nadie lo haya molestado... No cabe duda: en el infierno, las cosas no cambian tan fácilmente.
Me resulta chocante escribirlo, pero lo voy a hacer de todas formas: Presunto Culpable es uno de los filmes más pertinentes que se hayan realizado en el México de hoy, en el México de siempre. Sin embargo, también es necesario apuntar una advertencia: la necesidad de una película como la dirigida por Hernandez y Smith no significa que, además, la cinta no tenga valores estrictamente cinematográficos. Más allá de la puesta al desnudo del sistema judicial mexicano, Presunto Culpable vale por sí mismo, por ser un notable filme documental, por la forma en la que el filme está construido, por provocar en el espectador una auténtica emoción, un genuino suspenso.
Hernández y Smith -su opera prima en el caso del primer, segundo largometraje en el caso del segundo- se dieron a la tarea de filmar de principio a fin el segundo juicio en contra de Toño Zúñiga, un joven comerciante de Iztapalapa y rapero de vocación, que es acusado de un asesinato y condenado a 20 años de cárcel. El matrimonio de abogados formado por el codirector Roberto Hernández y Layda Negrete (investigadora del CIDE) logran que el primer juicio condenatorio de Zúñiga se declare inválido -resultó que el abogado defensor era "pidata"- y también logran el permiso para grabar en vídeo la reposición de todo el juicio, además de entrar al Reclusorio Oriente en donde se encuentra Zúñiga para ver cómo (sobre)vive allá adentro.
La cinta apabulla no por los datos o estadísticas que nos entrega (93% de los detenidos nunca ve un juez, 93% de los detenidos nunca vieron una orden de aprehensión, 92% de las condenas se logran sin que haya evidencia física de por medio, 95% de las sentencias son condenatorias, 78% de los presos son alimentados por la familia, etcétera) sino porque nos muestra, de manera simple, directa, funcional, cómo se realiza un juicio penal en nuestro país. Llega un momento que el filme resulta de verdad desesperante: uno quisiera poder entrar a la pantalla y sacudir al juez, a la representante del Ministerio Público (-"Quiero que me explique por qué me está acusando", -"Porque es mi chamba"), a los judiciales abusivos, al testigo evidentemente mentiroso..
Menos mal que el caso de Zúñiga llamó la atención de Hernandez y Negrete, menos mal que Geoffrey Smith se unió al proyecto, menos mal que Hernández contó con la edición de Felipe Gómez y menos mal, también, que el propio Zúñiga contaba con sus propios momentos de escape cada vez que su situación empeoraba. Vamos, si el tipo no hubiera contado con el break-dance que practicaba frenéticamente, es probable que Zúñiga no habría sobrevivido emocionalmente a su viacrucis, pues "bailar es no estar en la cárcel".
Lo más terrible es que a través de Presunto Culpable entendemos que lo peor de todo no es la cárcel en sí misma, sino el asfixiante laberinto del sistema judicial mexicano, en el cual el expediente no se cuestiona por más que esté lleno de inconsistencias: no vale que la prueba de radiozonato haya salido negativa, no importa que el testigo haya mencionado a Zúñiga hasta su tercera declaración, vale un sorbete que no haya habido descripción física del culpable del asesinato del que es acusado Zúñiga, no se toman en cuenta las nuevas evidencias en la reposición del juicio... Presunto Culpable presenta un infierno judicial que ni Terry Gilliam podría haber soñado en su mejor/peor pesadilla. Por eso mismo, la información final no puede entenderse como una cruel paradoja sino, apenas, como la constatación de una realidad que sería risible si no fuera trágica: el juez que condenó a Zúñiga copiando literalmente la primera sentencia sigue en su sitio, el comandante de la policía que detuvo a Zúñiga sin pruebas ha sido ascendido, el abogado "pidata" sigue ejerciendo sin que nadie lo haya molestado... No cabe duda: en el infierno, las cosas no cambian tan fácilmente.
Comentarios
Yo siempre he dicho que si -hipotéticamente- me voy al infierno, haré todo lo que -hipotéticamente- estuviera en mis manos para -hipotéticamente- llevar una mejor vida: sobornar, joder a quien sea y con quien sea; en resumen, venderle mi alma al mismísimo diablo con tal de pasármela mejor por aquellos lares.
Pero luego de leer tu conclusión, concluyo a mi vez: no lo haría, porque no lo he hecho. Maldición.
acabas de volver a despertarme el miedo de terminar en el tambo.
tengo que cambiar mi estilo de vida.
Alonso: Arrepentíos...
Leo
Saludos
PS El fotograma de 'Presunto culpable' que ilustra tu post es casi igualito a uno de 'Un Prophète'.
Castañeda es antipático, Marichuy, pues en muchas ocasiones -en más de las que mucha gente está dispuesta a aceptar- da en el blanco. Y, sí, tienes razón, no había caído en cuenta: los fotogramas son similares.
2046
A mi también me resulta antipático Castañeda aunque acepto que ha veces da en el blanco (como casi todos), mis razones son otras.
GRACIAS Y SALUDOS.
A la opinión pública:
Mi nombre es Cristina Ríos Valladares y fui víctima de un secuestro, junto con mi esposo Raúl (liberado a las horas siguientes para conseguir el rescate) y mi hijo, de entonces 11 años de edad.
Desde ese día nuestra vida cambió totalmente. Hoy padecemos un exilio forzado por el miedo y la inseguridad. Mi familia está rota. Es indescriptible lo que mi hijo y yo vivimos del 19 de octubre del 2005 al 9 de diciembre del mismo año. Fueron 52 días de cautiverio en el que fui víctima de abuso sexual y, los tres, de tortura psicológica.
El 9 de diciembre fuimos liberados en un operativo de la Agencia Federal de Investigación (AFI). Acusados de nuestro secuestro fueron detenidos Israel Vallarta y Florence Cassez, esta última de origen francés, quien ahora se presenta como víctima de mi caso y no como cómplice del mismo.
Desde nuestra liberación mi familia y yo vivimos en el extranjero. No podemos regresar por miedo, pues el resto de la banda de secuestradores no ha sido detenida. Hasta nuestro refugio, pues no se puede llamar hogar a un lugar en el que hemos sido forzados (por la inseguridad) a vivir, nos llega la noticia de la sentencia de 96 años a la que ha sido merecedora Florence Cassez, la misma mujer cuya voz escuché innumerables ocasiones durante mi cautiverio, la misma voz de origen francés que me taladra hasta hoy los oídos, la misma voz que mi hijo reconoce como la de la mujer que le sacó sangre para enviarla a mi esposo, junto a una oreja que le harían creer que pertenecía al niño.
Ahora escucho que Florence clama justicia y grita su inocencia. Y yo en sus gritos escucho la voz de la mujer que, celosa e iracunda, gritó a Israel Vallarta, su novio y líder de la banda, que si volvía a meterse conmigo (entró sorpresivamente al cuarto y vio cuando me vejaba) se desquitaría en mi persona.
Florence narra el "calvario" de la cárcel, pero desde el penal ve a su familia, hace llamadas telefónicas, concede entrevistas de prensa y no teme cada segundo por su vida. No detallaré lo que es el verdadero infierno, es decir, el secuestro. Ni mi familia ni yo tenemos ánimo ni fuerzas para hacer una campaña mediática, diplomática y política (como la que ella y su familia están realizando) para lograr que el gobierno francés y la prensa nacional e internacional escuchen la otra versión, es decir, la palabra de las víctimas de la banda a la que pertenece la señora Cassez.
Pero no deja de estremecernos la idea de que Florence, una secuestradora y no sólo novia de un secuestrador (con el que vivía en el mismo rancho y durante el mismo tiempo en el que permanecimos mi hijo y yo en cautiverio) ahora aparezca como víctima y luche para que se modifique su sentencia. Si lo logra o no, ya no nos corresponde a nosotros, aunque no deja de lastimarnos.
Esta carta es sólo un desahogo. El caso está en las manos de la justicia mexicana.
No volveremos a hacer nada público ni daremos entrevistas de prensa ni de cualquier otra índole (nuestra indignación nos ha llevado a conceder algunas), pues nuestra energía está y estará puesta en cuidar la integridad de la familia y en recuperarnos del daño que nos hicieron. El nuevo vigor que cobró la interpelación de la sentenciada y el ruido mediático a su alrededor vuelve a ponernos en riesgo.
Gracias por su atención
Cristina Ríos Valladares