Rogue One: una historia de Star Wars
Si de algo sirve Rogue
One: una historia de Star Wars (Rogue One, EU, 2016) es para justificar por
qué la “Estrella de la Muerte”, la dizque todopoderosa estación espacial que
vimos explotar en La guerra de las
galaxias (Lucas, 1977) –que los herederos de George Lucas le digan Episodio IV- estaba tan mal construida.
Sucede que el científico que diseñó ese
“destructor de planetas” lo saboteó para que pudiera ser acabado por alguien
con puntería apache –o, como fue el caso con Luke Skywalker, por quien tuviera
a “la fuerza” de su lado.
Más aún: además de explicarnos de manera razonable por
qué la “Estrella de la Muerte” fue hecha de forma tan inepta, Rogue One nos cuenta la historia de
cómo los planos de la estación espacial fueron a caer en las manos de la
Princesa Leia quien, usted se acordará, los guardó en el disco duro de R2D2
para que el robotito se los llevara a Obi-Wan-Kenobi, todo en la ya mencionada La guerra de las galaxias. Es decir,
estamos ante oooootra precuela más de la historia original creada por George
Lucas -¿habrá otra saga que tenga más precuelas que secuelas?-, situada poco
antes del inicio de los acontecimientos vistos en el filme de 1977.
Dicho lo anterior, no es un logro menor que la cinta
dirigida por el inglés Gareth Edwards (notable debut Monstruos: Zona infectada/2010, más que meritoria Godzilla/2014) se sostenga tan bien, con
todo y que la historia escrita por John Knoll y Gary Whitta sea tan derivativa,
no solo del universo creado por Lucas, sino de la añeja fórmula de la que
abreva: la película de acción –sea bélica o del oeste- en la que un grupo de
personajes llevan a cabo una misión suicida.
La protagonista es la rebelde Jyn (Felicity Jones),
hija del atormentado científico Galen Erso (Mads Mikkelsen), quien fue obligado
por el encumbrado burócrata del imperio Krennic (Ben Mendelsohn) a construir la
susodicha “Estrella de la Muerte”. Los rebeldes liberan a la convicta Jyn con
la idea de que ella los lleve hacia su padre con el fin de secuestrarlo pero,
en realidad, los revolucionarios le han encargado a Cassian Andor (Diego Luna),
el responsable de la misión, que se escabeche al científico en cuanto lo tenga
en la mira. Llegado el momento, Jyn, Cassian y una docena de arrimados formarán
un equipo suicida para poder cumplir el último deseo de Galen Erso.
Como ya sabemos en qué debe terminar todo –digo, ya
vio usted La guerra de las galaxias,
¿no?-, a los hacedores de Rogue One
les dejaron muy poco margen de maniobra. Es decir, Edwards y compañía no pueden más que jugar en los
intersticios de la tan conocida historia, a saber, en la creación de algunos
personajes secundarios (el sarcástico androide K-2SO con voz de Alan Tudyk, el
Jedi ciego interpretado por la súper-estrella hongkonesa Donnie Yen, el
matarife encarnado por el actor y cineasta chino Wen Jiang), en las referencias
nerdianas a otros episodios de la saga (que si aparece uno de los personajes
del bar de La guerra de las galaxias,
que si por ahí salen otros de los Episodios II o III), en la esperada
reaparición de Darth Vader con todo y la inconfundible voz de James Earls Jones
y, sobre todo, en la polémica resucitación de Peter Cushing, fallecido en 1994,
quien vía tecnología digital vuelve a aparecer en pantalla como el frío y
calculador Gobernador Tarkin.
Algunos colegas han escrito que Rogue One es la película más satisfactoria de la saga desde El imperio contraataca (Kershner, 1980)
y supongo que tendrán razón. Pero también habría que recordar que el nivel de
las tres precuelas de finales/inicio de siglo y el de la secuela del año pasado
no es muy satisfactorio que digamos.
Rogue
One es nada más que
un buen palomazo, entretenido, derivativo y eficazmente realizado por Edwards y
compañía. No más, no menos. Para los millones de fans de la saga, esto será,
sin duda alguna, más que suficiente.
Comentarios
Y por lo demás pues sí, son tan malas las otras (particularmente The Force Awakens #jijos) que esta luce muy bien en comparación pero tampoco es como para volarse la cabeza.