Guadalajara 2013/II
Mi jornada inició con El Huaso (Chile-Canadá, 2012), opera prima del joven documentalista chileno-canadiense Carlo Guillermo Proto quien, en apretados 78 minutos de duración, nos presenta las conmovedoras e inevitables patologías familiares que se desarrollan y se heredan de generación en generación.
Carlo Guillermo toma como personaje central a su propio padre, Gustavo, un hombre de 58 años de edad que está convencido que sus continuos olvidos y distracciones son signos de la aparición de un tempranísimo Alzheimer. Gustavo es chileno pero desde muy joven emigró a Toronto, en donde ha mantenido y criado a su familia -dos hijas y un hijo: Carlo- y ha prosperado económicamente, pues tiene una exitosa compañía de transporte.
De cualquier manera, como él cree que le queda poco tiempo de vida -porque vivir sin memoria no es vida para él-, decide volver a Chile a montar a caballo, como todo buen "huaso" hecho y derecho -término chileno que equivaldría al de vaquero. En la medida que avanza el documental, es claro que Gustavo tiene la idea de no sufrir ni hacer sufrir a la familia: si es finalmente diagnosticado el temido Alzheimer, este hombre serio, cortante con la mujer y los hijos, cálido con sus encantadores nietos, está dispuesto a quitarse la vida.
Sin embargo, ¿es el Alzheimer la razón para el deseo suicida de este hombre? Carlo, su hijo, lo sigue a todos lados con la cámara, platica y discute con él, le reprocha los episodios depresivos que él atestiguó en su infancia, lo confronta con sus continuos ataques de ansiedad y juntos recuerdan que el abuelo -padre de Gustavo- también se quitó la vida horriblemente después de pasar varios años deprimido.
Lo que empieza a emerger, poco a poco, es un mosaico de patologías que el propio cineasta busca exorcisar a través de esta película. Ese deseo de muerte que pasó de abuelo a padre, pareciera que el padre se lo ha transmitido al hijo -o, en todo caso, signos evidentes de depresión y ansiedad. No crea usted, por cierto, que todo es puro azote: hay momentos de humor efectivos, hallazgos cómico-visuales notables -un anciano con Alzheimer que tiene como mascota una perrita idéntica a él- y una inesperada y regocijante vuelta de tuerca que termina en otra vuelta de tuerca aún más inesperada pero, esta sí, de guillotina.
La buena impresión de este documental chileno se empañó con la primera película mexicana en la competencia: la muy fallida Besos de Azúcar (México, 2013), segundo largometraje de Carlos Cuarón (Rudo y Cursi/2009).
Estamos ante oooootra visión/versión más de Romeo y Julieta -escalada por el balcón incluida- o, si quiere una referencia más cercana, otro Amar Te Duele (Sariñana, 2002), nomás que musicalizada con Beethoven. El resultado es una muy irregular cinta juvenil/romática en la que el treceañero Nacho (César Kansino), que vende piratería y porno en el puesto de su abusivo padrastro Joao (Enrique Arreola, muy en su papel), se enamora de la niña de su edad Mayra (Daniela Arce), que es la hija de una temible lideresa de vendedores ambulantes. Al final de cuentas, la diferencia entre los dos es de estatus económico, porque social y culturalmente, Nacho y Mayra tienen ausencia de padre, una madre que no los atiende y hermanos que son una molestia -o una fuente de abuso sexual, comoen el caso de Mayra.
La película es un batidillo de gratuidades, desperdicios, oportunidades perdidas y referencias cinefílicas: gratuidad de habla escatológica (¿quién insulta en México de la forma que lo hacen los personajes de Cuarón?), la premisa de la conquista por el baile se deja caer a las primeras de cambio, abundan los personajes que no aportan gran cosa (Hector Jiménez, tan gracioso como desperdiciado), hay guiños cinefílicos por aquí y por allá (que si Los Cuatrocientos Golpes, que si Butch Cassidy) y, para rizar el rizo, una broma pa' uno de los Charolastras, pues el perfume con el que se quiere aromatizar un horrendo colchón meado se llama "Gael García for Men".
Después de padecer esta cinta, Ciudadano Buelna (México, 2012), el más reciente largometraje del otrora gran maestro del cine mexicano de los 60/70 Felipe Cazals, parece una obra maestra. Por desgracia, está muy lejos de serlo.
Coproducida por el gobierno del estado de Sinaloa y la Universidad Autónoma de Sinaloa, Ciudadano Buelna es una inerte biopic del "Granito de Oro" Rafael Buelna Tenorio (Sebastián Zurita), virtuosamente fotografiada por Martin Boege pero lastrada por una verborrea pomposa, engolada, repetitiva. Puedo dejar pasar la caprichosa elección del reparto (¿Gustavo Sánchez Parra como Obregón?, ¿Raúl Mendez como Carranza?), alguna subactuación mas bien penosa (el Zapata de Tenoch Huerta parece poeta melancólico y no revolucionario), las evidentes limitaciones de producción (la Convención de Aguascalientes parece más bien junta de vecinos por el tamaño del escenario) y hasta que nunca veamos una sola batalla en la película, pues elípticamente Cazals nos niega cual quier momento épico y/o emocionante, sea porque no le alcanzó el dinero, no tuvo el tiempo necesario, no quiso hacerlo por decisión estilística o porque se trata de un sentido homenaje a la película inaugural de la Época de Oro del Cine Mexicano, Allá en el Rancho Grande (de Fuentes, 1936), con su escena clave escamoteada... Puedo dejar pasar, repito, todo lo anterior, menos esa verborrea de estampita escolar.
El día lo cerré con Blancanieves (España-Francia, 2012), segundo largometraje de Pablo Berger (Por No Quedar Pobre/2003), que acaba de arrasar en los Goya 2013.
Basada en el cuento homónimo de los Hermanos Grimm, esta cinta muda pero no silente -presume una formidable música de Alfonso Villalonga-, traslada la clásica historia a la España de inicios del siglo XX. La Blancanieves del título es una joven que lleva la fiesta brava en la sangre, pues es hija de un afamado torero ya fallecido (Daniel Giménez Cacho, impecable), mientras la malévola madrastra es interpretada con gusto por Maribel Verdú. La muchacha, que se salva de ser asesinada por el chófer -no leñador- de la madrastra Encarna, es recogida por seis -no siete- enanitos toreros, quienes la adoptarán y la harán una de los suyos.
Berger se muestra dueño de innumerables recursos cinematográficos: los enlaces y transiciones son muy elegantes, la secuencia de la entrada al ruedo de Carmencita/Blancanieves (Macarena García) con su avalancha de flashbacks es muy emotiva, y no faltan los guiños humorísticos hacia el espectador que sabe que está viendo una historia muy conocida que, sin embargo, Berger y compañía han podido revitalizar con gracia e inteligencia.
Comentarios
El Ciudadano Buelna, lástima. Nos siguen haciendo falta buenas obras sobre todas esas etaas conocidas-desconocidas del siglo XX mexicano.
Besos de Azúcar, ayer leí una entrevista con Cuarón donde dice, palabras más, palabras menos, que como es muy menso no se dio cuenta que estaba haciendo Romeo y Julieta. Que él quería hacer un remake de Melody pero en realidad hizo Los 400 Golpes... Y que su reto fue superar Rudo y Cursi. Por lo que dices, creo que su reto es otro.
¡yo tampoco!