Pídala Cantando/LIII
El lector cotidiano de este blog, Sául Bass, me ha pedido rescatar la crítica que escribí hace unos doce años de El Tigre y el Dragón, la obra maestra de Ang Lee que terminó en mi top-3 del 2001. El texto, con pequeños cambios de estilo, es el mismo que publiqué en el momento del estreno. ¿Sostengo ahora todo esto que escribí hace más de una década? Digamos que sostengo que lo escribí.
A estas alturas del juego no nos debería haber
sorprendido. Pero nos sorprendió. El séptimo y multioscareado largometraje del
inclasificable director taiwanés Ang Lee, El Tigre y El Dragón (Crouching
Tiger, Hidden Dragon/Wo Hu Zang Long, China-Taiwán-EU, 2000), ha resultado ser
toda una sorpresa aún para los que nos consideramos admiradores de la obra de este cineasta, aún no tan (re)conocido en México.
Hagamos historia: Ang Lee
se dio a conocer con un trío de cintas “de cámara” sobre los diversos problemas
familiares de un pequeño grupo de taiwaneses, sea en la lejana isla, sea en el
cercano Estados Unidos. Estamos hablando de
Pushing Hands (1992) –inédita en nuestro país-, El Banquete de Bodas
(1993) y Comer, Beber y Amar (1994) –estas dos disponibles en vídeo. Luego, vendría
una sorprendente y sofisticada “sinfonía” ambientada en la Inglaterra
edwardiana, Sensatez y Sentimiento (1995) y, después, en otro cambio de
piel, una fascinante obra contemporánea, The Ice Storm (1997) –para variar, nunca estrenada comercialmente en México. Más aún: cuando creíamos que habíamos
visto ya todo, Lee cambia de tiempo, espacio y tono, y nos muestra una “polka”
americana del siglo XIX, Paseo por el Diablo (1999), una cruza de
western con cine histórico y melodrama de crecimiento/maduración. Y de plano,
cuando ya se nos había olvidado que Ang Lee es de Taiwán y habla mandarín, su
más reciente película es una maravillosa “ópera china” tradicional, una visita
a uno de los géneros chinos por excelencia, el wuxia-pian o, en buen
castellano, el cine fantástico de artes marciales. Es decir, estamos ante un filme ambientado en la China de antaño en donde
los guerreros y las guerreras luchan por su vida y por su honor, en donde las
artes marciales son vistas como una disciplina a través de la cual el espíritu
domina al cuerpo, en donde nuestros héroes vencen la gravedad y ejecutan actos
imposibles frente a nuestros asombrados ojos.
La trama
de El Tigre y el Dragón es sencilla, por más vueltas de tuerca que presuma: en
la China de la dinastía Quing –esto es, en el siglo XIX-, un legendario guerrero
de la escuela de Wudan, Li Mu Bai (la estrella hongkonesa Chow Yun Fat), decide
retirarse y le encarga a su compañera de armas (y de amores nunca
confesados) Shu Lien (la estrella de
Malasia Michelle Yeoh) que entregue su codiciada espada, “el destino verde”, a
un viejo conocido. Poco después, el arma es robada, y la principal
sospechosa resulta ser la hija de un político encumbrado, la falsamente
modosita Jen (la impresionante actriz china Ziyi Zhang, ya conocida por su
actuación en el filme de Yimou Zhang Camino a Casa/1999), quien ha sido educada en
la tradición Wudan por la violenta Zorra de Jade (la veterana actriz de artes
marciales Pei-Pei Cheng), asesina años atrás del maestro de Li Mu Bai. Jen,
además, está enamorada del ladrón de caminos Lo (el actor taiwanés Chen Chang)
y cuando la quieren obligar a casarse con otro, la rebelde jovencita huye con
el arma de Li, por lo que éste y su inseparable Shu Lien van a buscarla para
convencerla y prepararla para que sus increíbles dotes guerreras sean bien
usadas.
El Tigre y el Dragón fue
concebida por el propio Ang Lee como un homenaje al cine de artes marciales
visto por él en su infancia y juventud, y su origen se puede trazar en el
clásico Un Toque de Zen (1969), del veterano King Hu, maestro de la nueva
generación de cineastas de acción orientales encabezados por John Woo y Ringo
Lam. Sólo en este sentido, en el de la acción pura, la película es una
maravilla: las varias escenas de pelea (la dos emocionantes luchas entre Jen y
Shu, la hilarante bronca en el restaurante entre Jen y decenas de parroquianos,
el bellísimo duelo final entre Li y Jen luchando –¿o cortejándose?—en las copas
de altísimos bambúes) están perfectamente coreografiadas (cortesía del especialista Wo-Ping Yuen, colaborador habitual de Jackie Chan). Vaya,
sólo la pelea inicial entre Jen y Shu, con las dos rivales, una joven y fogosa,
la otra madura y sosegada, las dos volando por las terrazas, saltando entre
casa y casa, caminando entre las paredes cual improbables gacelas voladoras,
vale y con creces el precio del boleto.
Pero incluso en el interior de
este impresionante filme de acción pura (¿o de ballet aéreo?), Lee no renuncia
a definir con rigor, amor y pasión a sus personajes. El mismo cineasta lo ha
dicho: “a menos que se use la acción como una extensión de los caracteres y las
relaciones entre los personajes, el público no va a ser atrapado en historia”.
En efecto, si bien es cierto que las escenas de acción son emocionantes por sí
mismas, casi a un nivel puramente abstracto, la verdad es que están
perfectamente conectadas con momentos dramáticos claves, con las relaciones
entre los personajes, con la personalidad de cada uno de ellos. Así, la
impetuosidad de Jen, la sabiduría cansada de Li o la devoción de Shu tienen su
contraparte en la manera en la que pelean, en la que atacan, en la que se
defienden. Y por si fuera poco, Lee se da tiempo, además, de trazar dos
historias de amor paralelas y complementarias -la fogosa y desbocada de Lo y
Jen, la otoñal y delicada de Li y Shu- mientras explora con perspicacia un tema
que nunca ha abandonado en toda su filmografía: el peso de la tradición y la
familia en nuestras vidas, en nuestros amores.
Estamos, pues, ante otra obra mayor más de Ang
Lee, acaso la más perfecta y entrañable de todas sus cintas (más que Sensatez y
Sentimientos, más que The Ice Storm). Eso sí, algo es seguro: Lee no nos volverá a
sorprender. De él ya podemos esperar todo: hasta que alguna de sus próximas películas sea un musical ambientado en la época contemporánea. No lo inventé: eso ha dicho el cineasta en una entrevista reciente.
Comentarios
Osea que toda esa pasión que se lee fue pasajera?
En mi caso no. La vivi la sostengo y cada que la vuelvo a leer me vuelvo a emocionar igual.
En Berlín hace 2 años, un público enardecido (entre ellos yo of course), detuvimos la función de Una mujer una pistola y un restaurante de fideos de Yimou apenitas pasando la primera escena con una ovación que hizo detener y volver a empezar la cinta.
Obvio, ese fue el tema de pasillo a la salida de la Premiere.... en los mismos pasillos, escuche:
Esto no lo veíamos desde que El Tigre y el Dragón paralizó Cannes!!! Yo, curioso y metiche ay voy a meter mi cuchara y cuestionar a los que platicaban, una pareja de no sé donde, me explicaron que en efecto, tras el primer combate el publico se puso de pie a ovacionar a Lee, quien estaba presente y agradeció con humildad, tal ovación dijeron duró mas de 15 minutos, tras lo cual, siguió la película.
Obra Maestra. Tu lo has dicho. Indiscutible.
2046
mea culpa, un día de estos, la re-visitaré...
jo
Y la tercera, invité a una incauta. Cuando empezó la proyección y empezó a sonar la música, me dijo muy emocionada "ay, qué bonita la música hindú"... Luego, la imagen estaba desenfocada. Esperé un rato y como no la arreglaban, le comenté a mi invitada que iba a salir a pedir que la enfocaran. Me contestó "a lo mejor así es, ya ves que es extranjera". No cabe duda: el incauto fui yo.
Mozzter: Sí, es una de las cintas que periódicamente ha despertado el boom de este tipo de cine. Aunque, como sabes, el "cine de artes marciales" es un término oceánico. Hay muchos tipos.