Triste San Valentín
Triste San Valentín (Blue Valentine, EU, 2010), segundo largometraje de Derek Cianfrance, pertenece a una difícil estirpe fílmica por partida doble. Dificil porque el subgénero del que forma parte es el pesimista drama marital, cuyo discurso básico podemos resumir en unas cuantas afirmaciones desesperanzadoras: el matrimonio nunca funciona, el amor se escapa en el momento menos esperado y la naturaleza humana nos empuja a dañar todo aquello que deberíamos cuidar mejor. Es decir, esta clase de cintas no son fáciles de vender al gran público que no quiere ir al cine "a sufrir". Y difícil, también, porque la obra cumbre de este tipo de filmes es la pieza maestra de Bergman, Escenas de un Matrimonio (1973), inalcanzable cinta con la cual, qué remedio, será comparada toda película que trate el mismo tema.
En este contexto, Cianfrance y sus dos actores/productores, Ryan Gosling y Michelle Williams, han pasado con creces la prueba. El guión -escrito por el propio cineasta con dos colaboradores, más la participación de sus dos actores, quienes tuvieron la oportunidad de improvisar escenas y diálogos- no hace concesiones de ninguna especie. La crónica del deterioro matrimonial de la pareja formada por frustrada enfermera Cindy (Williams) y el agradable bueno-para-nada Dean (Gosling) es tan cruda como verosímil. Y nada de que "así es la vida" o "nadie tiene la culpa". Al contrario: lo que nos muestra Triste San Valentín es que todo tiene consecuencias en esta vida y de que, por supuesto, cuando un matrimonio se va a la goma, quienes tienen la culpa de ello son quienes forman ese matrimonio. Esto no los convierte en monstruos, por cierto: los hace seres humanos.
Y si bien es cierto que Cianfrance se queda lejos de la contundencia clásica de Bergman -¿pero hay alguien que se le acerque?-, tampoco está a años luz de otras obras mayores que han explorado estos mismos territorios desolados/desoladores en los últimos años, como Maridos y Esposas (Allen, 1992), 5x2 (Ozon, 2004) o Sólo un Sueño (Mendes, 2008). De hecho, la estructura narrativa de Triste San Valentín nos remite, hasta cierto punto, al cruel montaje del filme de Ozon. Como en 5x2, el desamor es una mera cuestión de tiempo: basta sentarse a esperar cómo el beso de amor y de esperanza del día la boda se convierte en el beso amargo del fracaso y la despedida, cuando los dos se dan cuenta que ya no pueden estar juntos.
La edición abrupta de Jim Helton y Ron Patane nos llevan del oscuro presente al luminoso pasado sin decir agua va. Al inicio, puede resultar desconcertante, pero muy pronto nos acostumbramos y empezamos a encajar las piezas mentalmente. No se trata de un mero juego especular -aunque hay algo de ello-, sino de contrastar dos etapas en la vida de una pareja que, uno lo entiende con claridad, estaba destinada al fracaso desde el inicio. No se trata de fatalismo, sino de mero sentido común, lo primero que se nubla cuando se atraviesa el amor: ella tiene ambiciones, quiere estudiar medicina, explotar ese "potencial" que le ha dicho su maestra de biología que tiene; él no podría ser menos ambicioso, abandonó la preparatoria porque sí y se contenta con ganar unos dólares en cualquier chamba que caiga. No se trata de un asunto de clase -los dos provienen más o menos del mismo ámbito trabajador- sino de visión del mundo.
Dean y Cindy no son malas personas ni, mucho menos, son malos padres de la encantadora niña que tienen -aunque el padre no es Dean, sino un ojete exnovio de ella-, pero por ahí y por allá se deslizan sus defectos tan naturales, tan corrientes: ella tuvo una vida sexual promiscua en su adolescencia y ahora tiene una jeta de perpetuo hastío, él será muy agradable y muy buena-onda, pero siempre está a la defensiva, bebe por las mañanas antes de ir a trabajar y estalla a la primera provocación.
Si uno ve sólo esta parte del filme, uno no entiende cómo ellos dos, tan distintos, pudieron haberse enamorado pero, como ya comenté antes, el montaje nos lleva a ver los tiempos felices, especialmente a la escena clave de la cinta, cuando Dean y Cindy pasean por las calles de alguna ciudad de Pennsylvania. Él, radiante por haberla encontrado después de haberla buscado durante algún tiempo, toca descuidadamente su ukelele mientras ella, de manera espontánea, le presume sus conocimientos sobre los presidentes de Estados Unidos. Luego, en una larga toma de casi tres minutos de duración, ella baila tan torpe como encantadoramente, mientras él canta y toca su ukelele. La cámara de Andrij Parekh deja respirar a los personajes -y a sus actores-, quienes parecen disfrutar de verdad de ese mágico momento en el que, muy probablemente, nació el amor entre ellos. Uno sabe que están destinados al desastre pero al ver esa escena, ¿quién puede culparlos? Se ven tan bien juntos. Por eso duele tanto cuando, en el siguiente corte -es decir, pocos años después-, se ven tan mal juntos.
Comentarios
Muy cierto lo que dices al final: se ven tan bien juntos, que al ver cómo termina es imposible no sentir pena. Y qué bien su actuación, eh. No sólo Michelle, él también tiene un desempeño estupendo.
Saludos
PS El jueves que Rebeca Jiménez Calero (@rebecajc) hacía su top de films de amores mal terminados, no me pude acordar de ese nombre film protagonizado por la Winslet y Di Caprio.
Yo no he visto ésta pero coincido contigo Ernesto, la de Bergman es el modelo de estos films. La que dice Marichuy también me parece sobresaliente, a ver si también me recuerda esa gran película de Ozon.
He leído comentarios divididos sobretodo porque no era tan intensa como la esperaban algunos. Lo que no sé es si la versión que están pasando es el corte original o uno para tener mejor clasificación.
Marichuy: Sí, Gosling está excelente. Como de costumbre, por cierto.
Julio: Es la obra maestra, sin duda, aunque antes hay varias cintas interesantes del mismo tema, como ¿Quien Teme a Virginia Woolf?
Leo
Y que super actuaciones se tiran Williams y Gosling, de los mejores actores de su generacion.