FICUNAM 2011/III


¿Para quién se realiza una película como El Cazador (Shekarchi, Irán-Alemania, 2010), cuarto largometraje del cineasta iraní -confieso que para mí desconocido- Rafi Pitts? ¿Para el público cinéfilo iraní o para los festivales de cine a los que es invitado el señor Pitts? Aunque estilísticamente podríamos colocar al filme como una muestra más del minimalismo tan en boga en la última década en el circuito festivalero -esta cinta fue exhibida en Berlín 2010, de hecho-, El Cazador tiene otras ambiciones que, por su propia estructura narrativa, terminan francamente saboteadas.
Por ejemplo, al leer la crítica que escribe James Bell en el Sight and Sound de noviembre de 2010 (pp. 59-60), uno se entera que la cinta tiene un subtexto político muy evidente para el público iraní o, en su defecto, para el cinéfilo no iraní que tenga algún diplomado sobre historia contemporánea de Irán. El propio Bell, para entender el filme, cita in extenso las notas de producción de la película y varios fragmentos de algunas entrevistas de Pitts explicando su película. Dicho de otra manera, apenas con las notas de producción en la mano, Bell pudo hacerse una idea de lo que trata El Cazador.
Para cualquier otra persona sin notas de producción en la mano, El Cazador es una slow-movie que muestra a un estoico expresidiario que, como trabaja de guardia de seguridad de noche, apenas si puede ver de día a su mujer y a su hijita. Cuando las dos mujeres mueren en un fuego cruzado entre miembros de la oposición y las fuerzas de seguridad del Estado iraní, nuestro casi mudo protagonista, Alí (el propio director Pitts), decide tomar revancha de la sociedad en la que vive, asesinado gratuitamente a un par de policías.
La narrativa visual de Pitts es tan minimalista como radicalmente elíptica, lo cual no necesariamente es malo, pero sí resulta contraproducente cuando tenemos un protagonista tan poco interesante e inexpresivo y más cuando la trama exige del espectador un conocimiento casi exhaustivo de la sociedad retratada por Pitts. La última media hora es la mejor del filme, no solo porque entramos en los terrenos de un competente cine de acción, sino porque la alegoría política -el policía bueno, el policía malo, el prisionero que es tanto víctima como victimario- es más que obvia. Sin embargo, a estas alturas del juego, el espectador más impaciente ya abandonó la sala y el más disciplinado -como quien esto escribe- nomás acierta a encogerse de hombros mientras piensa: "a la otra, tomo un curso de historia iraní contemporánea antes de entrar a ver una cosa como ésta". O mejor aún: "a la otra, no entro a ver una cosa como ésta".

El Cazador se exhibe hoy martes, a las 12 horas, en la Sala Miguel Covarrubias, del Centro Cultural Universitario.

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