La Felicidad


La Felicidad (Le Bonheur, Francia, 1965), tercer largometraje de la precursora de la nouvelle vague, la belga avecindada en Francia Agnès Varda, resultó, en el momento del estreno, una de sus cintas más discutidas. Viéndola casi medio siglo después, es fácil entender el porqué: ¿cómo era posible que que una mujer cineasta hiciera una cinta como ésta, calificada por algunos como una irresponsable fantasía machista?
La primera secuencia nos ubica de inmediato en el escenario dramático y en el tono del filme: a las afueras de París, el joven matrimonio de Francois y Thérèse Chevalier (el matrimonio real de Jean Claude y Claire Drouot), pasa un idílico día de campo con sus dos hijitos Gisou y Pierrot, interpretados por los auténticos hijos de la pareja. Francois duerme la siesta, Thérèse vigila a sus retoños, la campiña gala es preciosa, los colores de la naturaleza intoxican y la música del divino Mozart completa el cuadro. ¿Puede haber más felicidad que ésta?
En los siguientes minutos, tendremos el escenario completo: Francois trabaja como carpintero, el trabajo no le falta, vive modestamente pero sin dificultades, Thérèse -que además es bellísima- trabaja en casa como costurera, los niños son preciosos y bien portados, los amigos son solidarios, la familia extendida no estorba... Vaya, va avanzado la película y uno siente que la envidia le corroe el mal-alma que uno carga. Insisto: ¿puede haber más felicidad que ésta?
Parece que sí: en algún momento Francois hace migas con una joven empleada de la oficina postal, Emilie (Marie-France Boyer). Una sonrisa lleva a una plática, la plática al café, el café a un paseo, el paseo al departamento y, bueno, ya se imaginará lo que sigue después. El asunto es que Emilie no le exige gran cosa a Francois: ella sabe que está casado, que ama a su mujer, que tiene dos hijos. Ella lo ama, simplemente, y él la ama a ella. No piensa dejar a su esposa -es demasiado feliz con ella y con los niños- pero no desaprovecha la primera oportunidad que tiene para volver a los brazos de Emilie.
El idílico cuadro vital de Francois no parece haber cambiado mucho. Era feliz con su mujer, sigue siendo feliz con su mujer y con Emilie. Ni siquiere se siente distinto, diferente: "Soy más yo que te conocí", le dice exultante Francois a Emilie en un momento de franqueza. Y vuelvo a la pregunta: ¿puede haber más felicidad que ésta?
Llegado el momento, la respuesta será, finalmente negativa. Francois, que tiene el grave defecto de no saber ni querer mentir, le confiesa su affaire a Thérèse. Le dice toda la verdad en un escenario similar al de la escena inicial, en la campiña francesa: Emilie es parte de su vida, de su felicidad. No quiere hacer ningún daño a nadie: sucedió lo que sucedió sin que nadie planeara nada. Thérèse, bendita ella, parece tomarlo de la mejor manera. Si Francois quiere mantener esa aventura, ese amor por Emilie, ella no tiene más remedio que aceptarlo. No será ella quien se interponga en la felicidad de Francois.
Pero lo que sucede a continuación es el fin de la felicidad. Como si Francois hubiera traspasado todos los límites: tanta felicidad no puede ser posible. Sin embargo, después de la tragedia, la vida continuará: la naturaleza y sus colores siguen ahí, los niños siguen creciendo y Mozart sigue escuchándose en la banda sonora. En el desenlace, el cuadro familiar ha cambiado un poco, pero la felicidad se ha asentado de nuevo.
La trama escrita por la propia cineasta desconcierta si se le ve desde el atalaya de los -ismos (en este caso, del feminismo): alejada de cualquier facilón discurso ideológico, lo que nos muestra Varda es poco más que un círculo vital que se cumple de manera ineluctable, acaso cruel. La vida florece en la pantalla: las transiciones entre secuencia y secuencia están marcadas por súbitos fotogramas bañados en intensos colores (rojo, azul, verde, amarillo) y la puesta en imágenes misma, de los fotógrafos Claude Beausoleil y Jean Rabier, dificilmente podía ser más alegre: Vamos, a ratos, parece como si estuviéramos en un musical del marido de Varda, Jacque Demy (de hecho, Rabier había sido el cinefotógrafo de Los Paraguas de Cherburgo/Demy/1964).
La vida de los Chevalier, pues, era perfecta, como ellos y sus hijos, como la naturaleza que los rodea, como la música de Mozart que los acompaña en la banda sonora... Y, sin embargo, nada más elusivo que la felicidad. ¿Alguien se siente capaz de juzgar a estos personajes? Yo no puedo. Y creo que, además, no debo.

Comentarios

Rackve dijo…
Muy bonita película, cuando Agnes la presento en la Cineteca, dijo que ella quería hacer una película donde no existiera el adulterio (por lo que se entiende que no quería que hubiera maldad en ese mundo) y creo que por ese lado, la felicidad que muestra es de un mundo "perfecto". Ahora que mencionas sobre quye habla de un mundo machista, no lo había visto de esa manera, pero no creo, porque despuès tiene un película feminista que es "Una canta, la otra no."
Pero la escena de la confesión en el campo a su esposa, me gusto mucho la forma en que lo dice, la analogía que utiliza.


Saliendome un poco del tema, leí tu reseña de Los espigadores y yo que viene en tu libro, creo tiene toda la razón, Agnès Varda es el cine, ella a ama y vive de eso, en su documetal "Las Playas de Agnes" (que espero escribas de ella) se puede ver ese amor al cine.
Rackve: No es mi argumento, aclaro, sino la crítica que se le hizo en el momento del estreno. Es comprensible, además: años 60, rebeliones estudiantiles, feminismo... En cuanto a Las Playas... escribí un par de párrafos en el día cuatro de la cobertura de Guadalajara 2010 pero, en efecto, espero escribir largo y tendido de la película cuando se estrene... Y si no se estrena, de todas formas. Hasta el momento, es lo mejor que he visto en el 2010.
Anónimo dijo…
Muy bien Sr. Diezmartínez. Checare la peli, porque para ser sincero de Agnes Varda solo he visto Cleo de 5 a 7 y me encanto. Por cierto, estoy recomendando a mis amigos "películas para Semana Santa no autorizadas por el Vaticano" y quisiera saber cual recomendaría?? (hasta ahorita recuerdo MADEINUSA, LA ULTIMA TENTACION DE CRISTO, LA VIDA DE BRIAN) - javier -
Joel Meza dijo…
Maldigo la hora en que tronó el Servicio Postal Mexicano.
Anónimo dijo…
Ernesto, en el antepenúltimo párrafo tienes un error ortográfico imperdonable en ti: "el cuadro familiar a cambiado un poco". Hay que agregarle la "H" a esa "a" suelta.
ANÓNIMO S
Anónimo S: Gracias por notarlo y por apuntar el error. Cuando alguien se pregunta ¿pero para qué sirven los editores? La respuesta es: para los que escribimos no metamos la pata en público. Gracias de nuevo.
Unknown dijo…
La Felicidad, es conocer, por fin a Varda, cuando se ha escuchado mucho acerca de ella y se confirma que sólo con el acercamiento y el conocimiento de su obra, puede uno darle las gracias, por su trabajo, por su lucidez, por su talento. Un clásico humilde, sencillo, maravilloso. Siempre al pendiente, por lo que ahora conozco, de la mujer, más que de lña femineidad, y de la capacidad de entender, no el mundo complejo, sino las pequeñas cosas que hacen a la vida disfrutable. Me inclino, arrobado, ante este portento de imágenes, de cine, nada más.
Javier: Yo agregaría El Evangelio según San Mateo. Es una película profundamente cristiana -como lo es la de Scorsese, de hecho- pero no es el Jesús tradicional sino uno más bien enojado, rebelde, molesto. (Aunque, hasta donde recuerdo, esta cinta de Pasolini sí la recomendaba el Vaticano).

Entradas populares