Guadalajara 2010/Día dos


Mi segundo día inició con Lupano Leyva (México, 2009), cortometraje de 15 minutos de Felipe Gómez (co-director, con Alejandro Valle, del mafufo largometraje Historias del Desencanto/2005). Se trata de un muy competente ejercicio de estilo rulfiano-revolucionario en riguroso blanco y negro, bien fotografiado por Javier Morón. Roberto Sosa es un "pelón" -un soldado federal, pues- que ha sido herido de muerte en alguna batalla de la Revolución. El desafortunado "pelón" no quiere entender que "hace mucho que 'jue'", como le dice un briago rebelde bien interpretado por Gerardo Taracena, cual Alfonso Bedoya del nuevo siglo. Mario Zaragoza, por su parte, nos remite a Antonio R. Fraustro en su papel de Don Caralampio, el padrino del desafortunado soldado agonizante. Gómez conoce bien al cine mexicano de la Época de Oro y sus actores cumplen a la perfección con la tarea.

El largometraje mexicano que vi después no fue tan redondo. Martín al Amanecer (México, 2010), segundo largometraje de Juan Carlos Carrasco (Santos Peregrinos/2004), es dos películas en una y lo malo es que esas dos secciones no terminan nunca de embonar. En la primera, el Martín del título (Adal Ramones en plan serio) viaja de la capital a algún pueblito perdido en la nada, cargando una urna de cenizas. En esta primera sección, el tono es lánguido a más no poder -el título del filme aparece a los diez minutos y alguien dice la primera palabra a los quince- pero después, en la última media hora, la cinta se transforma en una especie de thriller rural con todo y mefistofélico ricachón de horca y cuchillo (Manuel Ojeda, muy en su papel).

La cámara de Aram Díaz se luce de principio a fin y el reparto es cumplidor (sí: Ramones puede actuar, como lo demostró en Puños Rosas/Gómez/2004), pero la historia es un tanto cuanto gratuita. Espero volver a ella cuando se estrene comercialmente.

Lo mejor del día vino después: La Historia de Siempre (España, 2009), cortometraje de 11 minutos de José Luis Montesinos. Un tipo entrado en años (Miguel Ángel Jener) que viaja en un camión urbano recibe una llamada de su exmujer, con la que estuvo casado durante casi tres décadas. Frente a los pasajeros del autobús, el hombre, gritando, discutiendo, suplicando, siempre a través del teléfono celular, trata de recuperar a su mujer. Una obrita maestra con un final genuinamente inesperado.

Mi primer walk-out del día -porque, insólitamente, hubo dos: un récord personal- fue con Los Famosos y los Duendes de la Muerte (Os famosos e os duendes da morte, Brasil-Francia, 2009), opera prima de Esmir Filho. Un adolescente común y corriente -distante, solitario, temperamental, blablabla- escribe un blog, apena si soporta a su madre viuda, está obsesionado por la música de Bob Dylan y por el suicidio de la hermanita de su mejor amigo. La verdad, soporté demasiado esta estulticia: me salí cuando faltaban 20 minutos para que terminara. Un alma caritativa y mucho más cueruda en estos dramas adolescentes existenciales me informó a la hora de la comida: el escuincle se reconcilia con su madre y no termina suicidándose. Lástima.

Por fortuna, lo siguiente que vi fue más que decente. Se trata del documental Fragmentos de una Búsqueda (Argentina, 2009), dirigida a cuatro manos por Pablo Milstein y Norberto Ludín. Se trata de un sentido documental acerca de "las desaparecidas de la democracia" en Argentina.

Lo que sucede es que ya no hay dictadura militar, por supuesto, pero sí corrupción e incompetencia policiales, de tal forma que cuando una joven y guapa madre de familia desaparece del mapa, su indómita mamá mueve cielo, mar y tierra para encontrarla. Lo que descubre la rudísima señora es una compleja red de tratantes de blancas que han secuestrado por lo menos dos centenares de muchachas en los últimos años para prostituirlas. ¿Y el Estado?: bien, gracias.

Mi segundo walk-out -insisto: una marca personal, pues nunca me había salido del cine dos veces el mismo día- lo provocó esa pedantería llamada Todo, en Fin, el Silencio lo Ocupaba (México, 2009), de Nicolás Pereda, de quien mañana o pasado veré Perpetuum Mobile (2009), que está en concurso en la sección mexicana de ficción. Todo, en Fin... es una especie de documental minimalista de una hora de duración en el que vemos la preparación teatral de la recién casada Jesusa Rodríguez, quien va a montar el "Primero Sueño" de Sor Juana. Los 61 minutos de la cinta nos muestran los sucesivos ensayos, las tomas de Pereda del trabajo de Doña Jesusa y no sé que más, porque yo salí despavorido al minuto 20. Otros, más cobardes, salieron antes; otros, más valientes -o más masoquistas- se quedaron hasta que terminó. Supongo.

Y llegamos a Kinatay (Ídem, Filipinas-Francia, 2009), octavo largometraje del nuevo genio o nuevo farsante del cine mundial Brillante Mendoza, quien ganó el premio a Mejor Director en Cannes 2009 precisamente con esta película.

Debo confesar que, a pesar de que hace un año una buena amiga me regaló un paquete de DVDs del señor Mendoza, esta es apenas la primera película que veo de él. Después de haberla revisado, honestamente no sé qué haré cuando regrese a mi casa: ver ávidamente cada uno de esos discos o quemarlos todos antes de que mi hija vea alguna de esas cintas por equivocación.

En todo caso, no culpo al jurado de Cannes 2009, dirigido por Isabelle Huppert, pues Mendoza transmite desde el inicio, con su cámara nunca quieta, una vibrante Manila que no conoce descanso alguno, sea en cierta ceremonia legal de bodas colectivas, en sus ruidosas calles siempre atestadas, en un restaurante en donde una familia se reúne para comer, en una desorganizada clase en la Academia de Policía... Precisamente ahí estudia Peping (Coco Martin), un muchacho de 20 años que se acaba de casar con Cecille (Mercedes Cabral), aunque el matrimonio recién formado ya tiene un bebé de siete meses que necesita de pañales y comida.

Peping sueña en graduarse y convertirse en agente motorizado, pues sabe que ellos ganan mejor (o morderán mejor, mejor dicho), pero mientras esto sucede es uno de los varios muchachos que tiene a su servicio Vic (Julio Díaz), un mafioso de cierto nivel. El mismo día de su boda, ya por la noche, Peping recibe una llamada: hay que reportarse con el jefe para hacer un jalecito. Aparentemente, se trata de darle una lección a una prostituta (María Isabel López) que ya cayó mal.

La segunda hora de Kinatay es francamente insoportable aunque nunca pensé en salirme de la sala. Ni siquiera cuando era obvio lo que iba a suceder (Y esto, ¿qué dice de mí, por cierto?). La violencia y el sexo en Kinatay nunca son totalmente gráficos -el manejo elíptico del encuadre por parte de Mendoza y su fotógrafo Odyssey Flores sugiere más que muestra-, aunque con lo poco que vemos y con lo mucho que imaginamos es más que suficiente.

La pregunta que queda en el aire es la siguiente: ¿realmente necesitamos este tipo de cine? Tal vez sí pero, ¿lo necesitamos con un discurso moral que, visto desde nuestro México, parece tan obvio y, al mismo tiempo, tan irrebatible? El inocente Peping es testigo de la tortura, el asesinato y el posterior desmembramiento de una mujer. El muchacho piensa en cierto momento en huir, acaso en denunciar a sus compañero y a su jefe, pero al final de cuentas termina siendo un sujeto pasivo más. Cuando el grupo termina con la tarea, se paran a desayunar porque después de una noche tan ajetreada, ya les dio a todos mucha hambre. Peping no: es incapaz de comer algo. Va al baño y echa las tripas por el lavabo. El jefe ni se inmuta, comiendo con fruición lo que parece una orden de cabeza o una birria caliente y gorda. "Ya te acostumbrarás", le dice. Luego le suelta unos cuantos billetes: "para los pañales de tu niño".

Mientras, las partes de la mujer asesinada empiezan a aparecer en Manila y los periodistas amarillistas salen con sus cámaras a tomar en primer plano la cabeza desmembrada de la desafortunda prostituta. Los periodistas están lamiéndose los bigotes del rating, dizque horrorizados por lo que están transmitiendo. Nomás faltaba que alguno de ellos dijera: "eso es todo, Joaquín, volvemos con la cámara al estudio".

No volvería a ver Kinatay por gusto, pero el morbo ya me ganó: en cuanto regrese a casa veré esos DVDs de Mendoza que tengo pendientes. Y luego, a lo mejor siempre sí los quemo.

Comentarios

Christian dijo…
"...no se suicida. Lástima"

jajaja
¿Quemar DVDs? ¿Y para qué está uno, fregado?
Joel Meza dijo…
Ash, estos blogueros...
Ese Nicolás Pereda hacer puras mierdas. No sé por qué lo siguen invitando a estos festivales de supuestamente primer nivel.
Duende: Ah, pos sí... No los quemos, pues. Se los guardo y disemino la peste.

Paxton: Y mañana veo otra de él. No me merecen, de plano.
Ese Paxton hacer puros comentarios de hombre blanco. Jao.

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