Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCVIII y CCIX




Dos por uno, ya que del 20 al 27 de octubre estuve de carne de jurado en la SEMINCI de Valladolid, así que va la revisión de la cartelera de los dos últimos fines de semana, como sigue:

Museo (México, 2018), de Alonso Ruizpalacios. El segundo largometraje de Ruizpalacios no empata el humor ni la inventiva de su extraordinaria y multipremiada opera prima Güeros (2014), aunque tampoco es exactamente un fracaso. Acaso, un ligero retroceso. La historia está centrada en el legendario robo del Museo de Antropología efectuado la Nochebuena de 1985. Mi crítica in extenso, por acá. (**)

Tamara y la Catarina (México, 2016), de Lucía Carreras. Vi el tercer largometraje de Carreras (Nos vemos, papá/2011, La casa más grande del mundo/2015 en codirección con Ana V. Bojórquez) en Los Cabos 2016, en donde mis colegas y yo -la española Chiara Arroyo y el estadounidense Gerard Peary-, quienes formamos el Jurado FIPRESCI ese año, le otorgamos el premio de la crítica internacional.
Se trata de un modesto pero sensible melodrama urbano sobre la Tamara del título (Ángeles Cruz), una mujer madura con leve discapacidad mental que despierta un buen día para descubrir que su hermano, su única compañía y sostén, no está en casa. Deambulando por la calle de regreso de su trabajo, en un viejo cafetín, se encuentra con "Catarina", una bebé que encuentra abandonada. Tamara toma a la niña y la lleva a su casa. Cuando su vecina, la anciana vendedora de tacos y quesadillas Doña Meche (Angelina Peláez), se entere de lo que ha hecho Tamara, buscará resolver el problema. 
Tamara y Doña Meche son dos solitarias/solidarias que terminarán conformando un nuevo pero precario núcleo familiar alrededor de la bebé. La mujer, abandonada por el hermano; la anciana, con un par de hijos en Estados Unidos. Las dos, sobrevivientes en una inmensa ciudad que, al final de cuentas, no será tan cruel ni implacable como lo dice el lugar común o, más bien, el tremendismo/jodidismo dramático, tono que rehuye inteligentemente Lucía Carreras. (**)

Cría puercos (México, 2018), de Ehécatl García. Presentada en competencia en Guadalajara 2018 -y ya disponible para su revisión en Amazon Prime- esta opera prima del egresado del CCC está centrada en una anciana recién enviudada y con un hijo en Estados Unidos que vence la depresión y recupera el gusto de vivir al criar una enorme puerca. Se trata de una anécdota mínima pero encantadora, que llega a buen puerto gracias, sobre todo, a su actriz principal (Concepción Márquez) y a la calidez de su propuesta dramática. (* 1/2)

Por un hijo (Jusqu'à la garde, Francia, 2017), de Xavier Legrand. La opera prima de Legrand, ganadora del León de Oro al Mejor Director en Venecia 2017, es un tenso thriller familiar que presume grandes actuaciones y una puesta en imágenes impecable. Mi crítica in extenso por acá. (**)

Inquilinos (México, 2018), de Chava Cartas. El quinto largometraje del realizador industrial Chava Cartas (Amor Xtremo/2006, Treintona, soltera y fantástica/2016) es, probablemente, el mejor que ha hecho en toda su carrera.
Se trata de un muy entretenido filme de horror centrado en una joven pareja (Danny Perea y Erick Elías) que llegan a vivir a un departamento en alguna vieja vecindad de Guadalajara. Los inquilinos del título se darán cuenta, muy pronto, que en realidad tienen otros inquilinos en su nuevo hogar: aparecen amuletos extraños, la muchacha tiene alucinaciones, una anciana vecina aparece de la nada balbuceando incoherencias -¿o advirtiendo del peligro?
Cartas maneja muy bien los resortes del género y Perea está formidable como la mujer que está empezando a deslizarse por el tobogán del miedo y la paranoia. Sin muchas pretensiones pero con una ejecución eficaz, estamos ante una cinta de horror ideal para un palomazo del fin de semana. (* 1/2)

Cygnus (México, 2017), de Hugo Félix Mercado. La opera prima de Félix Mercado es una bien ejecutada cinta de horror paranoico acerca de un joven astrónomo, Fabián Ocampo (Jorge Luis Moreno), que llega a trabajar a un complejo astronómico ubicado en la Sierra Negra de Puebla. Ahí, a las primeras de cambio, a través del "telescopio milimétrico más grande del mundo", el joven astrónomo se topa con una señal que parece provenir de la constelación Cygnus X-3, a 37 millones de años luz de la tierra. Sin embargo, afectado por "el mal de montaña" -el observatorio se encuentra a cuatro mil metros sobre el nivel del mar-, Fabián se desmaya y al despertar no hay registros de que realmente haya descubierto algo. 
¿Será que su compañero de trabajo (un hosco Gustavo Sánchez Parra) le quiere robar la gloria? ¿El director del observatorio (Miguel Treviño) está contra él? ¿O todo será producto de los desajustes provocados por "el mal de montaña"? Y a todo esto, ¿por qué está empezando a tener sueños tan raros? Mientras, el espectador se pregunta si todo el asunto no proviene de ciertos poderes extraterrestres que están experimentando con Fabian.
Sin presumir una gran producción, la cinta se sostiene por la buena construcción dramática, por un reparto intachable -por ahí aparece la siempre bienvenida Cassandra Cianguerotti en el papel de la joven doctora del lugar- y por la efectiva dirección de Mercado, quien se revela como un cineasta más que capaz para manejar la acción, el suspenso y el horror. Otro buen palomazo para este fin de semana.  (*1/2)

Sonidos del corazón (Hearts Beat Loud, EU, 2018), de Brett Haley. El cuarto largometraje de Haley es una amable e inofensiva dramedy sobre un padre cincuentón (el siempre confiable Nick Offerman), dueño de una tienda de discos de vinilo en Brooklyn, que ve cómo su única hija (encantadora Kiersey Clemons) está a punto de irse a estudiar medicina al otro lado del país, en la UCLA. Cierto día, nomás por no dejar, padre e hija componen una canción que luego él sube a Spotify, convirtiéndose en el indie hit de la temporada. De improviso, los planes de él -cerrar la tienda porque ya dejó de ser negocio, ocuparse de su anciana madre con inicios de demencia senil (Blythe Danner), acaso comenzar un romance otoñal con su casera (Toni Collette)- pueden sufrir un cambio radical: ¿por qué no la muchacha pospone un año su ida a la UCLA y se va con su bohemio padre de gira con su banda nombrada, muy adecuadamente, "No somos una banda"?
Creo que usted ya sabe la respuesta a la pregunta anterior. El guion escrito por Haley -en colaboración con Marc Basch- no presenta demasiadas sorpresas, pero el reparto ayuda a que todos los clichés fluyan sin demasiado problema. El rapport entre Offerman y el resto del reparto -entre la jovencita Clemons, Collette y Ted Danson, en el papel de un sabio bartender mariguano- es impecable y Haley es un competente artesano que sabe cómo no aburrir en 97 minutos de película.
Por cierto, el personaje interpretado por Clemons es, por supuesto, afroamericano y además tiene un sensible romance lésbico con otra jovencita (Sasha Lane) pero tanto su raza como su inclinación sexual son elementos que conforman al personaje pero no lo definen. Es decir, es mulata y lesbiana y ya, como podría ser zurda y coleccionista de monedas. El drama está en otra parte, más simple, más sencillo, más universal: ¿qué pasa cuando un padre tiene que dejar ir a su hija? (* 1/2) 


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