Valladolid 2018/I



Pues con la novedad que este octubre no fui a Valladolid hoy Morelia –es decir, al festival de Morelia- porque volé a la otra Valladolid, a la original, para fungir como presidente del jurado FIPRESCI en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, mejor conocida como SEMINCI, en su edición número 63. En fin, unas cosas por otras.

La SEMINCI es uno de los festivales más antiguos no solo de España sino de toda Europa y su competencia internacional está centrada en el cine independiente y de autor. Mis colegas críticos (de Finlandia, Eero Tammi; de Alemania, Katharina Dockhorn; de España, Abraham Domínguez) y yo, otorgaremos el premio FIPRESCI de la crítica internacional a una de las diecisiete películas en la competencia oficial, cintas provenientes de todo el mundo.

Como todo festival, el de Valladolid presenta distintas secciones –de largometrajes, de cortometrajes, de cine documental, de filmes de corte histórico, de tema ambiental- además de tener funciones especiales –la más atractiva y a la que espero asistir, si es que mi responsabilidad de jurado me lo permite, es la de Safety Last (Newmeyer y Taylor, 1923), acaso la obra maestra protagonizada por Harold Lloyd, con todo y música en vivo.

Además, la SEMINCI homenajea, entregándoles sendas “Espigas de Oro” a los actores Matt Dillon y Eduard Fernández, a la actriz Iciar Bollaín, y a los directores Juan Antonio Bayona, Mohammad Rasoulof y Margarethe von Trotta, esta última porque también presentaría, fuera de concurso, su más reciente filme, el documental Entendiendo a Ingmar Bergman (2018). Por desgracia, la cineasta alemana no pudo asistir al festival por cuestiones de salud, aunque la representó en la ceremonia de gala Carlos Saura, quien lanzó un breve discurso sobre Bergman.

Como seré carne de jurado, no puedo escribir sobre las películas en competencia –por lo menos no antes de que termine el festival, claro- pero sí puedo anotar algo sobre el filme inaugural, Tu hijo (España, 2018), quinto largometraje de Miguel Ángel Vivas.

Se trata de un thriller de venganza que, al principio, parece no más que la enésima versión de El vengador anónimo (Winner, 1974), solo que en versión andaluza con José Coronado como un eminente cirujano que va en busca de los que dejaron medio muerto a su hijo. Sin embargo, hacia la última parte la cinta da un giro inesperado que termina resultando una durísima crítica no a cierto tipo de masculinidad tóxica sino, más bien, a una muy tribal paternidad tóxica. Ojalá la cinta llegue a México para escribir de ella… o por lo menos que aparezca en Netflix.


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