Apóyate en mí



La primera imagen de Apóyate en mí (Lean on Pete, GB, 2017), dirigida por el ya consolidado cineasta inglés Andrew Haigh (Weekend/2011, temprana obra maestra 45 años/2015), nos muestra al protagonista, el adolescente quinceañero Charley (Charlie Plummer), correr por algún camino de Portland. Con una imagen similar, solo que en otro sitio y en otras circunstancias, terminará el filme dos horas después. Entre ese principio y ese final, Charley no hará otra cosa más que moverse.
El cuarto largometraje de Haigh, basado en la novela homónima de Willy Vlautin adaptada por el propio cineasta, es de ese tipo de películas que van cambiando de piel en la medida que avanzan. Lo que al principio parece una suerte de edificante melodrama juvenil centrado en la amistad entre dos marginales -el adolescente abandonado de madre y precariamente criado de padre Charley y un viejo caballo de carreras a punto del retiro llamado "Lean on Pete"- termina convertido en un contundente drama sobre la orfandad, sin asomo de sentimentalismo alguno, pero tampoco sin jodidismo ni crueldad gratuita.
Ignoro cuál sea la estructura de la novela homónima en la que está basada esta cinta y si algunos de sus más grandes aciertos se encuentran contenidos en el libro -por ejemplo, la forma en la que ciertos personajes centrales desaparecen de la vida de Charley-, pero hay algunos aspectos que claramente provienen del cineasta Haigh, como su rotunda negativa a antropomorfizar el caballo "cuarto de milla" que, aparentemente, está llamado a ser el coprotagonista del filme. Nada de eso: "Lean on Pete" es, como le dice varias veces a Charley la traqueteada jockey interpretada por Chloë Sevigny, solo un caballo, no una mascota. Está hecho para correr y nada más. Bajo esta premisa, la cámara de Magnus Nordenhof Jonck retrata al animal: sin romantizarlo ni mitificarlo. De alguna manera, el cuaco termina siendo una especie de McGuffin dramático: el animal es importante para Charley -y, por ende, para la historia- pero no por lo que es, sino por lo que provoca.
La errancia de Charley en la segunda parte del filme le confiere a la cinta un peso inesperado: su encuentro con distintos personajes -el dueño de un cafetín y su mesera, dos rancheros veteranos de guerra y su anciano vecino con nieta maltratada, un vago alcohólico de falsa amabilidad- expanden la visión del mundo del muchacho al mismo tiempo que nos presenta, dramáticamente hablando, un escenario poco frecuentado de la marginalidad (económica-social-existencial) americana -como antes lo hiciera la gran Kelly Reichardt en Wendy y Lucy (2008), una película que bien podría acompañar a Apóyate en mí en un programa doble ideal.
Un último apunte acerca de Charlie Plummer, el único protagonista posible de este filme: estamos ante una presencia actoral notable, dueño ya de los más amplios recursos para transmitir fragilidad, duda o dolor, sin manierismos de ninguna especie. He leído por ahí comparaciones del trabajo de este jovencito con el Jean-Pierre Léaud de Los 400 golpes (Truffaut, 1959). A bote pronto, esto puede parecer un despropósito, pero cuando uno termina de ver el filme, ya no lo es tanto. Para nada. 

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