El Gran Dictador
El ciclo de cine “Chaplin por
Siempre” sigue en las "Salas de Arte" de Cinépolis con el
clásico irrebatible El Gran Dictador
(The Great Dictator, EU, 1940) que, por si tenía usted mucho pendiente, sigue funcionando por la eficacia de sus gags antinazis y por sus devastadores dardos
antihitlerianos, por más que el tono cursi y rollero del final, la verdad sea dicha,
esté de más.
De cualquier manera, es todo un espectáculo ver a
Chaplin interpretar a Adenoid Hynkel, el demente dictador de Tomania, y sigue
siendo fascinante ver todas las formas que ideó el cineasta para hacer mofa de
Hitler un año antes de que Estados Unidos entrara a la guerra. (Como detalle
anecdótico, hay que recordar que Hitler y Chaplin nacieron el mismo año, 1889,
con unos días de diferencia y que el propio Chaplin afirmaba que el político
alemán le había copiado el estilo de su inconfundible mostacho).
En
El Gran Dictador hay gags de
antología que siguen provocando hilaridad: Hynkel hablando por vez primera ante
la cámara y dominando a las masas con un solo ademán; el obeso dictador de
Bacteria, Napoleoni (Jackie Oakie como carcajeante caricatura de Mussolini),
negándose a salir del tren si antes no le han colocado una alfombra digna de su
ego; Hynkel jugando con el globo terráqueo cual niño con juguete nuevo (sin
duda, una de las imágenes emblemáticas del cine del siglo XX); el barbero judío
(el otro personaje interpretado por Chaplin) rasurando a alguien a ritmo de una
danza húngara; Hynkel desesperado porque no puede sacar de su depósito una
pluma fuente… En resumen, una feroz y muy bienvenida (ahora, antes y siempre) película
antinazi y, en última instancia, un buen filme antibélico que desnuda las locuras
y estupideces que se hacen y se dicen en nombre de la patria y en la búsqueda
del poder.
Aunque el
filme tuvo mucho éxito en su momento –de alguna manera, retrataba el estado de
ánimo de los estadounidenses en contra de Hitler, a quien consideraban poco más
que un payaso- años después, cuando se conocieron al detalle las atrocidades
cometidas en los campos de concentración y el alcance que tuvo “la solución
final” judía, Chaplin afirmó que nunca podría haber hecho esta cinta si hubiera
sabido lo que en realidad estaba pasando en Alemania.
El único
prietito en el arroz viene al final, cuando Chaplin
(en el papel del barbero judío que suplanta a Hynkel) no resiste la tentación
de aventarse un larguísimo choro que termina por desbalancear al filme. El Gran Dictador no necesitaba de
ningún rollo aleccionador: su sátira lo decía todo… y lo sigue diciendo, más de
setenta años después.
Comentarios
Anónimo: Ah, claro. Perdonemos magnánimamente a Chaplin. Nadie es perfecto. Ni él.
:P