El Circo
Visto a la distancia, El Circo (The Circus, EU, 1928), cuarto largometraje de Charles Chaplin, parece una obra menor, sobre todo si se le compara con su cinta anterior, La Quimera del Oro (1925) –el filme con
el que quería ser recordado Chaplin- y su filme posterior, Luces de la Ciudad (1931), que es considerado hoy en día como su
irrebatible obra maestra.
Sin
embargo, El Circo no es ninguna obra
menor. Es cierto que carece del filo crítico del hilarante three-reeler La Clase Ociosa
(1921) o del ya mencionado largometraje
Luces de la Ciudad, pero algunas de las secuencias slapstick de El Circo no
desmerecen en lo absoluto si se le comparan con lo mejor de la obra chaplinesca.
Además, el final es, acaso, el más triste en la filmografía del cineasta inglés.
La
historia, acaso, peca de sencilla: Charlot es el mismo vagabundo de siempre,
hambreado y sin un céntimo, que le gana amablemente su comida a un bebé, que es
acusado injustamente de haberse robado una cartera –en realidad, el verdadero
carterista puso la cartera birlada en sus bolsillos- y que, para variar, es
perseguido por la policía en un parque de diversiones en donde se encuentra un
circo. La dinámica secuencia de la persecución, que tiene su clímax en una casa
de espejos, es una de las más divertidas e imaginativas en la historia del slapstick chaplinesco, así como lo es la
forma en la que Charlot trata de destantear a los policías, fingiendo que es un
simple muñeco de madera.
En algún momento de esta secuencia, Charlot entra corriendo a la pista del circo perseguido por la
policía, y la audiencia, creyendo que todo está planeado, estalla en carcajadas
ante la gracia acrobática del vagabundo, que se escabulle una y otra vez de los
agentes de la ley. El tiránico Maestro de Ceremonias (Allan García) ve en
Charlot su oportunidad para evitar la debacle del circo, así que lo contrata
como payaso, aunque muy pronto se da cuenta que el vagabundo solo puede hacer
reír cuando no planea hacerlo. Charlot termina trabajando de mero chalán, pero el Maestro
de Ceremonias prepara las condiciones para que el vagabundo provoque las risas
del respetable, por ejemplo, cuando es acosado por un burro correlón.
Hay
algo irónico en el hecho de que el personaje de Charlot no sepa lo gracioso que
es. Nada más distante de Chaplin, por supuesto, que sabía perfectamente cómo
hacer reír. En El Circo ya estaba
convertido en un auténtico perfeccionista del gag y llegó a hacer hasta 200
tomas de cierta célebre escena en la que él aparece caminando en la cuerda
floja, pues no quedaba conforme con ella.
Además
de esta escena en la que Charlot aparece de equilibrista –y la ya mencionada
persecución en el parque de diversiones- hay otros momentos hilarantes en El Circo como cuando, debido a su
torpeza, Charlot deja escapar todos los animales de un mago, o cuando él mismo
termina encerrado con un león dormido, una escena llena de genuino suspenso,
porque no hay truco alguno: hay tomas en la que Chaplin está él, solo y su
alma, al lado de un enorme león que lo está oliendo.
Por
supuesto, tratándose del quijotesco y romántico Charlot, en El Circo el vagabundo está condenado a
no encontrar el amor verdadero: aunque se enamora de la bella hijastra del
Maestro de Ceremonia, Merna (Merna Kennedy), ella solo tiene ojos para Rex
(Harry Crocker), el nuevo equilibrista del circo.
El
desenlace es, acaso, el más triste de que haya filmado Chaplin en esa época.
Charlot no solo no puede ganarse el amor de Merna sino que, incluso, llegado el
momento, decidirá mejor volver a la
carretera. Así, al final, mientras el emblemático iris se cierra acompañando su
triste figura perdiéndose en el camino, queda claro que Charlot no encaja en
ningún lado. Ni siquiera en un circo.
Comentarios
Este sábado (¿o era el domingo?) la veré por primera vez en pantallota de cine. A veces la vida tiene buenos momentos...