Retrospectiva Leos Carax/II
Después de mucho años, volví a ver Los Amantes del Puente Nuevo a raíz de la Retrospectiva Leos Carax, presentada en la Cineteca Nacional, dentro de Distrital 2013. Y, según mis cuentas, escribí el siguiente texto a mediados de los 90, hace casi 20 años.
Al re-leer el texto para publicarlo en el blog, me doy cuenta que, tal vez, me pasé de lanza con mi entusiasmo desbordado. Tal vez. Con todo, ahora que he vuelto a ver el filme, creo que Los Amantes... sigue siendo superior a Holy Motors. Ni modo: demándenme.
Los Amantes del Puente Nuevo
(Les Amants du Pont Neuf, Francia, 1991) es el tercer filme del "enfant
terrible" del cine francés de hoy, Leo Carax (Boy Meets Girl/1984, Mala Sangre/1986). Seguramente la más accesible de sus primeras tres
películas, Los Amantes del Puente Nuevo nos plantea la historia de amour-fou entre el homeless Alex (Denis Lavant, el actor-fetiche de Carax) y la pintora con
parche en el ojo y ceguera progresiva Michèle (Juliette Binoche antes de su
definitiva internacionalización con Tres Colores: Azul/Kieslowsky, 1994).
Los
dos personajes se encuentran en el legendario "Pont Neuf" parisino,
cerrado durante dos años por remodelación, en el cual irán construyendo su amor
a contracorriente. Un amor levantado a pesar del infortunio (la ceguera de
Michèle, la cojera de Alex), de la agobiante miseria, de un pasado que
atormenta y aplasta (el recuerdo de Michèle por un chelista de quien estaba
enamorada), y de una ciudad indiferente y lejana.
La historia en sí poco tiene de
original. Lo que quita el aliento es la forma de contarla. Y la forma es fascinante, apoyada por el sugerente y ultraelíptico montaje de Nelly Quettier
(corte hacia un pescado crudo cuando Alex levanta el parche de Michèle para ver
cómo está su ojo enfermo, corte en barrido hacia un grupo de palomas volando
que se confunden con los helicópteros del desfile militar del bicentenario
después de ver a Alex realizando su impresionante rutina de escupe-fuegos) y
la virtuosa y maleable fotografía de Jean-Ives Escoffier (tono de video-documental
en los primeros diez minutos cuando nos adentramos en la vida de los homeless parisinos; tono exultante de gloriosa comedia musical de
Astaire-Rogers cuando la pareja baila en el derruído Pont-Neuf con las
celebraciones versallescas del Bicentenario de la Independencia francesa de
fondo; tono paroxístico cuando la cámara toma a Michèle corriendo entre el
desfile militar después de matar -¿o imaginar que mataba?- a su examante
chelista; tono seco, distanciado, cuando se atestigua el suicidio de Hans
-KlausMichael Grüber-, el desafortunado vagabundo viudo).
Los actores encarnan con plena libertad a sus personajes, contagiados por el despliegue apabullante de la narrativa visual camaleonesca del filme. De la alegría a la depresión, de los llantos a la rabia, de los delirios alcohólico-junkies a la desesperación, Lavant y Binoche han creado un par de personajes inolvidables: los dos grandes amantes del cine francés de los noventa.
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