Martha
Presentada en Guadalajara 2010 fuera de concurso, Martha (México, 2010), opera prima de ficción de Marcelino Islas Hernández, ha estado exhibiéndose con toda justicia durante todo el mes de noviembre en la Cineteca Nacional. Y apunto la palabra justicia porque esta pequeña película de apenas 77 minutos de duración dirigida por Islas Hernández -que tiene en su haber documental llamado Cihuame (2007), desconocido por mí- no merece el ninguneo ni, mucho menos, el olvido.
El filme, escrito por el propio cineasta, está centrado en rutinaria, solitaria y grisácea vida de la anciana archivista -perdón: "archivera"- Martha Gallegos (Magda Vizcaíno), que tiene 34 años trabajando en una pinchurrienta aseguradora mexicana. Un buen día su ojete jefe de buenos modales (Carlos Ceja) le avisa que se le acabó la chamba pues los papeles que ella tiene que ordenar serán digitalizados y de aquí en adelante todo será manejado en computadoras. Martha nunca se casó, vive sola en un diminuto departamento y, por las noches, le hace compañía a una vecina, acaso retrasada, e igual de vieja que ella. Cuando la joven encargada de la digitalización, Eva (Penélope Hernández), llega a su oficina a sustituirla, Martha se sentirá amenazada aunque, después de un intercambio de cigarrillos y confesiones, la anciana encontrará en esa muchacha una suerte de alma gemela sólo que con medio siglo menos.
En su penetrante crítica publicada en La Justeza del Cine Mexicano (UNAM, 2011, pp-204-208), Jorge Ayala Blanco apunta con razón cierta afinidad de Martha con el neorrealismo italiano, especialmente con el clásico Umberto D (de Sica, 1952), centrado en otro personaje anciano solitario y desvalido. Sin embargo, como el propio Ayala Blanco también se encarga de subrayar, el guión y la puesta en imágenes de Islas Hernández están desproviston de todo sentimentalismo. Yo agregaría, además, que también carece, por fortuna, de cualquier asomo de miserabilismo ripsteniano. La soledad en la que vive Martha no es pretexto para la abyección sino para constatar serenamente, sin crueldad, de que así es la vida de muchas personas -que somos o podemos ser nosotros- en una urbe del tamaño de la Ciudad de México. Es posible encontrar solidaridad, es cierto, pero también indiferencia. Y así hay que seguir viviendo.
He apuntado que en Martha no hay chantajes ni azotes. Eso es bueno. Pero también hay algunos brotes de humor absurdo. Y eso es mejor. Así, la anciana le informa a Eva, con neutral displicencia, al escuchar los ruidos y gemidos que provienen de la oficina contigua, que el jefe coge con la secre chichona (Ismena Romero) "nomás lunes y miércoles... bueno, a veces también los viernes"; Martha decide quitarse la vida ("si no me mato, nunca me voy a morir") hasta el viernes, porque no quiere faltar en su último día de trabajo; el incómodo silencio que domina en una improvisada reunión en el pequeño departamento de Martha se rompe cuando un chamaco muerde un pan seco; la boca de la simplona vecina de Martha, Sonia (Leticia Gómez Rivera), permanece abierta mucho tiempo después de que el médico le pide que la cierre...
El debut de Islas Hernández dista de estar completamente logrado. Las secuencias oniríco-poéticas están de más y rompen con el tono naturalista, seco, del filme. Y el manejo del encuadre es, por decir lo menos, inconsistente: es cierto que hay un uso competente de la cámara fija y de los espacios en off, pero también hay ocasiones, especialmente en interiores, en los que la cámara de Rodrigo Sandoval rompe el eje del campo/contracampo para dejar que cada personaje tenga su propio eje, casi al estilo de Ozu. Aunque, ¿cuál es el sentido? En lo personal, no encontré ninguna justificación para este caprichoso manejo del encuadre. Pequeña distracción de una película modesta pero satisfactoria que no merece, insisto, el olvido.
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saludos y felicidades