Pídala cantando: El Hombre que No Estuvo/II
Haciendo tiempo mientras se estrena No Country for Old Men... Algo que publiqué al momento del estreno de El Hombre que No Estuvo. A petición popular. Bueno, de un lector, en todo caso.
EL HOMBRE QUE NO ESTUVO
Según el principio de incertidumbre de Heisenberg, es imposible conocer simultáneamente y con exactitud la posición y el momento lineal de una partícula. Dicho en español, esto significa que cuando uno quiere estudiar una partícula, por el solo hecho de analizarla, uno la modifica, la afecta. O, para decirlo con las palabras del hiperactivo y hablantín abogado criminal Freddy Riedenschneider (magnífico Tony Shalhoub) de El Hombre Que No Estuvo (The Man Who Wasn't There, EU-GB, 2001): entre más estudias algo, menos lo conoces. Algo similar ocurre con Ed Crane (Billy Bob Thornton), el lacónico peluquero protagonista del noveno largometraje de los hermanos Coen: entre más lo estudian quienes lo rodean, menos saben quién es él en realidad.
Una de las teorías más revolucionarias de la física cuántica, el mítico episodio del complot extraterrestre en Roswell, un leit-motif musical-romántico tomado directamente de Beethoven, una insidiosa trama hard-boiled digna de James M. Cain o Raymond Chandler, un puñado de referencias cinefílicas que van de la hitchcockiana La Sombra de una Duda (1943) a El Ocaso de una Vida (Wilder, 1950) pasando por clásicos de la talla de Pacto de Sangre (Wilder, 1943) o El Cartero Siempre Llama Dos Veces (Garnett, 1946), prodigiosas imágenes en blanco y negro de Roger Deakins que nos remiten a los soberbios trabajos cinefotográficos de John Seitz, Gregg Toland y Sydney Wagner. ¿Quién puede hacer una obra maestra con estos ingredientes tan disímbolos? Por supuesto, los hermanos Coen: Joel (director, coguionista, editor) y Ethan (productor, coguionista, editor), los cineastas más talentosos y con la obra más consistente del cine estadounidense de los últimos 20 años.
Es cierto: los Coen no han sido tan innovadores como Scorsese, tan ambiciosos como Coppola, tan exitosos como Soderbergh, tan intimistas como el mejor Allen. Pero son, sin duda, los más grandes cinéfilos/cineastas que tiene Hollywood en la actualidad. Sin importar el género fílmico (la road-movie, el thriller, la comedia musical, el film-noir), la época (años 20, 30, 40, 50, 80, 90) o el escenario (Dakota del Norte, Nueva York, Texas, Georgia, California), los Coen logran darle genuina vida cinematográfica a todo lo que tocan, a todo lo que ven. Es un cine imposible de entenderse sin sus referencias y deudas con el pasado, pero es, también, la obra de unos realizadores firmemente anclados en una tradición que no sólo copian, sino que comentan, mejoran, extienden.
El Hombre Que No Estuvo es, acaso, el mejor film-noir hecho en Estados Unidos desde Chinatown (Polanski, 1974) no sólo por su brillantez técnica ni por la perfecta ejecución de la trama, sino porque, más allá de los típicos juegos postmodernos (que los mismos Coen han hecho desde Simplemente Sangre/1984, su ópera prima), los personajes de esta historia REALMENTE habitan el universo dramático del más desencantado cine negro de Hollywood. El taciturno barbero Ed Crane y quienes le rodean -su infiel esposa Doris (Frances McDormand), el abusivo jefe de ella "Big" Dave (James Gandolfini), el transa profesional Crieghton Tolliver (Jon Polito), la adolescente ganosa Birdy (Scarlett Johansson)- no son simples marionetas en la deconstrucción de un género clásico. Al igual que en Educando a Arizona (1987) -la cinta más subvaluada de los Coen- y, sobre todo, Fargo (1996), el espectador aprende a querer a los personajes y llega a tener acceso a su singular punto de vista. La capciosa narración en off del propio Ed durante todo el filme nunca es redundante o gratuita (¿Y Tu Mamá También oyó?), sino que forma parte integral de una precisa/preciosa construcción dramática en la que está asentada la visión del mundo de los hermanos cineastas. Estamos, pues, ante un mundo caótico en donde el orden siempre es precario, caprichoso, como el sombrero volador de De Paseo a la Muerte (1990), el inesperado éxito del hula-hula en El Apoderado Hudsucker (1994) o la increíble salvación lograda a través del blue-grass en ¿Dónde Estás, Hermano? (2000).
Los Coen no tienen una visión moralista como la de Hitchcock; hasta cierto punto, su visión/versión de la casualidad es más cercana a la de Buñuel, en la cual los personajes toman decisiones cuyo control se les escapa muy pronto de las manos, sin que haya moraleja en ello. Al final, en efecto, Ed ha perdido la dirección de su vida pero los Coen no ven en esto un castigo ni una ironía: es, en todo caso, el desenlace de una ambigua fábula vacía, una certera aplicación del principio de incertidumbre a la vida… y a la muerte.
Una de las teorías más revolucionarias de la física cuántica, el mítico episodio del complot extraterrestre en Roswell, un leit-motif musical-romántico tomado directamente de Beethoven, una insidiosa trama hard-boiled digna de James M. Cain o Raymond Chandler, un puñado de referencias cinefílicas que van de la hitchcockiana La Sombra de una Duda (1943) a El Ocaso de una Vida (Wilder, 1950) pasando por clásicos de la talla de Pacto de Sangre (Wilder, 1943) o El Cartero Siempre Llama Dos Veces (Garnett, 1946), prodigiosas imágenes en blanco y negro de Roger Deakins que nos remiten a los soberbios trabajos cinefotográficos de John Seitz, Gregg Toland y Sydney Wagner. ¿Quién puede hacer una obra maestra con estos ingredientes tan disímbolos? Por supuesto, los hermanos Coen: Joel (director, coguionista, editor) y Ethan (productor, coguionista, editor), los cineastas más talentosos y con la obra más consistente del cine estadounidense de los últimos 20 años.
Es cierto: los Coen no han sido tan innovadores como Scorsese, tan ambiciosos como Coppola, tan exitosos como Soderbergh, tan intimistas como el mejor Allen. Pero son, sin duda, los más grandes cinéfilos/cineastas que tiene Hollywood en la actualidad. Sin importar el género fílmico (la road-movie, el thriller, la comedia musical, el film-noir), la época (años 20, 30, 40, 50, 80, 90) o el escenario (Dakota del Norte, Nueva York, Texas, Georgia, California), los Coen logran darle genuina vida cinematográfica a todo lo que tocan, a todo lo que ven. Es un cine imposible de entenderse sin sus referencias y deudas con el pasado, pero es, también, la obra de unos realizadores firmemente anclados en una tradición que no sólo copian, sino que comentan, mejoran, extienden.
El Hombre Que No Estuvo es, acaso, el mejor film-noir hecho en Estados Unidos desde Chinatown (Polanski, 1974) no sólo por su brillantez técnica ni por la perfecta ejecución de la trama, sino porque, más allá de los típicos juegos postmodernos (que los mismos Coen han hecho desde Simplemente Sangre/1984, su ópera prima), los personajes de esta historia REALMENTE habitan el universo dramático del más desencantado cine negro de Hollywood. El taciturno barbero Ed Crane y quienes le rodean -su infiel esposa Doris (Frances McDormand), el abusivo jefe de ella "Big" Dave (James Gandolfini), el transa profesional Crieghton Tolliver (Jon Polito), la adolescente ganosa Birdy (Scarlett Johansson)- no son simples marionetas en la deconstrucción de un género clásico. Al igual que en Educando a Arizona (1987) -la cinta más subvaluada de los Coen- y, sobre todo, Fargo (1996), el espectador aprende a querer a los personajes y llega a tener acceso a su singular punto de vista. La capciosa narración en off del propio Ed durante todo el filme nunca es redundante o gratuita (¿Y Tu Mamá También oyó?), sino que forma parte integral de una precisa/preciosa construcción dramática en la que está asentada la visión del mundo de los hermanos cineastas. Estamos, pues, ante un mundo caótico en donde el orden siempre es precario, caprichoso, como el sombrero volador de De Paseo a la Muerte (1990), el inesperado éxito del hula-hula en El Apoderado Hudsucker (1994) o la increíble salvación lograda a través del blue-grass en ¿Dónde Estás, Hermano? (2000).
Los Coen no tienen una visión moralista como la de Hitchcock; hasta cierto punto, su visión/versión de la casualidad es más cercana a la de Buñuel, en la cual los personajes toman decisiones cuyo control se les escapa muy pronto de las manos, sin que haya moraleja en ello. Al final, en efecto, Ed ha perdido la dirección de su vida pero los Coen no ven en esto un castigo ni una ironía: es, en todo caso, el desenlace de una ambigua fábula vacía, una certera aplicación del principio de incertidumbre a la vida… y a la muerte.
Comentarios