Coraline y la Puerta Secreta
No estoy muy seguro, la verdad sea dicha, que Coraline y la Puerta Secreta (Coraline, EU, 2009), cuarto largometraje de Henry Selick (El Extraño Mundo de Jack/1993, Jim y el Durazno Gigante/1996, Monkey Bone/2001), sea una película para niños. Aunque, pensándolo bien, a lo mejor sí lo es: resulta perfecta para asustar chilpayates con la consabida moraleja de: “ten cuidado con lo que deseas, porque se te puede cumplir”. O mejor aún: “no te quejes de que tu papá o tu mamá estamos siempre ocupados y de que no te pelamos nunca, porque puede haber algo peor que eso: unos padres que realmente se interesen en ti hasta el punto de querer tu alma… y tus ojos, de pasadita”.
Sobre una novela infantil que Neil Gaiman le escribió a su hija como forma de pedirle perdón por descuidarla tanto –la historia la cuenta inmejorablemente el Duende Callejero aquí, y acá puede leerse su propia reseña sobre la película-, Coraline y la Puerta Secreta es una siniestra fábula infantil animada en stop-motion y en tercera dimensión –primer filme animado cuadro por cuadro con estas características-, que narra la historia de la Coraline Jones del título (voz de Dakota Fanning en inglés, de Ximena Sariñana en español), una niña de once años que, como ninguno de sus dos padres escritores le pone atención, decide seguir a unos ratones y traspasar una pequeña puerta secreta hacia un mundo tan perfecto que parece spot político del PAN.
Digamos que en el mundo real Coraline es la niña nueva del barrio que llega a vivir en una vieja casa de las afueras, con un papá y una mamá ocupadísimos, una comida improvisada ni siquiera ingerible, unos vecinos ancianos casi ga-ga y un niño hiperactivo en bicicleta, acompañado por un gato negro. A través de la susodicha puerta secreta, Coraline deja atrás toda la grisura, todo lo plano, todo lo feo, de su mundo real, y entra a un universo paralelo colorido, espectacular, asombroso, en el que sus papás le dan toda la atención, en donde el molesto niño bicicletero no habla nada, en donde la comida es perfecta, en donde los postres son abundantes, en donde su cuarto está adornado y en donde hasta un par de viejas acróbatas pueden transformarse en las guapísimas y espectaculares cirqueras que alguna vez fueron.
La tercera dimensión alcanza su máximo esplendor en algunas de estas secuencias: en la agotadora aparición de maravillas en el jardín paralelo, en el número circense de las dos viejas/jóvenes hermanas volando por los aires, en el extraordinario acto en el que decenas de entrenados ratones hacen imposibles piruetas frente a nuestros ojos. Si no estamos ante el mejor uso de la tercera dimensión en la historia del cine, estamos ante algo muy cercano a ello: Selick, sus animadores y sus técnicos de 3D no pretenden nunca asustarnos o asombrarnos con los trucos baratos de siempre (objetos que sale de la pantalla, explosiones que parecen rodearnos, elementos naturales que podemos casi tocarlos). Su apuesta es usar la 3D como forma de darle mayor profundidad dramática a lo que vemos: por eso, la tercera dimensión tiene especial importancia cuando Coraline está en el mundo paralelo y siente el mismo asombro que sentimos nosotros, en nuestra butaca. Sólo a través de la 3D, pues, se le hace justicia a lo maravilloso y a lo siniestro de ese mundo ideado por Gaiman y visualizado por Selick.
En ese mundo alternativo, con su “otro papá” y su “otra mamá”; en ese universo, en donde todo es perfecto, todo es brillante, todo es reluciente; en ese sitio, al que se llega a través de una suerte de cordón umbilical, Coraline aprenderá que todo tiene su precio. Y lo peor: para no pagar ese precio, hay que pagar otro. A eso se le llama crecer.
Sobre una novela infantil que Neil Gaiman le escribió a su hija como forma de pedirle perdón por descuidarla tanto –la historia la cuenta inmejorablemente el Duende Callejero aquí, y acá puede leerse su propia reseña sobre la película-, Coraline y la Puerta Secreta es una siniestra fábula infantil animada en stop-motion y en tercera dimensión –primer filme animado cuadro por cuadro con estas características-, que narra la historia de la Coraline Jones del título (voz de Dakota Fanning en inglés, de Ximena Sariñana en español), una niña de once años que, como ninguno de sus dos padres escritores le pone atención, decide seguir a unos ratones y traspasar una pequeña puerta secreta hacia un mundo tan perfecto que parece spot político del PAN.
Digamos que en el mundo real Coraline es la niña nueva del barrio que llega a vivir en una vieja casa de las afueras, con un papá y una mamá ocupadísimos, una comida improvisada ni siquiera ingerible, unos vecinos ancianos casi ga-ga y un niño hiperactivo en bicicleta, acompañado por un gato negro. A través de la susodicha puerta secreta, Coraline deja atrás toda la grisura, todo lo plano, todo lo feo, de su mundo real, y entra a un universo paralelo colorido, espectacular, asombroso, en el que sus papás le dan toda la atención, en donde el molesto niño bicicletero no habla nada, en donde la comida es perfecta, en donde los postres son abundantes, en donde su cuarto está adornado y en donde hasta un par de viejas acróbatas pueden transformarse en las guapísimas y espectaculares cirqueras que alguna vez fueron.
La tercera dimensión alcanza su máximo esplendor en algunas de estas secuencias: en la agotadora aparición de maravillas en el jardín paralelo, en el número circense de las dos viejas/jóvenes hermanas volando por los aires, en el extraordinario acto en el que decenas de entrenados ratones hacen imposibles piruetas frente a nuestros ojos. Si no estamos ante el mejor uso de la tercera dimensión en la historia del cine, estamos ante algo muy cercano a ello: Selick, sus animadores y sus técnicos de 3D no pretenden nunca asustarnos o asombrarnos con los trucos baratos de siempre (objetos que sale de la pantalla, explosiones que parecen rodearnos, elementos naturales que podemos casi tocarlos). Su apuesta es usar la 3D como forma de darle mayor profundidad dramática a lo que vemos: por eso, la tercera dimensión tiene especial importancia cuando Coraline está en el mundo paralelo y siente el mismo asombro que sentimos nosotros, en nuestra butaca. Sólo a través de la 3D, pues, se le hace justicia a lo maravilloso y a lo siniestro de ese mundo ideado por Gaiman y visualizado por Selick.
En ese mundo alternativo, con su “otro papá” y su “otra mamá”; en ese universo, en donde todo es perfecto, todo es brillante, todo es reluciente; en ese sitio, al que se llega a través de una suerte de cordón umbilical, Coraline aprenderá que todo tiene su precio. Y lo peor: para no pagar ese precio, hay que pagar otro. A eso se le llama crecer.
Comentarios
Y vaya que es para niños. Se agradece una película que los trate como personitas, en lugar de imbéciles.
jeje
Lamentablemente en el rancho nada de 3D, por lo que sólo puedo imaginar, por lo que ví, lo que comentan, Ernesto y Paxton.
Ah, el rancho.
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Esa parte de los ratones y la de las vecinas en el circo wow wow wow
que cosa caray!!!
Así me gustan mis película familiares. Con estrellas porno y toda la cosa.
Salu2 Ernesto.
Mauro/el de cinécdoque
Paxton: Sí, puede ser... Los sueños vueltos pesadillas. Aunque el mundo de Gaiman/Selick parece menos arbitrario que el de Lynch. Menos surreal.
Mauro: Otra secuencia memorable la que mencionas. Casi cierro los ojos... (¿o o hice?).
De los ocho Oscares que aspiraba Milk, se llevó uno...
¿Uh?
Leo
Leo