Cine en televisión para el jueves 14 de febrero
El Ocaso de un Amor (The End of the Affair, GB, 1999) de Neil Jordan. Basada en la novela semiautobiográfica de Graham Green El Fin de la Aventura, he aquí la historia del escéptico y pragmático novelista Maurice Bendrix (Ralph Fiennes en su especialidad de amante sufrido), quien se enamora de la esposa de su vecino, Sarah Miles (Julianne Moore, justicieramente nominada al Oscar), una apasionada mujer que sobrevive, aburrida, en un matrimonio diríase casto y puro, pues su marido, Henry (el espléndido Stephen Rea), es un seco burócrata del Ministerio del Interior. La pareja de adúlteros se conoce poco antes de iniciar la Segunda Guerra Mundial y el filme, entonces, pasará de los meses previos a la Guerra al júbilo del triunfo aliado y de ahí al terror de los bombardeos londinenses, en un fascinante ir y venir narrativo, que cubre tanto los momentos más apasionados que vive la pareja como su abrupto e inexplicable rompimiento, el re-encuentro fallido de los amantes y los efímeros momentos de indecible felicidad que vive la pareja, los patéticos arranques de celos de Bendrix y el descubrimiento de las razones de ella para dejarlo...
Especie de cinta-summa de obsesiones e intereses de Jordan, en El Ocaso de un Amor se conjuga la presencia inasible pero constante de un ser sobrenatural (Dios, nada menos), con secuencias de inclinación hiperrealista (las escenas eróticas en pleno bombardeo de la ciudad) y una virtuosa ambientación de época que nos remite a un Londres oscuro, lluvioso y opresivo, una ciudad en guerra, perpetuamente solitaria, con sus atormentados habitantes empapados por una inclemente lluvia que no parece dejarles un solo espacio de felicidad y calidez humanas.
El libro de Graham Greene es extraordinario y la película de Jordan le hace plena justicia a un texto que el mismísimo William Faulkner llamó “una de las novelas más conmovedoras de mi época”. Estamos ante una obra maestra de narrativa clásica: súbitos flash-backs subjetivos cuando Bendrix llega a la casa de su examante, fluida narración visual que nos cuenta diversos momentos de la trama desde varios puntos de vista, autoflagelatoria voz en off de Bendrix que nos advierte de su derrota desde el principio del filme, obsesivos acordes musicales de Michael Nyman que siguen y acorralan a los tres personajes, virtuosa fotografía de Roger Pratt que transmite la desazón y el fracaso de Bendrix, Sarah y Henry ante el Gran Manipulador del Destino y la Vida: el todopoderoso Dios católico de Graham Greene.
Y es que el gran personaje de esta película no resulta ser, al final de cuentas, ninguno de los vértices del mencionado triángulo amoroso, sino Dios mismo, quien toma muy en serio el sublime juramento de Sarah (“Sálvalo Dios mío, y soy capaz de abandonarlo si queda con vida"), a tal grado de arrasar con cualquier posibilidad de re-encuentro entre ella y Bendrix. Así, al final, el “insidioso” Dios –como lo llama el iracundo novelista— ha triunfado sobre todo y todos, a tal grado de darle la bendición a la fallecida Sarah, al convertirla, enigmáticamente, en una suerte de santa que hasta obra milagros. Pero, ¿qué esperaba Bendix? ¿Que podía rebelarse contra Dios y salir triunfante? En nuestro asfixiante universo católico, eso, ya lo sabemos, es imposible.
Especie de cinta-summa de obsesiones e intereses de Jordan, en El Ocaso de un Amor se conjuga la presencia inasible pero constante de un ser sobrenatural (Dios, nada menos), con secuencias de inclinación hiperrealista (las escenas eróticas en pleno bombardeo de la ciudad) y una virtuosa ambientación de época que nos remite a un Londres oscuro, lluvioso y opresivo, una ciudad en guerra, perpetuamente solitaria, con sus atormentados habitantes empapados por una inclemente lluvia que no parece dejarles un solo espacio de felicidad y calidez humanas.
El libro de Graham Greene es extraordinario y la película de Jordan le hace plena justicia a un texto que el mismísimo William Faulkner llamó “una de las novelas más conmovedoras de mi época”. Estamos ante una obra maestra de narrativa clásica: súbitos flash-backs subjetivos cuando Bendrix llega a la casa de su examante, fluida narración visual que nos cuenta diversos momentos de la trama desde varios puntos de vista, autoflagelatoria voz en off de Bendrix que nos advierte de su derrota desde el principio del filme, obsesivos acordes musicales de Michael Nyman que siguen y acorralan a los tres personajes, virtuosa fotografía de Roger Pratt que transmite la desazón y el fracaso de Bendrix, Sarah y Henry ante el Gran Manipulador del Destino y la Vida: el todopoderoso Dios católico de Graham Greene.
Y es que el gran personaje de esta película no resulta ser, al final de cuentas, ninguno de los vértices del mencionado triángulo amoroso, sino Dios mismo, quien toma muy en serio el sublime juramento de Sarah (“Sálvalo Dios mío, y soy capaz de abandonarlo si queda con vida"), a tal grado de arrasar con cualquier posibilidad de re-encuentro entre ella y Bendrix. Así, al final, el “insidioso” Dios –como lo llama el iracundo novelista— ha triunfado sobre todo y todos, a tal grado de darle la bendición a la fallecida Sarah, al convertirla, enigmáticamente, en una suerte de santa que hasta obra milagros. Pero, ¿qué esperaba Bendix? ¿Que podía rebelarse contra Dios y salir triunfante? En nuestro asfixiante universo católico, eso, ya lo sabemos, es imposible.
Una de las mejores películas que vi el año 2000. Por cierto, la lista de las otras grandes cintas que vi ese año, aquí.
Cinemax; jueves 14, 14:15 horas (señal este) y 18:15 horas (señal oeste), tiempo del centro de México.
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