Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXXXI



Timbuktu (Ídem, Francia-Mauritania, 2014), de Abderrahmane Sissako. El más reciente y multipremiado largometraje del mauritano Sissako -ganador del Premio Ecuménico en Cannes 2014, triunfador en los César 2015 con siete estatuillas incluyendo Mejor Película y Mejor Director, nomino al Oscar 2015 a Mejor Filme en Idioma Extrajero- es un mosaico narrativo ubicado en el Timbuktu del título, en Mali, cuando una banda de fundamentalistas islámicos se apoderan de la ciudad para aplicar a sangre y plomo la Sharia. El gran logro de Sissako es que, sin dejar de mostrar la tragedia, no renuncia nunca al humor ni a la humanización de todos sus personajes, víctimas y victimarios. Mi crítica en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado.

Vicio Propio (Inherent Vice, EU, 2014), de Paul Thomas Anderson. ¿Inherent Vice o In(co)herent Vice, como lo señaló Jonathan Romney en su largo texto crítico para Sight and Sound del pasado febrero? El séptimo largometraje de Anderson le ha hecho ganar otra etiqueta al cineasta californiano: ya no es "el nuevo Scorsese", como solían describirlo hace algún tiempo, sino "el nuevo Altman". En todo caso, desde esta atalaya, es "el nuevo -y más autoindulgente- Altman". 
Sobre una divertidísima novela homónima de Thomas Pynchon, que se va como agua, Anderson comete un delito de lesa adaptación cinematográfica: no usar el texto de Pynchon para convertirlo en cine sino para trasladar beatamente la novela a la pantalla grande, que no es lo mismo. La fidelidad al texto original lastra enormidades la película, plagada de diálogos que no van a ninguna parte, de anécdotas que a veces son graciosas y a veces no tanto, de escenas repetitivas e inútiles, de cameos que distraen porque no agregan mucho al filme. 
La novela original de Pynchon es una suerte de re-elaboración de El Largo Adiós (1953) de Raymond Chandler, solo que ubicada en la hippiosa y mariguana California de 1970. Es, al mismo tiempo, una paranoica novela hard-boiled y su capciosa e hilarante parodia, acompañada de una banda sonora ad-hoc -en el libro, el protagonista "Doc" Sportello se lleva escuchando hits musicales de la época a lo largo de la historia.
El problema es que lo que funciona en la página no sobrevive en el filme, por más que un dedicado Joaquin Phoenix encarne con toda propiedad al mariguano de Sportello. Mi reproche no es tanto que la historia sea confusa y que abunden los cabos sueltos -después de todo, estamos ante una novela detectivesca pseudo y postchandleriana-, sino que lo que vemos en pantalla no me parece suficientemente cinematográfico. Los diálogos son interminables, el humor físico -visual, vaya- es más bien fallido y el ritmo de las actuaciones muy disparejo.
De todas formas, he leído por aquí y por allá, medio broma y medio en serio, que acaso la única forma de apreciar la grandeza de este filme es verla fumando mota. Ya sabía que mi prurito ñoño de no consumir esa cochinada me iba a provocar problemas algún día.

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